Revista Cine

Ciudadano Buelna

Publicado el 04 abril 2013 por Diezmartinez

Ciudadano Buelna Ciudadano Buelna (México, 2012), el más reciente largometraje del otrora gran maestro del cine mexicano de los 60/70 Felipe Cazals, se presentó con más pena que gloria en el pasado Festival Internacional de Cine en Guadalajara.  Por desgracia para todos los involucrados, estamos ante una inerte biopic del "Granito de Oro" Rafael Buelna Tenorio (Sebastián Zurita, dando el tipo a la perfección), virtuosamente fotografiada por Martin Boege, pero lastrada por una verborrea pomposa, engolada, repetitiva que proviene del guión escrito por el propio cineasta en colaboración con el guionista sinaloense (por adopción) Leo Eduardo Mendoza. Si exceptuamos la mencionada fotografía de Boege, la buena presencia del joven Sebastián Zurita –con todo y sus ocasionales tics telenoveleros- y alguna otra actuación profesional –el infalible Damián Alcázar como Lucio Blanco-, Ciudadano Buelna es una retahíla de oportunidades perdidas, caracterizaciones incomprensibles y (auto)saboteos creativos debido, tal vez, a la falta de tiempo y/o dinero. O será que al estar dirigiendo la película el propio Cazals entendió que, acaso, ya no está (¿ni nunca estuvo?) para estos trotes épicos-históricos que, con la excepción de Vámonos con Pancho Villa (De Fuentes, 1936), no se le dan al cine mexicano. Oportunidad perdida una: hacer una biopic pertinente/trascendente de un personaje que, fuera de Sinaloa, es prácticamente desconocido. La épica personal-ideológica-militar de Rafael Buelna merecía un guión acaso igual de dialogado, pero mucho más incisivo, no de estampita escolar para la secundaria. (Por cierto, ya estaba la obra teatral de Óscar Liera “El Oro de la Revolución”/1984 como muestra de que sí se puede hacer algo de este calibre). Oportunidad perdida dos: acaso aceptando de antemano su incapacidad (creativa/monetaria/¿ontológica?) para el cine épico –hay por ahí solamente el eficaz barrunto de una batalla que nunca vemos-, Cazals y su equipo optan por escamotear de la pantalla los triunfos militares de Buelna. He aquí, pues, la historia militar nunca vista de uno de los más jóvenes generales que dio de la Revolución. Oportunidad perdida tres: unas actuaciones/caracterizaciones sueltas, sin cohesión alguna. Da la impresión que Cazals estaba en otra cosa y no pensó en sus actores ni dirigió su trabajo. La primera ofensa es el Gustavo Sánchez Parra del Obregón: ¿en qué mundo paralelo el moreno, seco y serio Sánchez Parra se parece físicamente al blanco, dicharachero y pícaro Álvaro Obregón? Y si esto es absurdo, luego viene el Zapata de Tenoch Huerta –más digno del Potrillo que de Brando o, incluso, de Tony Aguilar- que, con sus ojos tristones, parece más dispuesto a recitar algún poema romántico que a tomar las armas. ¿Y esa barba rala del Carranza de Raúl Méndez? Vamos, hombre: si hay algo característico en la presencia del Barbastenango fue, precisamente, su larga barba blanca. Usted dirá que todo esto es algo menor –eso me argumentaban varios colegas a los que respeto mucho en el pasado Festival de Guadalajara- y que lo importante es el rescate cinematográfico de Buelna y su historia. No lo creo así: estas ridículas caracterizaciones distraen enormidades y si, además, la historia misma está lastrada por una monótona verborrea digna de parvulitos, ¿qué nos queda?  ¿Algunas batallas bien montadas? Pues ni eso: Cazals no quiso o no pudo hacerlas. Lástima por él. Y, sobre todo, por Rafael Buelna, a quien no le ha hecho justicia la Revolución… ni el cine mexicano. 

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