"El estado no es más que un mecanismo de opresión de una clase por otra, lo mismo si se trata de una democracia que de una monarquía". Fredrich Engels
Zagreb. Noche/Interior de un tren
Conocí
Zagreb en una fría noche de febrero, en camino hacia Budapest y a poco tiempo
de iniciado el nuevo milenio. Cuando el tren llegó a la estación y las ruedas
se detuvieron frente al cartel que exhibía un mensaje en idioma parecido al
ruso, pude ver la contrariedad y el dolor que se reflejaba en la cara de
quienes estaban en el andén. Desde hacía
un tiempo los bombardeos en la zona se habían intensificado nuevamente y parte
de la población, intentando huír de un destino que parecía no darles otra
chance que la atomización de su etnia, comenzó a buscar nuevos horizontes y
cielos dispuestos a darles cobijo y algún sentido de pertenencia.
Cuando me
pidieron el billete en Venecia, uno de los dos guardas del tren me avisó que si
en la estación de Zagreb golpeaban la puerta de mi camarote que no abriera bajo
ningún punto de vista, ya que mucha gente solía meterse por las ventanas y así, obligar a los pasajeros a que
compartan el camarote y, de ese modo, llegar gratuitamente hacia cualquier
ciudad que se encontrara fuera del perímetro de beligerancia en el que estaban
inmersos.
Después de
casi cuarenta minutos detenidos en la gélida medianoche de Zagreb, las ruedas
volvieron a ponerse en marcha. Oí ruidos provenientes del pasillo. Me
inquietaron unos golpes y gritos en idioma parecido al ruso que en poco
tiempo se confundieron con el violento traqueteo que producía el roce de las
ruedas en las vías. Abrí la puerta y me encontré a la policía croata deteniendo
a una pareja de jóvenes estudiantes que intentaban escapar de la guerra del
modo más romántico que podría haber: sin dinero y sin papeles.
La joven
lloraba mientras intentaba juntar unos libros que al parecer cayeron cuando
irrumpieron en el camarote y el joven, esposado y con la cabeza gacha no emitía
sonido. El tren se detuvo nuevamente en medio del páramo y la policía los bajó
del vagón, para subirlos luego de mal modo a un vehículo oficial y así perderse juntos en
la húmeda neblina que vislumbré desde la ventanilla de mi camarote. Ante mi
estupor, el guarda de la flota se acercó y me dijo que me quedara tranquilo,
que lo sucedido no era mas que “uno de los tantos ejemplos de indisciplina que
suceden en un país que en cualquier momento va a desaparecer”.
Tres años
después en la primera plana de internacionales de un diario argentino leí la
noticia de que aquel presagio realizado a kilómetros de Zagreb se había
cumplido de un modo inexorable. Yugoslavia ya no existía más. Serbia y
Montenegro fueron los últimos dos estados que pusieron fin a aquel conglomerado
geográfico y cultural gobernado por el Mariscal Tito. De ambos sólo quedaba el
recuerdo y la sensación de que el país del nunca jamás había encontrado en ese rincón de Europa su par en el mundo real.
Cinema
Komunisto. BAFICI 2012. Interior/Sala de cine
Aquella noche de febrero en Zagreb fué un Deja-vu inevitable cuando ví la
propuesta de Cinema Komunisto publicada en el catálogo del BAFICI 2012. Los documentales de temática histórica siempre fueron una de
mis grandes debilidades, y cuando versan sobre temáticas relacionadas con
lugares provenientes del este de Europa, aún más (quizás por eso de que es
imposible huir del mandato familiar en el que se encuentra buena parte de la
historia propia).
El film de
la directora Mila Turajlic es un clásico ejemplo de las puestas en escena tan
bien desarrolladas por directores del este europeo, donde la estructura de
muñecas rusas o cajas chinas (en las que una esconde otra en su interior y ésa
a su vez, muchas más) dan lugar a relatos interconectados, relacionables y con
temáticas en común.
Apenas iniciados
los créditos, un trabajador de la industria cinematográfica nacional aparece en
pantalla contando que en Yugoslavia funcionaron los estudios de cine mas
grandes del este euopeo, sólo comparables a los de Cinecittá en Italia. A los
pocos minutos aparecen las primeras imágenes de las luchas y enfrentamientos
entre los diferentes pueblos que formaban el bloque, para terminar luego en la
vida del Mariscal Tito, personaje clave en la historia del país y figura más
que decisiva en los hechos que desencadenaron la extinción del Estado.
Y eso es
justamente Cinema Komunisto; un film que toma como punto de partida un pasado
de gloria cinematográfica (perdido allá lejos y hace tiempo), para contar la
historia de un país que ya no existe y, con esos dos elementos, sobrevolar con
una mirada omnisciente la intimidad del mariscal Tito y su esposa, los cuales a
su vez, entre sobremesas y tertulias de cine, terminan dando un acabado retrato
de una forma de hacer política en la región tan temible como dominante (aunque
él muriera con el beneficio de nunca haber sido considerado dictador sino, por
el contrario, “Presidente perpetuo” del estado yugoslavo).
Así, a lo largo de la hora y media que dura el
interesante y rico relato audiovisual, desfilan frente a la cámara de la
directora una serie de personajes que hicieron el cine mismo de aquellos años y
que tuvieron el “honor” de conocer al mariscal en persona o, en algunos casos
(como el de el proyectista personal), de haber trabajado directamente con él
(el momento más emotivo sin dudas es cuando éste último regresa a la residencia
del mariscal luego de que fuera bombardeada por aviones de la OTAN y
reconociera sólo los cimientos que antaño sostuvieron una estructura palaciega).
El film es
muy interesante por varios aspectos. El primero de ellos está relacionado con
la posibilidad que brinda el documental de lograr un acercamiento a un momento
histórico sobre el cual hay poco investigado, filmado y difundido. En segundo
lugar por que expone una situación velada para la mayoría del público que es la
información referida al glorioso pasado cinematográfico del pueblo yugoslavo y,
por último, por que desnuda a uno de los personajes más importantes de la
historia de Europa en el siglo XX y que lo emparenta con otros como Lenin, Benito Mussolini, Adolf
Hitler, Francisco Franco, Winston Churchil, Nicolae Ceauceascu, José Stalin y
Mijail Gorbachov entre otros.
Tanto desde
lo cinematográfico como desde el punto de vista histórico Cinema Komunisto es
una interesante propuesta, excelentemente documentada, con un uso de los
recursos cinematográficos explotados al máximo y que, además, en su primera
proyección obtuvo una excelente afluencia de público en el BAFICI. Seguramente,
en un futuro no muy lejano será estrenada en alguna sala dedicada al cine de autor
de la Ciudad de Buenos Aires y allí podrán verla todos aquellos que quedaron
sin entradas para esta oportunidad.
Un film para no perderse si son amantes de la historia y de vital importancia para todos aquellos que en un viaje al viejo continente tengan pensada una visita a cualquiera de los puntos que otrora formaron la Yugoslavia y hoy funcionan como estados independientes (Eslovenia, Croacia, Bosnia y Herzegovina, Serbia, Montenegro y Macedonia).