A Thiago lo conocí hace una semana. Vino a hospedarse al lugar donde yo vivo junto a la familia que me está cuidando y ayudando, quienes tienen una Guest House. Llegó desde Espíritu Santo, al norte de Búzios, y su mayor sorpresa fue que en todos los trabajos a los que se presentó tiene jefes y compañeros que hablan en español y se siente extranjero en su propia tierra, en su propio país. Una sensación muy rara y extraña si me pongo a analizarlo desde el punto de vista de él, (ya una vez me ocurrió algo similar en Gualeguaychú, Entre Ríos, en lo que fuera una anécdota que algún día voy a relatar porque fue, por así decirlo, una de las experiencias que me alimentó las ganas de viajar).
El portugués de Thiago es bien marcado y su manera de hablar -con ese acento "sotaque" bien nativo, sin influencias del español- no me permite entenderle tan fácilmente como al resto de los brasileros y tengo que preguntarle las cosas dos o tres veces o pedirle que hable más despacio. De todas maneras, la mayor preocupación parecer ser la de él y no la mía, ya que en el restaurant donde consiguió trabajo la mayoría de sus compañeros hablan español y él, de a poco, al llegar a casa, repasa las palabras aprendidas: zanahoria, cebolla, lechuga, cuchara...
Ayer por la tarde hicimos un trato. Yo le enseño español y él me lleva a pasear a la orla, la costanera de Búzios, de donde estamos a una cuadra, para ver el mar que, desde que me accidenté hace mes y medio, no lo he visto más y, de paso, poder respirar ese aire puro y fresco que me renueva las energías y me carga las pilas para seguir adelante.
Curso intensivo de español frente al mar.
Extrañaba estos colores e imágenes.
Al lado de la escultura de Juscelino Kubitschek, ex presidente de Brasil (1956 a 1961) quien adoraba pasar sus veranos en Búzios