“Chained destiny”, de Ram Reddy. Vista en Flickr.
Artículo publicado el 9 de febrero de 2017 en Diario 16 bajo el título “Circenses, no es cuestión de legalidad, sino de justicia y dignidad“.
…la Humanidad ha demostrado que es incapaz de ver la injusticia en su tiempo. Lo demostró concibiendo el esclavismo como actividad legal; lo demostró institucionalizando el apartheid; lo demuestra la existencia de castas; lo demuestra la discriminación sexual institucionalizada.
La semana pasada algunos dueños de espectáculos alzaban la voz ante la gran injusticia que sería –para ellos– la prohibición de la celebración de espectáculos con animales en Madrid. El discurso común que he podido observar es el siguiente: no hacemos nada malo, estamos cumpliendo la ley; de hecho, nuestros animales viven como tronistas de Telecinco. Circenses, no habéis entendido nada.
Antes de nada, hay que aclarar algo: el cumplimiento de la ley no es sinónimo de bondad o de maldad. Ni siquiera lo es de justicia (en minúscula) o injusticia. La ley es una convención social que, en democracia, es (supuesto) fruto de la soberanía nacional. Sirve para regular la convivencia. Y como también sabrán, no es algo inamovible. Por tanto, en cuanto a este tipo de espectáculo, lo relevante no es que sean legales o no; lo verdaderamente reseñable es la existencia de una mayoría creciente de la sociedad que considera que el maltrato animal es intolerable, sea legal o no, y más aún si se da con fines lúdicos. La convención social de la tortura animal se resquebraja. Asúmanlo. Comer tenemos que comer; lo de divertirse a costa de otro ser vivo… es más cuestionable.
La pregunta entonces es: ¿por qué no lo entienden? Quizás sea por ignorancia, o quizás por desinterés. Eso no lo puedo resolver ni yo, ni aquí. Lo que sí está claro es que si su ignorancia les impide ver lo que hacen y su interés les impulsa a hacerlo, creo que es porque parten de una idea equivocada del derechoanimal. Me da la sensación de que muchos de ellos yerran al comprender la naturaleza de aquello que maltratan (excluyo aquí los casos de sufren de psicopatía; estos no tienen la culpa de no percibir de igual forma el sufrimiento ajeno). A continuación, explicaré qué es exactamente lo que no están entendiendo. Igual tengo una visión un tanto radical del asunto. No lo sé, juzguen ustedes.
El argumento ortodoxo para oponerse a este tipo de prácticas –simplificándolo mucho– es el que entiende que, aunque la legislación reguladora de estos negocios sea justa, nadie asegura que los domadores estén utilizando métodos no violentos para retorcer la voluntad de los animales. Sí, ellos aseguran que están muy vigilados, que pasan controles sanitarios y que, al contrario de lo que los desconfiados animalistas creemos, estos tienen un vínculo afectivo tan fuerte con sus animales que nunca les harían daño. Qué tierno… Permítanme que lo dude y, mientras lo hago, plantearé algunas de mis razones.
Una segunda concepción es la de aquellos que muy legítimamente consideran que la legislación es insuficiente y que ningún animal debe ser maltratado, que tienen sus derechos como animales que son. Según esta concepción mayoritaria, la sociedad tiende a entender los derechos animales como una especie de otorgamiento humano, una prebenda o privilegio. Los derechos de los animales se convierten en algo artificial, en algo que les cedemos como sucedía antaño con lo legalmente animalizado (por ejemplo, los esclavos). En mi opinión, si bien es cierto que esta concepción atribuye cierta dignidad a los animales, es insuficiente, lo que la convierte en errónea pese a predominar. No la considero reprochable, ojo, pero debemos dar un paso más.
Una tercera vía, la menos ortodoxa, estaría empezando a preguntarse si quizás estamos cometiendo un error histórico al sostener la distinción humanidad-animalidad. ¿Quién decide que la dignidad humana es superior a la animal? ¿Nosotros? El debate está servido. Es innegable que los animales y los humanos somos diferentes, pues no somos la misma especie. Sin embargo, ¿por qué no cuestionamos que la distinción entre especies podría ser tan poco válida como la que antes se establecía entre razas? Antaño se afirmaba con naturalidad la existencia de supuestos derechos de supremacía blanca; hoy ésta resulta impensable (de alguien con cierto desarrollo intelectual, claro). Quizás el futuro nos juzgue por pretender dominar la naturaleza (incluyendo el reino animal) cuando lo que deberíamos intentar es convivir con ella.
¿Idealista? Tal vez. Lo que tengo claro es que la Humanidad ha demostrado que es incapaz de ver la injusticia en su tiempo. Lo demostró concibiendo el esclavismo como actividad legal; lo demostró institucionalizando el apartheid; lo demuestra la existencia de castas; lo demuestra la discriminación sexual institucionalizada. Lo legal no siempre es justo, y lo verdaderamente injusto, a mi parecer, es que animalizar sea sinónimo de maltrato, desigualdad en la relación de fuerzas, y de opresión de una especie (o raza) sobre otra. Algún día, como ya hicieron los delfines en Los Simpsons, los animales se revelarán contra nosotros y nos esclavizarán. Ya veréis, ya.
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