Pese a representar el despertar cinematográfico de Marvel y haber marcado desde entonces el tono del género superheroico, en el fondo “X-Men” sabe a poco. Más allá de un acercamiento adulto y respetuoso a sus personajes, quedaba apenas como una carta de presentación de la franquicia mutante, en la que se echaban en falta una historia de entidad, mayores dosis de acción y un desenlace más espectacular; no era un problema de calidad, sino de cantidad.
La secuela no podía volver a quedarse corta. Tanto es así que, en su versión original, prometía multiplicar su escala ya desde el mismo título: “X2”. El doble. Y no es para menos. Hay más acción, más efectos visuales, más romance, más variedad de escenarios, más personajes, y mayor complejidad argumental. No en vano, el proyecto llegó a ser inicialmente bautizado como “X2”. Definitivamente, más. Pero, ¿también mejor?
Para subir ese peldaño de producción FOX invirtió 35 millones de dólares más que en la primera parte, hasta llegar a un presupuesto de 110 millones, por entonces el segundo mayor de la historia del género tras “Spiderman”. Al mismo tiempo, se garantizaba la continuidad creativa de la saga al mantener no sólo al reparto original, sino también al equipo de producción (Lauren Shuler Donner y Ralph Winter, además de los productores ejecutivos Avi Arad, Stan Lee y Tom DeSanto) y a la mayor parte del cuadro técnico, comenzando lógicamente por su director Bryan Singer.



Otros personajes y escenas fueron desapareciendo en las sucesivas revisiones. En primer lugar, la Hermandad de Mutantes de la primera película hubiera reaparecido al completo, y llegó a prepararse una pelea entre Sapo y Rondador Nocturno, aunque finalmente su presencia se redujo a Mística y el propio Magneto. Además de Rondador, también iban a haber sido presentados Bestia (reducido a un cameo en televisión como Hank McCoy, debatiendo presuntamente con Sebastain Shaw), Ángel (a quien hacen referencia las radiografías de alas del laboratorio de Striker) y Gambito; los dos primeros serían recuperados para la tercera entrega aún en contradicción con estas apariciones, mientras que el cajún tendría que esperar turno hasta la película de Lobezno. Por último, un recorte de presupuesto se llevó por delante en pleno proceso de construcción a la Sala de Peligro y los Centinelas, también aprovechados para la siguiente entrega. Todas estas altas y bajas alimentaron incontables rumores durante la producción de la película.

Sin embargo, nadie pudo quedar insatisfecho de la expansión del universo fílmico de los X-Men. Más allá de cuántas nuevas incorporaciones se sumaran, el verdadero acierto fue ampliar con ellas la línea temporal del universo de la franquicia, hasta consolidar tres generaciones distintas de mutantes, así como la red de interrelaciones entre ellos y de éstos con los humanos. Y todo ello gracias a colocar a un nuevo personaje en el epicentro de todas las líneas ya adelantadas en la primera película (la tensión política en torno a la creciente aparición de mutantes, el origen de Lobezno), y conseguir hacerlo encajar de tal modo que pareciera que ya estaba ahí desde el principio: William Striker era la pieza que le faltaba al puzzle. Otra cuestión es si Bryan Cox era el actor adecuado para interpretarlo, pero ¿quién hubiera tenido el carisma necesario para hacer frente a tantos iconos juntos, interpretando a un ser humano normal? Tal vez quede flojo como archivillano, pero su principal mérito es precisamente su normalidad. Su arma es la burocracia, y al menos evita caer en la tópica megalomanía del malo de cómic. Desde luego, resulta victorioso en comparación con Danny Huston, quien interpretara al mismo personaje en el spin-off de Lobezno.




Así se nos presenta a Rondador Nocturno en la apertura de la cinta, reducido a mera arma esclava en manos del fanático general. Es una de las secuencias de acción más impactantes que ha dado el género superheroico. Un mutante desconocido se infiltra en la Casa Blanca, y desde el primer ¡Bamf! sabemos que esto ya no es “X-Men”, que se acabaron las presentaciones y que toca pisar el acelerador. Singer orquesta un crescendo de acrobacias y teleportaciones hasta el mismo Despacho Oval, apoyándose en los épicos coros del “Dies Irae” del Réquiem de Mozart. Mete al espectador directamente en medio de la acción sin ninguna información previa, iniciando un rompecabezas que tendrá que recomponer al mismo tiempo que se precipitan los acontecimientos.




