«Elegir la propia máscara es el primer gesto voluntario humano. Y es solitario».
«Cuando no escribo, estoy muerta».Me despido de Marina, de mi versión de Marina, pensando en el milagro de la atemporalidad de lo leído, en cómo traspasa épocas, fronteras, idiomas, en cómo lo sentimos nuestro, y caigo en la concepción de otra versión, la de Clarice. Caigo, y me sumerjo sin resistencia, y solo la oigo a ella: Clarice, Clarice, Clarice,..., sonido hipnótico, canto de sirena que me llega a través del oleaje del océano literario que sostengo en mis manos. Perdóname, Nádia Batella Gotlib, por ignorarte; perdóname, por no darte tu lugar. Tú me la has dado toda, a ella, a Clarice, y yo te pago con indiferencia. Sé que sabrás comprenderme, mi omisión lleva implícita la revelación de que has cumplido tu trabajo con creces. Ella, Clarice, no me comprendería; a ella no le gustaría esta reseña. Sentiría que estoy alimentando el mito, ese del que renegaba porque sentía que la alejaba de los demás y contribuía a su sempiterno sentimiento de soledad. Perdóname, Clarice, perdóname, no sé hacerlo de otra forma. ¿Cómo entenderte si para ti misma has sido un enigma?
Este libro lo compré en junio del año pasado en la Feria del Libro de Gijón. Quería comprar algo como humilde muestra de apoyo al evento, pues hacía muchos años que no se celebraba en mi ciudad, y me llevé esta biografía y una preciosa edición ilustrada de Nórdica con tres relatos de Virgina Woolf. Llevaba tiempo queriendo leer algo de Clarice Lispector, así que mi decisión de adquirir este libro fue un poco impulsiva. Biografía literaria, subtitula Nádia Batella su trabajo, y sí, sí, sí, literaria, porque se basa en lo que la escritora brasileña dejó escrito: en sus novelas, cuentos, artículos, cartas, entrevistas; sí, sí, sí, literaria, porque en las entrelíneas, en los silencios de sus letras, Clarice dejó escrita su vida, ella, que también renegaba de lo autobiográfico.
«No son autobiográficas ni de lejos, pero después me entero por los lectores que me delaté».
«Hay cosas que nunca escribí y moriré sin haberlas escrito. Por ninguna plata. Hay un gran silencio dentro de mí. Y ese silencio fue una fuente de mis palabras. Y en el silencio he visto lo que es más precioso: el propio silencio».Me entero luego, cuando la leo, de que se trata en realidad de una edición argentina del original brasileño, edición que se publica coincidiendo con los treinta años de la muerte de Clarice Lispector. Coincidencias, coincidencias, coincidencias,... Lo leo en diciembre de 2017 sin saber, hasta que lo empiezo y me encuentro con la fecha de defunción de la biografiada, que justo ese mes y ese año hace ya cuarenta que Clarice nos dejó. El cálculo me es rápido de hacer, no solo por su redondez sino porque cuarenta son también los años que cumplí yo en 2017. Coincidencias. Aún no sé que me reencontraré con Clarice en mi próxima lectura aun sin pretenderlo. Coincidencias. A punto estoy de acordarme de Marina en alguna ocasión mientras descubro a Clarice. Coincidencias.
No fueron las coincidencias sino el contexto histórico el que hizo que los padres de Clarice emigraran a Brasil, pero sí fue la coincidencia de tener parientes en ese país la que eligió el lugar de destino. Destino y coincidencia que se aliaron para que un bebé de meses nacido en Ucrania se convirtiera en brasileño. Destino, coincidencia y decisión, pues Clarice siempre se manifestó brasileña, haciendo gala ante cualquiera que lo cuestionara del que probablemente fuera el único sentimiento de pertenencia que experimentara en su vida.
«Quién sabe si no empecé a escribir tan pronto en la vida porque al escribir, por lo menos me pertenecía un poco a mí misma. Lo que es un triste facsímil».Sufrió Clarice alejada de su Brasil (su matrimonio con un diplomático la mantuvo varios años alejada de su país). Las cartas para ella eran un sucedáneo de la verdadera comunicación. El sufrimiento se hizo lacra cuando intentó mimetizarse con el ambiente y adaptarse al papel que suponía debía cumplir. Nunca Clarice fue menos Clarice. Nunca se sintió más imposibilitada para escribir.
