..."Retornas sin cesar, melancolía, oh regalo del alma solitaria. Arde hasta el final un día de oro...”, así definía el poeta George Trakl al espíritu de Salzburgo, su ciudad natal.
Y quizás sea melancolía la palabra que defina a esta ciudad austríaca, aunque si tuviera que elegir una palabra, yo elegiría sosiego. Parece que no existe la palabra "problema" para los salzburgueses (?). Y parece también que ese andar despreocupado es contagioso, pues ni siquiera los turistas que pululan por las calles se preocupan demasiado por "llegar antes a..." o por perder algún tren. Estando en Salzburgo, todos somos salzburgueses. Convengamos que ese andar cansino es bastante característico de todos los países de la "Europa fría", pero en Salzburgo se acentúa aún más, quizás por ser una ciudad pequeña.
Salzburgo es la 4º ciudad en tamaño de Austria, con unos 150.000 habitantes, y es la capital de la región homónima. Su nombre significa literalmente "Castillo de Sal".
Al ser una ciudad "pequeña", su centro está muy cerca de la estación de trenes. Yo venía de Viena, y mi destino era Munich (Salzburgo está a 300 km de Viena, y a 150 de Munich, casi en la frontera con Alemania), así que apenas me bajé del tren no tuve más que pedir un plano de la ciudad y empezar a caminar, y lo primero que hice fue cruzar el río (el río Salzach, que cruza la ciudad de punta a punta) por uno de los muchos puentes peatonales que hay (también hay otros que no son peatonales).
Al cruzar el río Salzach, se ingresa a la parte principal del casco histórico, que nos recibe con sus pasajes cubiertos y patios interiores y se abren paso hasta llegar a la calle principal de este lado de la ciudad, la Getreidegasse. Esta calle es conocida, principalmente, porque en el nº 9 nació y vivió hasta los 17 años Wolfgang Amadeus Mozart. Aunque Mozart se hizo famoso cuando se fue a Viena, es el hijo ilustre de la ciudad, y se nota en las calles. Por todos lados se respira Mozart, y más aún en esos días, en que se celebraba el Salzburger Festsiele (Festival de Salzburgo), el festival de música clásica y barroca más famoso y concurrido del mundo.
Me fue imposible entrar al museo, por las largas colas, así que saqué unas fotos desde la puerta y seguí mi recorrido. Seguí respirando Mozart. Al estar ubicada entre colinas, la ciudad esta llena de escaleras, que son "calles" para ir de un punto a otro de la ciudad. Y subiendo por esas escaleras (que son centenarias) uno no puede evitar imaginarse al pequeño Mozart subiendo los mismos escalones 400 años atrás, y tampoco puede evitar que se le ponga la piel de gallina.
Algo sorprendente de la ciudad es que en la mayoría de los edificios hay pegada una placa con su año de construcción, y su constructor. Bonito detalle.
Si se sigue subiendo las escaleras, se llega al Castillo Hohensalzburg, en lo alto de la colina, desde donde se obtienen vistas maravillosas de la ciudad.
Pero ya tocaba regresar a la estación de trenes, que me esperaba mi amigo Stefan en Munich, y yo no soy muy amigo de llegar tarde...
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