Revista Cine

Cinema Mentiré

Publicado el 06 agosto 2008 por Andres
Cinema MentiréGracias al cine, la gente supo que este planeta estuvo poblado de reptiles gigantes. Aquellos fósiles, huesos y dientes, que exhibían algunos museos, se hubieran demorado muchos años en lograr aquella fascinación general por los únicos monstruos que sí existieron. El primer encuentro entre ojos humanos y un triceratops data de los comienzos del cine. Durante décadas, Ray Harryhausen fue el artífice de que podamos imaginar a una bestia prehistórica devorando su presa. Antes de “Jurassic Park” (1993) y sus paleontólogos del ADN, la morada de estas criaturas imposibles debía estar en algún confín del mundo, aislado del tiempo de los homo sapiens. Tal vez este lugar quedaba próximo a algún pueblito del desierto de México, habitado por vaqueros angloparlantes diestros con el lazo y niños que hacen cualquier trabajo por un peso, como ocurre en “The Valley of Gwangi” (1969). La película de dinosaurios de Harryhausen venía envuelta en un western.

“The Valley of Gwangi” era un viejo proyecto de Willis O'Brien, pionero de la animación stop-motion. Fue el primero en representar a un dinosaurio para las pantallas en “The Dinosaur and the Missing Link: A Prehistoric Tragedy” (1915), otro de los tantos cortos producidos por Thomas Edison para seguir sacando jugo económico de su invento. O'Brien se ocupó también, único en su oficio, de reunir humanos y animales prehistóricos por vez primera en el largometraje “The lost world” (1925). Su mayor gloria la obtuvo con “King Kong” (1933) que prácticamente inventó la categoría de Efectos Especiales en Hollywood. Tiempo después su actividad decrece drásticamente, dejando inconclusos proyectos diversos como “Creation”, la ilustración del surgimiento de la vida y “The Valley of the Mist” acerca de cowboys que encuentran un T-Rex en el Gran Cañón, lo capturan y lo convierten en atracción de circo. Su discípulo, Ray Harryhausen, pasó a convertirse en el mago indiscutible del stop-motion hasta principios de los 80´s. Harryhausen ilustró para el celuloide, ataques de platillos voladores, bestias de la mitología griega, criaturas de Venus, monstruos submarinos, antes que llegara la oportunidad de hacer realidad el proyecto de su maestro. Sin embargo, el film rebautizado como “The Valley of Gwangi” fue un fracaso de público. Por una parte, el final de los 60´s no era la mejor época para venir a sorprender con fieras de la Prehistoria, toda la atención estaba puesta en los rapaces contemporáneos que asolaban Vietnam. Además era evidente que la producción de “The Valley of Gwangi” estaba motivada por el éxito de “One Million Years B.C.” (1967), también obra de Ray Harryhausen, pero sin la persuasión de Raquel Welch, irresistible en su bikini a la moda cavernícola. Un ordinario allosaurus ya no era suficiente.
Cinema MentiréHa sido una sorpresa descubrir que “The Valley of Gwangi” era una remota película que vi en mi infancia por televisión algún domingo en la mañana. Lo supe apenas apareció el eohippus, un antiquísimo caballo en miniatura, cuya captura desencadena la simple trama: una mezcla de “King Kong” y “The lost world”, escenificada en un México hollywoodense con rancheros y gitanos. Tenemos a una bella cowgirl cuyo negocio de rodeo tiene como mayor atracción su acto de lanzarse, montada a caballo, a un pozo desde el trampolín. El hallazgo del eohippus no podía ser más propicio para el show. Piensa en exhibir al caballo diminuto sobre su par contemporáneo. Tenemos también al galancete de su ex novio, Tuck, que la dejó para probar suerte y ahora regresa. Participa además el infaltable científico de turno, esta vez el paleontólogo Bromley que siempre lleva consigo un fósil con pisadas de eohippus. Completan el elenco unos vaqueros, dispuestos para la acción y eventualmente la alimentación de los dinosaurios, y una gitana tuerta que advierte que si la criatura no es devuelta al “Valle prohibido”, grandes desgracias… Desde luego nadie la escucha y todos son llevados por su ambición hacia el extraordinario paraje donde será encantador oír a Bromley decir maravillado: “¡Caramba! Un styracosaurus”. La estrella del show pronto aparece en escena: Gwangi, un tiranosaurio que es el león de este valle.
Además de dar movimiento cuadro por cuadro a sus muñecos de arcilla, la otra mitad del trabajo de Harryhausen era intentar convencernos que estos interactuaban con los actores. En sus películas se valía de una serie de “trucos de magia” que luchaban por sostener la ilusión. “The Valley of Gwangi” se centra ampliamente en este ejercicio. Un reptil volador captura a un niño y, mejor aún, los vaqueros intentan atrapar a Gwangi enlazándolo por el cuello. El forcejeo parece resultar pero entra en escena un triceratops a buscar pelea. No en vano Gwangi es un T-Rex, el dinosaurio de mayor popularidad gracias al cine, así que está para ganar. Sólo una vez el T-Rex ha mordido el polvo con la mandíbula fracturada, la vez que enfrentó a King Kong. Aunque se dice que la pelea tuvo que haber sido arreglada ya que solo así el público sentiría algún respeto por el gorila. En “The Valley of Gwangi”, en cambio, vemos al T-Rex totalmente a sus anchas, paseándose por una plaza de toros y el interior de una catedral.

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