Llaman Ciudades del Cambio a las que tras las elecciones de mayo de 2015 tienen ayuntamientos regidos por Podemos o sus derivados, como Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Coruña, Santiago, Ferrol, Cádiz y Oviedo, entre otras.
En su lucha contra el capitalismo anterior, los nuevos mandatarios, muchos de ellos antiguos okupas, rechazan el crecimiento generador de riqueza comercial, industrial o turística.
Su modelo de ciudad es otro, y tras un año se ven sus éxitos: crecen diariamente innumerables colonias de chabolas en medio de sus ciudades, con inmigrantes presionando para que les regalen las viviendas prometidas en las campañas electorales.
Mientras, en los portales y las tiendas de calles importantes desarrollan su concepto del ecologismo transformando esos lugares en almacenes de ácido úrico y de heces humanas y caninas, eso sí, muy orgánicas y biológicas.
Producidas industriosamente por los cada vez más perroflautas y transeúntes de tetrabrik censados, nacionales e internacionales, atraídos por las ayudas municipales a poblaciones “en riesgo de exclusión”, para las que Podemos exige salario mínimo, pagas extras, vacaciones, trienios y demás.
Mientras denuncian el sexismo de toda expresión pública y retiran nombres y monumentos de quienes nadie recordaba, instalan enormes zocos norteafricanos de manteros y multiplican los “gorrillas”, aparcacoches que no los dañan si se les dan propinas.
Le entregan edificios enteros a otros okupas para que instalen “centros culturales” dedicados día y noche a tocar bongos, producir porros, botellones y más abono orgánico.
Y el efecto llamada atrae a hampones profesionales que sólo en Madrid controlan ya mil pisos.
Si los vecinos denuncian la cultura okupa son advertidos de que Podemos la apadrina, y aunque son “niños bien” descarriados, se dicen explotados por quienes compraron pisos que deberían ser “de propiedad popular”: la suya.
En homenaje a Cervantes alcaldesas/des y concejales viven y actúan como cofrades del prodigioso Patio de Monipodio de Rinconete y Cortadillo.
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SALAS, sobre una de las ciudades de la urea, Santiago, y el recuerdo de un líder nacionalista anterior que no imponía bongos y permitía los pasodobles populares.