Revista Opinión

Clase dominada, clase dominante, hacia una renovación del concepto de clase.(II)

Publicado el 18 diciembre 2010 por Romanas

Clase dominada, clase dominante, hacia una renovación del concepto de clase.(II)

Continuando con el tema, si el Madrid se presentara a unas elecciones generales, como partido político, ¿cuántos votos obtendría?Creo que fue Valdano el que dijo que el fútbol es un sentimiento, como la españolidad o el amor.Puestos en el trance de elegir entre su españolidad o el Madrid, ¿qué creen ustedes que elegirían los madridistas?La respuestas es relativamente sencilla, basta con asistir un par de días de partido al Bernabeu, el estadio madridista, allí se realiza el más virulento de los referendums.Entonces la pregunta que procede es: ¿qué es lo verdaderamente decisivo en la vida de un madridista?¿Es el sentimiento madridista un sentimiento transversal, quiero decir si, desde el punto de vista de la adscripción, también sentimental, a un partido político, puede darse una pluralidad de adscripciones aparentemente contradictorias, porque de lo que no cabe duda alguna es que el madridismo es un sentimiento de derechas?Y, aquí, es cuando aparecen, en manada, todos esos hipócritas que dicen que no tienen nada que ver fútbol y política y, entonces, es cuando yo tengo que traer a colación a aquí, otra vez, la vieja e inatacable filosofía aristotélica: el hombre es un zoon politikon, un animal esencialmente político, que no puede prescindir de esta condición en ningún momento de su vida,  o sea que todo lo que hace es política, y el que no es político, o sea el que no obra así o es un dios o es una bestia.¿Son divinos los fans del Madrid, o, simplemente, son bestias?No, los furibundos partidarios del Madrid son hombres como los demás y tienen, por tanto, las mismas características de todo ser humano.Pero, otra importantísima cuestión, quizá la decisiva, es ¿el madridismo es la condición determinante de un individuo? ¿Qué es más importante para un madridista, su religión, su profesión, su adscripción política o su madridismo?Y, otra vez, los hipócritas nos dirán pero ¿qué coño tiene que ver una cosa con otra? Se puede ser madridista y ser radicalmente de izquierdas como lo son Rubalcaba, Lisavestky, Alberto Pozas, Miguel  Angel Aguilar y La Repu. Pero esto no será sino desvirtuar la cuestión que no es otra que ¿se puede ser de izquierdas y madridista?Lo he dicho ya tantas veces que me duelen los dedos de escribirlo, ser de izquierdas es respetar la verdad por encima de todo y procurar el imperio de la justicia en todas las relaciones humanas.Así las cosas, parece que se va simplificando un poco la cuestión. Ni los locos más furiosos serán capaces de afirmar que el Madrid, como institución sociopolítica, respeta la verdad y propugna la justicia en el desenvolvimiento de ese aspecto de la vida.Entonces, ¿por qué esos individuos que acabamos de citar se proclaman al mismo tiempo de izquierdas y son fans del Madrid, aunque algunos de ellos, es el caso de Aguilar, hacen todo lo posible porque no se sepa?Y la defensa de estos señores arguirá ¿y quién ha demostrado que no  se puede ser al propio tiempo ambas cosas, de sobra es sabido que el hombre es un ser eminentemente contradictorio? Efectivamente, es una profunda, una esencial contradicción ser de izquierdas y tolerar pacíficamente uno, en su interior, las continuas mentiras, injusticias y canalladas que comete el Madrid, sin salir de estampida, como un loco furioso, de ese conglomerado absurdo de tipos que presumen de justos, verídicos y progresistas, al propio tiempo que esquilman, roban, vejan y engañan a todos los otros aficionados al fútbol que hay en España.Y yo sé mejor que nadie de lo que hablo porque, en mi lejanísima juventud, fui un apasionado seguidor de aquel Madrid cuya divina delantera estaba formada por Kopa, Didí, Di Stefano, Rial y Gento, hasta que algo, en mi interior, no pudo soportar contemplar como, un día tras otro, eso, sí, sólo cuando era absolutamente necesario, el Madrid robaba los partidos al propio tiempo que sostenía la vergonzosa mentira de que nunca lo había hecho. De modo que no tuve más remedio que abandonar para siempre aquel 4º anfiteatro, por el que yo pagaba 10 pesetas para helarme hasta el tuétano contemplando como el Chamartín, que así se llamaba entonces “nuestro” estadio, rugía de placer porque Di Stefano ridiculizaba a Mangriñán, un jugador del Valencia al que habían encargado su marcaje, renunciando a tocar durante todo el partido el balón para que este pobre muchacho fracasara por falta de objeto.

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