Revista Cultura y Ocio
Tenía yo nueve años cuando comprendí que la soledad hay que ganársela. Un niño
del barrio,
desordenadamente alegre, decidió que iba a venir a jugar conmigo. A
mi casa y sin consenso. Yo le respondí que no hacía falta, pero,
dada la dimensión de su alegría natural, el mensaje no caló.
Conforme avanzó la mañana, le pedí que se fuera unas cuantas
veces. Me ignoró. A eso del mediodía, harto de