-¿Usted sabe cómo me siento yo?
-Yo lo veo bien.
-Gracias, pero eso habla de usted, no de mí.
-Qué, ¿se siente mal?
-¿Usted sabe que tengo una enfermedad terminal y que me voy a morir?
-No, no me lo dijo.
-Y sabe que mientras estuve hablando con usted sentí dolores que pude disimular.
-¿En serio?
-Sí, en serio. ¿Cómo cree que me siento?
-Discúlpeme, no sabía.
-No importa, no se disculpe, simplemente dígame cómo cree que me siento.
-Supongo que mal. No sé.
-¿Usted cómo se sentiría?
-Supongo que mal.
-Pues yo me siento muy bien.
-¿En serio?
-Sí, en serio. Sin embargo si tuviera que guiarme por lo que usted piensa, debería sentirme mal, aunque si me guiara por lo que usted sintió antes, debería sentirme bien. ¿Cómo me siento entonces?
-Lamento lo que está viviendo, pero es muy interesante su razonamiento.
-No es un razonamiento. Es un sentimiento. Es lo que siento y no lo que pienso quien me dice cómo estoy, ¿comprende?
-Creo que sí.
-Por eso es fundamental reconectar con el ideal, porque ese ideal es el norte. Cuando sabemos a dónde vamos, también sabemos dónde estamos, ¿comprende? Mire, yo pude ver en este tiempo que mis reacciones en general son las mismas, pero la gran diferencia es que ya no las defiendo. No importa que yo actúe así, lo importante es que ya no creo en ciertas formas. Puedo enojarme, por ejemplo, pero ya no creo en el enojo, porque el enojo no me conduce a mi ideal. Entonces no lo alimento. No sigo buscando argumentos que alimenten el enojo, por lo tanto es tan solo eso: una reacción, pero no una forma de vida.
-Y ¿cuál es ese ideal? Porque cada quién tiene su propio ideal.
-Ese es el gran secreto. No confundir el ideal con el deseo. El ideal es un estado, y el deseo es un destino. Uno es interno, y el otro es externo. Ese es el camino que yo confundí.
...
-¿Es verdad que tiene una enfermedad terminal?
-Todos tenemos una enfermedad terminal, y todos nos vamos a morir. También es verdad que todos sufrimos dolores que tratamos de disimular.