Por supuesto, se sigue ampliando la nómina de alumnos del Instituto Xavier, introduciendo a una nueva generación de mutantes. Estos cameos, planteados para que el público lector pueda regodearse codeando a sus acompañantes en la sala de cine y queme después el botón del pause en su casa, constituyen la auténtica bandera de la franquicia. En esta ocasión podemos reconocer el grito de Theresa Rourke Cassidy, Siryn, la hija de Banshee (Sauna Kain) y la lengua bífida de Artie (Bryce Hodgson), y sobre todo a Coloso (Daniel Cudmore), quien claramente reclama su titularidad como hombre-X para la próxima entrega. Repiten asimismo Júbilo y Kitty Pryde, aunque cambiando de intérpretes (Kea Wong en vez de Katrina Florece y Katie Stuart en vez de Sumela Kay respectivamente). Todos ellos volverán para el cierre de la trilogía, aunque la última cambiando nuevamente su rostro por el de Ellen Page. Incluso llegan a presentarse nuevos mutantes de cosecha propia, nunca antes mostrados en el cómic, como Jones (Connor Widdows), el niño que cambia los canales de la televisión pestañeando. El epítome de estas pequeñas apariciones es el vistazo de Mística a los archivos informáticos de Striker, un simple listado de nombres, que consigue más de lo que cabría esperar de toda la saga: que el espectador perciba que el nacimiento de la especie mutante, además de contextualizar la historia de unos personajes, es en sí mismo el protagonista de toda la franquicia, y que no hay límite para su potencial expansión.

Algunos estudiantes consiguen más peso, superando el mero cameo. Pyros (Aaron Stanford) encarna al alumno rebelde que acabará cambiándose al bando de Magneto, una opción que se echaba de menos desde la primera película, quizá porque hasta que los mutantes no fueran efectivamente amenazados por los humanos tampoco la hermandad parecía una alternativa creíble. El personaje ya aparecía fugazmente en la anterior entrega, aunque interpretado por Alexander Burton. Entonces ya se adelantaba el triángulo que forma con Pícara y el Hombre de Hielo, pero podría asumirse que en la continuidad fílmica son dos personajes con poderes similares (aunque el primer actor se pareciera físicamente mucho más al personaje de los cómics). Sus poderes anticipan una gran confrontación con Bobby Drake (nuevamente Shawn Ashmore) como metáfora de sus respectivas personalidades opuestas, aunque la conclusión se reserva para el siguiente capítulo. El Hombre de Hielo protagoniza además una de las mejores escenas de la película, su salida del armario como mutante frente a sus padres, en la que el mensaje de Singer es especialmente efectivo por apoyarse en el humor, sin renunciar a un escalofriante retrato familiar. Anna Paquin consigue una gran química con ambos amigos y futuros antagonistas, reincidiendo en la alineación de su mutación a través de la incapacidad para establecer contacto físico con su novio, si bien su personaje pasa a un cierto segundo plano con respecto a la primera película, en parte para dejar espacio a la relación de Logan y Jean. No obstante, será Picara quien consiga un arco mejor definido si se contempla la trilogía en su conjunto.


Todo el reparto original de Hombres-X prosigue en esta película la evolución que emprendiera en la primera cinta. La comparación con la anterior secuela de Marvel, “Blade II”, es reveladora en este sentido: mientras que la trama de aquella era básicamente autosuficiente respecto a su predecesora y su continuación, constituyendo cada una capítulos independientes sin más hilo común que su protagonista, “X-Men 2” funciona como un engranaje inserto en una saga mayor, un puente a la tercera película para todos sus personajes. Lobezno ya no es el desorientado solitario del comienzo de la trilogía, sino que ha aceptado su pertenencia a la Patrulla, aunque aún no ha asumido el liderazgo que ejercerá en la tercera parte; Jean está cada vez más atormentada por sus fantasmas interiores en la misma medida en que va desplegando mayores poderes, y al mismo tiempo reúne las fuerzas para enfrentar de cara su triángulo amoroso; Tormenta se va mostrando progresivamente más proactiva, y se abre por fin algo con Rondador, aunque se sigue echando en falta más información sobre ella; y Cíclope acentúa su rivalidad con Logan…