«No pienses que la persona tiene tanta fuerza como para llevar cualquier tipo de vida y continuar con ella. Hasta cortar los propios defectos puede ser peligroso -nunca se sabe cuál es el defecto que sustenta nuestro equilibrio interno».
Avenida Marqués de Olinda en los años 30 en Recife, Pernambuco, Brasil, en donde residió Clarice Lispector de niña.
Renegaba también de la importancia que para ella tenía el acto de escribir. Se reiteraba en que todo lo demás era más importante. Ponía a los hijos, a la vida, por delante de la literatura y, sin embargo, son tantas las manifestaciones acerca de que se sentía esclava de su necesidad de escribir... Tal vez en este extracto de una entrevista en el que Clarice habla sobre el acto creativo haya dejado, sin pretenderlo, el más clarificador testimonio de su identidad buscada:
«Puede ser un sufrimiento. Es peligroso. El acto creador es peligroso porque la gente puede ir y no volver más. Por eso yo procuro rodear mi vida de personas sólidas, concretas, de mis hijos, de una empleada, de una señora que vive conmigo y que es muy equilibrada. Para que yo pueda ir y venir dentro de la literatura sin el peligro de quedarme allá. Todo artista corre un gran riesgo. Hasta la locura. Por eso debe tener cuidado. [Pausa.] Yo tengo cuidado. [Pausa más larga.] Me gusta comer, comprar ropa, adoro a mis hijos, me gusta invitar a la novia de mi hijo, ir juntos a comer... [Otra larga pausa.] Lo cotidiano como factor de equilibrio de las incursiones por lo desconocido de la creación».¿Sufrió Clarice en sus incursiones creativas? ¿Más en la ida o en el regreso? ¿Le compensó su proceso de búsqueda a través de la literatura? Clarice padeció de «soledad de no pertenecer» desde la infancia, sentimiento originado en parte por la enfermedad de la madre y a pesar del cariño con el que recuerda al padre. Todos sus personajes literarios parecen estar a la búsqueda de algo. Su propio marido, tras la separación, recurrió a las protagonistas de su primera novela para disculparse por su incapacidad para llegar a comprenderla y liberarla de su «miedo de no amar». Ella llegó a afirmar que en sus obras literarias lo importante no eran los hechos sino las repercusiones de los mismos en el individuo y que pretendía, haciendo incidencia en esas repercusiones, llevar al lector a lo peor de sí mismo y a «cometer el acto prohibido de tocar lo inmundo». Clarice sumergiéndose a la búsqueda de las repercusiones; nosotros, a través del acto de inmersión que es la lectura, sumergiéndonos con ella.
«Si tuviera que ponerle un título a mi vida sería este: en busca de la cosa en sí».A uno de sus hijos le aconsejó: «Procura leer libros de 'verdad verdadera' para tu placer y para conocer el alma humana». Ella misma, que también renegaba de los elogios por considerar que la condicionaban como 'escritora' (lo entrecomillo porque no le gustaba que la consideraran escritora profesional) y le restaban libertad, confiesa que disfrutó especialmente de uno que le dedicó su compatriota João Guimarães Rosa. Cuando, en una ocasión, este comenzó a recitar fragmentos de sus libros y ella le manifestó su sorpresa porque los supiera de memoria, él le contestó: «Clarice, yo te leo para la vida, no te leo para la literatura».
Sí, Clarice, yo también te he leído para la vida. La vida por delante de la literatura y tu literatura para comprender la vida.
Esta es mi Clarice.
Estatua de Clarice Lispector y su perro Ulises en Río de Janeiro. Fotografía de Fernando Frazão / Agência Brasil
Ficha del libro:
Título: Clarice, una vida que se cuenta
Autora: Nádia Batella Gotlib
Traductor: Álvaro Abós
Editorial: Adriana Hidalgo editora
Año de publicación: 2007
Nº de páginas: 669
ISBN: 978-987-1156-71-9
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