P ocos animales tan nobles como el cisne. No hablo de nobleza como una cualidad de su carácter, sino de la relación constante con la realeza e incluso, en muchos casos, con la divinidad.
En otros tiempos estuvieron presente en mitos, cuentos y leyendas alrededor del mundo. Aún hoy en día, tras el paso de los siglos, la realeza inglesa es dueña de todos los cisnes salvajes que vuelan por el país.
Dicen los griegos que el dios de dioses se convirtió en cisne para amar a una mujer. Dicen los británicos que un caballero andante, venido de otras tierras en una barca halada por un cisne es quien defiende el honor de una antigua reina. Dicen que luego se convirtió en esposo y amante de aquella reina, y que más tarde aun, hubo de partir cuando ella le preguntó por su origen. Algo similar cuentan los normandos, aunque para ellos no es un caballero sino un antiguo dios. Los suramericanos cuentan de un cisne que, a su lomo, llevó a un dios infantil hasta el otro lado del mundo, desde donde gobernaría su creación. Un cuento infantil por todos conocidos habla de un pequeño pato que se convierte en cisne de gran belleza. Un filósofo clásico cuenta sobre el canto de los cisnes antes de morir, no como un canto de dolor y de agonía, sino como una celebración de lo vivido y sobretodo de la alegría de poder ingresar a lo que hoy llamaríamos cielo.
El cisne ha estado siempre presente, acompañando aquello que es noble y también aquello que es divino. El cisne ha estado constantemente tratando de representar aquello que quisiéramos llegar a ser.
También, aunque no lo sabia, ha estado presente entre mis dedos. Justo detrás de los caballos, el animal que más me ha pedido el alma es esta poderosa ave. Puede ser que el alma me pida que me convierta en ave y entre mis alas abrace a una mujer, o que defienda el honor de alguna (poco probable pues todas aquellas que conozco son siempre honorables). O puede, simplemente, que lo que el alma pide es que cante de alegrías, que celebre la vida y lo vivido, y yo, terco, me he demorado tanto tiempo en entender.
Así que celebremos los amores, lo vivido y lo que falta por vivir. Y sobretodo celebremos la nobleza siempre divina de nuestra alma.