No fueron los únicos en hacer el viaje de la primera “X-Men” a Kripton, porque Singer suele contar con un núcleo muy estable de colaboradores. Sus dos cintas mutantes comparten el grueso de su equipo técnico, lo que permitió amortizar la mayor parte del esfuerzo de producción de la primera película para la segunda, y exprimir al máximo el aumento de presupuesto. Y eso se nota en pantalla. Los efectos especiales de Michael Fink consiguen por ejemplo una factura muy superior, además de medir la dosis justa de espectáculo para servir de contrapunto visual a la trama sin llegar a difuminarla. O Louise Mingenbach, que vuelve a ocuparse del vestuario, va añadiendo a los ya conocidos uniformes de cuero sutiles toques individuales basados en los trajes originales de cada personaje. También se mantienen los icónicos escenarios desarrollados por John Myre, algunos ya asumidos por el propio cómic como Cerebro, el X-Jet o los sótanos de la mansión. Sin embargo, el diseñador no volvió a trabajar directamente en la secuela, sino que Singer le encargó al ilustrador Guy Hendrix Dyas, debutante en el diseño de producción, que expandiera y diera más diversidad a sus diseños, aunque manteniendo siempre la coherencia con la cinta anterior. Basta comparar los interiores del Pájaro Negro en ambas entregas, o considerar que la base de Alkaly es el mayor escenario jamás construido en Canadá, para comprender porqué Dyas sigue triunfando en superproducciones como “Origen” o la española “Agora”.

El gran mérito de “X-Men 2” es en definitiva no renunciar ni a la historia ni al espectáculo. La trama se articula a través de una sucesión de set pieces de acción, perfectamente diseñadas para sacar el máximo rendimiento a los poderes de cada mutante. La espectacular incursión de Rondador en la Casa Blanca no se trata sólo de un mero lucimiento visual, sino que resulta haber sido orquestada por Striker para instalar la paranoia antimutante en la misma presidencia, y conseguir la autorización para atacar la Escuela con la excusa de buscar información sobre el misterioso mutante, con la secreta intención de acceder a Cerebro; esta invasión, perfectamente planificada y mejor narrada, comienza creando una atmósfera de inquietud, atreviéndose a introducir a los soldados en la mansión antes de mostrar ninguno de los helicópteros acercándose, y desemboca en el mayor despliegue de furia asesina que Lobezno ha llegado a exhibir en toda la franquicia, que debe ser revisionado por aquellos que acusan a Singer de ser excesivamente frío en las escenas de acción. El propio director se reconoce consciente del modelo argumental de “El Imperio Contraataca”: en ambos casos, los personajes se desbandan por un ataque externo, separándose su huida en varias tramas paralelas que permiten diseccionarlos por separado. Y no es casual, sino que un esquema idóneo para profundizar en unos personajes que ya no necesitan volver a ser presentados. Cada subtrama vuelve a avanzar mediante su propia escena de acción, la captura de Rondador por parte de Jean y Tormenta, la espectacular fuga de Magneto orquestada brillantemente por Mística, la ira de Pyros contra la policía cuando abaten a Lobezno, y el combate aéreo que reúne finalmente lo que queda de la Patrulla y la Hermandad, o el turbador intento de Mística de seducir a Lobezno; todas estas secuencias definen a sus personajes a la perfección, sin olvidar nunca que la premisa básica es el entretenimiento.


La escena sufrió además recortes en la mesa de montaje: queda claro que el incidente de Cerebro tuvo un alcance global, pero sólo se nos muestran sus repercusiones en la propia base Alkaly, aparte del Despacho Oval para preparar el epílogo con el Presidente. En realidad, se rodaron además otras escenas en las que podía verse la agonía de otros mutantes, como el Doctor McKoy (que supuestamente se transformaba en la Bestia a consecuencia de la misma) y Gambito (que cargaba de energía cinética su mazo de cartas durante una timba). Lamentablemente, nunca las veremos en una versión del director porque contradicen sus futuras apariciones, pero al menos debía haberse mostrado a los niños-X que habían huido con Coloso durante el ataque a la Mansión, injustificadamente ignorados hasta el final de la película.

Aunque entonces nadie, seguramente ni siquiera Singer, imaginaba que aquello era una despedida. El director aplicó la lección de “El Imperio contrataca” incluso para dejar el final abierto, emplazándonos para el final de fiesta que concluyera su trilogía. Hasta llegó a anunciarse que entre medias iba a hacerse cargo de los guiones de Ultimate X-Men. Pero el hijo de Kripton y la todopoderosa Warner Bros se cruzaron en su camino, y en el nuestro. De nada vale cuestionarnos cómo habrían sido las cosas si no se hubiera ido, pero es justo agradecerle todo lo que fue capaz de construir donde, antes de él, no había nada.
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