Las ciudades-Estado constituían una organización política asentada sobre una ciudad independiente y con soberanía sobre el territorio contiguo. Fueron focos muy activos en la vida política, económica y cultural. Dirigidas frecuentemente por gobernantes acaudalados, solían ser muy receptivas a la innovación económica y cultural. Alcanzaban, de este modo, dos propósitos: garantizar su independencia frente a otras ciudades y naciones y potenciar su exclusividad y excelencia frente a todos.
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