A toda revolución política le sigue una reacción de signo contrario que cumple un viaje circular, eterno y borgiano, para desatar el escepticismo: la restauración monárquica después de Napoleón; el capitalismo furibundo después de Gorbachov; Trump después Obama, etcétera. Hay un derrotismo esperando paciente a la vuelta de todas las primaveras árabes. Así que el mundo va girando y a la globalización le sigue un retraimiento hacia lo local, osea, una vuelta al nacionalismo rampante que recela del otro, del distinto, del que viene de fuera (siempre se mira al que viene de fuera, nunca mira uno desde fuera al que está dentro), para gozar del caparazón del yo y buscar un nosotros que asegure cierta compañía, cierta seguridad. España sabe mucho de búsqueda oportunista de identidades, también de actitudes reaccionarias.
El sentimiento de pertenencia (tan necesario para algunos) lleva siglo y medio tratando de encontrar su nombre en la Península ibérica. No hay acuerdo para construir un relato en el que todos se sientan cómodos, y el nacionalismo regionalista espera cualquier coartada para saltar a la yugular del centralismo. Jugueteando con la historia (a veces directamente falseándola), los nacionalistas buscan la salvación mediante el mantra de la independencia, como si todos los males se fueran a terminar con el hijo yéndose de casa. Es curioso ver cómo la apuesta por la emancipación de España ha puesto de acuerdo a dos partidos antagónicos como la CUP y Convergència i unió. Cualquier revolución puede esperar cuando la tarea principal del adolescente consiste en matar al padre. No descarto ver, en favor de la independencia, alianzas de extremeños y catalanes, un partido incluso transnacional que abarque todas las autonomías excepto Madrid. Quizá se trata finalmente de eso, de aislar Madrid.
Pablo Echenique ha propuesto estos días la construcción de un “país de países” poniendo como ejemplo su Aragón. Federico Jiménez Losantos le dedicó una diatriba la otra mañana en la que presumía de conocimientos históricos desplegando una mezcla de erudición y ficción muy propia del que habla sabiendo que nadie va a comprobar si lo que dice es cierto. La perorata del turolense fue terrible, entre otras razones porque Echenique en ningún momento habló de razones históricas. Federico, no te enteras, pero no importa, quedó muy bien la clase de historia del viejo profesor enfadado con todo y con todos. Aprendimos que España ya existía como unidad nacional desde que la conquistaron los romanos o raíz de ello, que no me quedó muy claro. Antes del imperio romano, la nada, según Federico. Se afana tanto en el insulto el vehemente locutor que los oyentes acabamos odiando por inercia. Entre la historia de España y la historia de USA del otro día, Federico va llenando su radio de pasado para que parezca una cosa atemporal, aideológica, amoral, acrítica, a-certada.
Pero me interesa la propuesta de Pablo Echenique desde el punto de vista ideológico: ¿Qué quiere decir país de países y qué hay, en esa propuesta de articulación nacional, que apunte a la justicia social? ¿Es la independencia una herramienta para luchar contra la desigualdad? Entiendo que la independencia persigue la administración de los bienes de forma distinta a la propuesta por el Estado central, es decir que, el reparto no está siendo justo. Entiendo que la independencia es la llave que hará que la recaudación sea óptima, la administración de lo recaudado excelente y los servicios sociales ofertados maravillosos. Parece felizmente que la Arcadia es la independencia.
La ideología termina por olvidar su semilla cuando el campesino tiene que arar la tierra. Entonces ya no importa tanto ayudar al compañero de partido como pedir consejo a la mula, como cuenta Juan Eslava Galán. Con la asfixia del día a día uno se olvida de que hay que luchar por la justicia social, que es curiosamente lo que falla cuando uno tiene que preocuparse por sobrevivir. Todo responde finalmente a la geometría circular, la linealidad es un defecto ocular, no existe la línea del horizonte, la construye nuestro cerebro y en la historia la distorsión la provocan los prejuicios ideológicos. Que la historia es un relato circular que se repite espantosamente es una verdad incontestable, la lucha de clases es una interpretación, una hermenéutica del mundo, pero no deja de ser una conjetura sujeta a discusión, no una verdad sino más bien una especulación.
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