Una historia china habla de un anciano labrador que vivía con su único hijo en una casita del campo. Se dedicaba a trabajar la tierra y disponía de un caballo para la labranza y cargar los productos de la cosecha; era su bien más preciado. Un día el caballo se escapó saltando por encima de las bardas que hacían de cuadra.
El vecino que se percató de este hecho corrió a la puerta de nuestro hombre para darle sus condolencias y le dijo:
-Tu caballo se ha escapado. ¿Qué harás ahora para trabajar el campo sin él? Se te avecina un invierno muy duro, ¡qué mala suerte has tenido!- ¿Buena suerte o mala suerte? Quien lo sabe –respondió el anciano.
El vecino no entendió del todo la respuesta del anciano, y pensó que estaría algo desconcertado por la pérdida.
Pasó algún tiempo y el caballo volvió a su redil, trayendo consigo una manada de caballos salvajes. El vecino al observar esto, otra vez llamó al hombre y le dijo:
-Vaya! No solo recuperaste tu caballo sino que ahora tienes diez caballos más. Podrás criarlos y venderlos. ¡Qué buena suerte has tenido!
- ¿Buena suerte o mala suerte? Quien lo sabe –dijo el anciano.
El vecino siguió sin tener claro lo que le dijo el anciano. Supuso que estaría perdiendo la cabeza.
Más adelante el hijo de nuestro hombre decidió domar uno de aquellos caballos y mientras lo montaba cayó al suelo, partiéndose una pierna. Otra vez el vecino, enterado del suceso, fue a lamentarse con él, y le dijo:
-¡Qué mala suerte has tenido! Tu hijo se accidentó y no podrá ayudarte. Tú eres ya viejo y sin su ayuda tendrás muchos problemas para realizar todos los trabajos que requiere el campo.
- ¿Buena suerte o mala suerte? Quien lo sabe – comentó.
Definitivamente, este hombre debe estar demenciando, supuso el vecino.
Pasó el tiempo y un buen día estalló la guerra con el país vecino. El ejército inmediatamente fue por los campos reclutando a los jóvenes para alistarlos en el ejército y llevarlos al campo de batalla. Al hijo del vecino, que se encontraba sano, se lo llevaron; al de nuestro hombre se le declaró no apto por estar imposibilitado. Nuevamente el vecino habló con él:
-Se llevaron a mi hijo por estar sano y al tuyo lo rechazaron por su pierna rota. ¡Qué buena suerte has tenido!
- ¿Buena suerte o mala suerte? Quien lo sabe –dijo el anciano.