Revista Cine
A Aronofsky le gusta la steady-cam. Es un hecho irrefutable. Lo ha demostrado a lo largo de su filmografía. En “Réquiem por un sueño” se atrevió a ponerle el cinturón de la steady a los actores y apuntar la cámara hacia ellos. “El luchador” se compone en su realización de planos de seguimiento con steady o al hombro, acercándose al documental y a la realización televisiva de los deportes. En “Cisne negro” tampoco desdeña la opción del hombro y la steady ¿A qué se debe la obsesión del bueno de Darren con este tipo de plano?
Plano-secuencia al hombro o con steady-cam = abartamiento de la producción. El DVD original de “La fuente de la vida” contiene un reportaje que cuenta todas las vicisitudes de producción que sufrió el proyecto. El rodaje estuvo parado dos años y el director se sumió en la desesperación, como él mismo cuenta en el vídeo. Finalmente, abarataron los costes y pudieron finalizarla. Debido a tanto problema, a Darren no le salió lo que pretendía (que era difícil) y, finalmente, estrenó un churro de película que para muchos es infumable y que yo soy capaz de ver con compasión, su valentía la merece. “La fuente de la vida” es, sin duda, el único punto negro en la filmografía de Aronofsky. Aquella producción y aquellas malas críticas le marcaron de tal manera que toda su obra posterior parece condicionada por el miedo a un nuevo fracaso en el mundo de las superproducciones y los grandes estudios. De ese temor ha renacido el Aronofsky más primitivo, el de “Pi”, un autor valiente que lucha contra la industria americana y consigue triunfar de manera insultante. Tras la digresión y volviendo al uso de la cámara e introduciendo ya la crítica de “Cisne negro”, tengo que decir que en una pantalla como la de Kinepolis, uno se llega a marear viéndo la película; y no sólo por esa querencia a la virginidad dogma, los espejos y las panorámicas veloces, sino también por la propia narración, una paranoia.
La película me ha gustado mucho, me parece brillante. Con pocos elementos y una historia que gira sobre el personaje único de la bailarina (una anoréxica pero, aun así, bellísima Natalie Portman en uno de sus mejores papeles), que nos recuerda por momentos a la Deneuve de “Repulsión”, el director estructura una historia de rivalidad y competencia femenina entre una joven sin destetar que lleva al extremo el término esfuerzo y una especie de némesis que aparece tanto en la realidad como en la paranoica mente de la protagonista. La historia transcurre en el marco de una compañía de ballet que representa “El lago de los Cisnes”. Como siempre en el cine de Aronofsky, los secundarios son personajes que, sin intervenir en el devenir del argumento, llevan al conflicto con precisión y fuerza (gran personaje el del siempre inspirado Vincent Cassel). El final es una virguería narrativa que da sentido a todo mostrándonos la verdadera realidad de manera poética.
El dolor, la belleza, la represión, la repulsión, el amor y los quiebros que la mente humana es capaz de dar, forman este mosaico ajedrezado en el que siempre prevalece el blanco y el negro y donde los espacios abiertos brillan por su ausencia en pos de llevar al espectador hacia adentro, hacia lo más profundo del sufrimiento humano.