En estos tiempos de pandemia están cerrados todos los centros (físicos, presenciales) de enseñanza. Pero el curso sigue. De repente, y sin tenerlo preparado, todos los docentes y todos los alumnos se han puesto las pilas como han podido y se han lanzado a la piscina.
Los centros hacen lo que pueden: Mandan correos con instrucciones, habilitan plataformas y programas para reuniones virtuales... Lo que sea. Algunos tienen más medios y más éxito que otros, pero todos se han puesto a ello.
Esta entrada al blog es una respuesta a dos fotos maravillosas, que luego son tres, que luego son cuatro.
Empiezo con esta, de mi amigo y compañero Rodrigo Almonacid, profesor en la Universidad de Valladolid:
(Por favor, clicad en ella para verla más grande)
Se ha buscado un rinconcito en la cocina de su casa, al lado del microondas y debajo del colacao. Se ha agenciado lámparas varias, que ha conectado, como el ordenador, con un laberinto de cables y ladrones, un atril en el que están dos de los libros que va a comentar, ha calzado el portátil con una caja y ya está dispuesto para empezar.
(Me pregunto si se sentará o si la dará de pie. Si se sienta tendrá que ponerse de lado, porque los muebles de cocina no permiten meter las piernas, y si se queda de pie me temo que se vaya a cansar bastante). (Bueno, a lo mejor da un paso a la derecha y otro a la izquierda, una y otra vez, y da la clase medio bailando).
Recibo además esta foto de mi también amigo y compañero Alberto Ruiz, profesor en la Universidad Rey Juan Carlos, que viene con la siguiente explicación:
(Clicadla también)
"Ñapas para poder dar clases on line de asignaturas manuales. Lo que no aprendamos de esta situación..."
En efecto, él da clase de representación gráfica y en este caso quiere que los alumnos aprendan alguna técnica manual. Para ello se ha colocado el dibujo sobre esa base de goma y ha calzado la tableta con una caja para tomar con su cámara las operaciones que vaya a hacer en directo durante la clase sobre ese dibujo en papel. De la cámara de la tableta las imágenes van a su ordenador y de este viaja a la plataforma que comparte con sus alumnos.
Como bien dice, lo que no aprenda uno en estos días... Un probo profesor de arquitectura convertido en técnico audiovisual e informático.
Ambos profesores, además, como todos, van provistos de auriculares, micrófono, cámara web, etc., para estar lo más próximos posible a sus estudiantes, responder en directo a sus dudas y repetir algún gesto o alguna explicación que no se hayan entendido bien, mientras están atentos a que algún gesto torpe e inoportuno no les tire todo el chiringuito.
Rodrigo ha debido de pensar en mis dudas sobre su postura para dar clases y al poco tiempo me manda esta otra foto:
Obviamente, de pie. Bien encajado en ese rincón y muy concentrado.
Me dice que su mujer, también profesora (y autora de la foto), da clase al mismo tiempo en el salón. Se están preparando. Tienen dos hijos, de diez y de ocho años, que entienden perfectamente (al menos durante un rato) que deben quedarse en su cuarto jugando en silencio o leyendo mientras sus padres se ganan la vida o, más bien, la reparten.
Tengo muchos más amigos docentes, pero no los puedo citar a todos. Han aprendido en pocos días a dar clases por internet, unas clases muy particulares, y de paso se están inventando a cada momento cómo hacerlas más amenas y eficaces sin otro material que los ordenadores, lámparas, auriculares y demás achiperres que ya tuvieran en casa, y también el wifi casero. Nunca pensaron que les iban a dar este uso, y tienen que ajustarse a lo que hay.
Ellos se están sobreponiendo heroicamente, tan heroicamente como en todas las demás profesiones, ¿pero qué decir de los alumnos? De ellos no tengo constancia documental, pero me los imagino. No lo tienen más fácil que los profesores.
Me refiero específicamente a los estudiantes de arquitectura (grado o máster). No se trata solo de tener una mesa para estudiar, en la que poder abrir unos libros y extender unos folios (a veces ya solo con eso se pone al límite la capacidad de sus cuartos); es que también hay que dibujar en formato grandecito, e incluso hacer maquetas.
No todo el mundo tiene una casa grande y un cuarto de estudio para él solo. No. Por lo general uno lo hace en su dormitorio, que comparte al menos con un hermano, y en ocasiones incluso con un abuelo. No hay sitio para nada, y en los tiempos normales uno iba a clase, y a la cafetería, y a la biblioteca, y tenía muchas más opciones y comodidades, y aunque finalmente había que hacer algunos ejercicios en casa, podía acordar con el hermano el reparto de tiempos. Pero es que ahora está toda la familia metida todo el tiempo en la casa, y uno no puede ni rebullirse. Y también se tiene el ordenador o la tableta que se tiene, y apenas puede uno escuchar, pero no tomar apuntes a la vez. Y el wifi también se comparte por todos a la vez, y no da más de sí. En fin, mil incomodidades.
Y, sin embargo, todo el mundo lo lleva con buen humor, y si la conexión no ha funcionado bien y el profesor se ha quedado congelado, pues se toma nota de las limitaciones, se busca para la próxima clase un sitio donde haya más señal y se vuelve a intentar. Y si hay que dar la clase o recibirla sentado en el borde de la cama se da o se recibe así. Es el único sitio de la casa donde no se corta el sonido.
Pero esto mismo les pasa a todos los teletrabajadores. Como muestra, os pongo el cartel que Susana García (@bautyblog_es) ha puesto en Twitter y que se ha hecho bastante famoso:
Y mientras tanto, todos hacemos como si no pasara nada. O al menos lo intentamos. O al menos intentamos minimizarlo. Porque la otra opción sería gritar: "VAMOS A MORIR TODOS", o: "ESTE ES EL FIN DEL MUNDO", y eso no nos apetece ni siquiera un poquito. Al menos por ahora.