Freaks, nerds e inadaptados del mundo, yo os saludo
Posiblemente muchos de nosotros a lo largo de nuestro
recorrido cultural hayamos podido encontrar un libro, una obra de arte o incluso una
película ante la que hayamos tenido la sensación de sentirnos en
cierta forma descritos, ya sea por el contexto del film o por algún
personaje que consideramos se nos asemeja en algún aspecto o experiencia de
nuestra vida. Es por ello que, a título personal, Ghost World se ha convertido desde la primera vez que la disfruté en una obra
de referencia, no necesariamente porque me sienta en la misma tesitura que sus
excéntricos personajes, sino porque a pesar de que el relato se encuentre
salpicado de toques delirantes, esta pequeña cinta de comienzos de siglo, protagonizada por una Thora Birch recién salida del éxito de American Beauty, plantea un interrogante que hasta el más común de los mortales
ha acabado cuestionándose en algún momento:“¿qué demonios hago con mi vida?”. Pero
Ghost World va más allá, consiguiendo una reflexión sobre el modo de vida que
llevamos e impregnando una imagen desde la perspectiva de una confusa
adolescente sobre una sociedad lobotomizada donde el pensamiento individualista no
florece.
Estrenada en 2001, Ghost
World, a pesar de contar con el respaldo de la crítica en innumerables
festivales, fue recibida tibiamente por el público con una recaudación inferior al millón de dólares -su presupuestó se estimó en siete veces más-. La
película tiene el sello del norteamericano Terry
Zwigoff, conocido por abanderar películas de bajo coste y con temáticas
relacionadas con el mundo de los cómics underground entre las que destacan el documental Crumb (1994), sobre la vida del dibujante de Robert Crumb (en la que también colaboró
el célebre director de la genial Carretera
Perdida, David Lynch), y por supuesto, Ghost
World, basada en la novela gráfica para adultos del mismo nombre escrita por Daniel Clowes, responsable junto al propio Zwigoff del guion de la adaptación. Curiosamente, el mayor aporte del director al libreto fue a través del personaje de Seymour, un rol menor en el cómic que en la película adquiere
mayor dimensión. El propio Zwigoff
afirmó que basó al personaje en parte de sí mismo y que luchó sin cuartel empeñado en que fuera Steve Buscemi y no cualquier otro quien diera vida al patético rol a pesar de las oposiciones del estudio.
El campo de pruebas por el que se mueven los excéntricos sujetos de la función es una ciudad cualquiera de USA, pero bien
podría ser cualquier lugar de occidente, donde la forma de vida está establecida de antemano y prefijada a una serie de rutinas y la cotidianidad marca la pauta de
la socialización. Sus protagonistas son dos jóvenes adolescentes que, una vez
terminan el odiado instituto, se encuentran ante el horizonte de sus vidas sin
saber con certeza qué rumbo tomar. Desorientadas, se niegan a seguir el patrón
de conducta establecido: convertirse en un eslabón de la cadena, ser otra Stacy Mallibú licenciada en
empresariales o quedar atrapado como simple engranaje de una maquinaria más
compleja, pero deprimentemente poco individualista. Debe haber algo más, otro
camino para salir de la apatía o la indiferencia, una búsqueda que se torna infructuosa a medida que transcurre el verano más decisivo para el devenir de
sus vidas.
Tanto Enid -una
estupenda Thora Birch- como Rebecca -correcta Scarlett Johansson- se encuentran ante un panorama desolador y una
visión carente de esperanza. Sin embargo, vemos cómo sus caminos van
irremediablemente separándose poco a poco y su distanciamiento se recrudece a medida que se alejan de la
confortabilidad y banalidad del instituto. El "mundo adulto" llama a sus
puertas para que entren a formar parte de él. Enid, no obstante, se mantiene reacia a caer en el convencionalismo de una vida sin
significado y se niega a entrar en una rueda de la que más tarde es difícil desembarazarse.
Su mordacidad y su incapacidad de conexión la mantienen aislada de un mundo que
nunca fue diseñado para ella. En cambio Rebecca,
fruto de la cobardía o quizás de que entiende que su inconformismo no es más
que una fase de la vida llamada "adolescencia", consigue un empleo y el deseo
de independencia; una quimera de la que sólo Enid parece ser consciente parcialmente: el
individualismo no existe si no tienes una capacidad de alternativas que no
supongan la escisión del resto, únicamente protocolos con los que nos diseñan y
dictan para seguir el camino con el que mejor encajes.
Mientras tanto, los días transcurren dentro de un mundo al
que el cineasta también intenta dar un color variopinto con una cabalgata de freaks, nerds o,
simplemente, gente cotidiana que Enid retrata en su propio diario dando rienda suelta a
su exacerbada imaginación, caricaturizando una sociedad gris y carente de visión
crítica. Sencillamente para Enid su
felicidad no viene determinada por el amor convencional, una carrera de éxito o
la mayor de las fortunas, su quietud y su incapacidad para dejar de escrudiñar la
conducta social la convierten en una persona obligada a convivir con un gran
peso sobre su espalda. En ese punto del debate existencial es cuando aparece Seymour -Seteve Buscemi, en la época en la que nos regalaba maravillosos freaks antes de meterse al mundo del crímen-, un cuarentón
fracasado que intenta llenar el agujero de su vida con una colección de discos antiguos. Su enternecedora timidez con las mujeres y
su torpeza a la hora de buscar su hueco acaba atrayendo a la confusa Enid en su falsa creencia de ver en él
un reflejo de sí misma. Por desgracia, el melancólico
solterón no acaba suponiendo una salida para
la encrucijada en la que Enid se
encuentra y se descubre como un casposo que anhela abandonar su soledad con desesperación. Sin embargo, realmente a lo único a lo que Enid puede aferrarse
es al anciano de la parada de bus, siempre fiel como una roca y quien
a pesar del paso del tiempo se mantiene inerte, dejándonos creer que existen lugares en los que cimentar nuestra esperanza. No obstante, el viejo acaba
partiendo y Enid termina desengañada en su falsa creencia de que aquel apacible
anciano nunca la abandonaría.
Finalmente Enid,
en un alarde de hastío, decide tomar las riendas y coger el camino más incierto,
empezar de nuevo, buscar aquel sitio confortable donde encontrar un camino, el que sea, pero despojado de la sensación de que ha sido impuesto. Ghost World es el mundo fantasma, una
sociedad sin espíritu donde deambulamos con sigilo y cuya libertad de elección
está amañada como la esperanza de la cobaya que ansía la libertad de su
laberinto. Y para Enid, su historia no ha hecho más que comenzar, amenazada por
unas reglas del juego que no comparte, un bicho que raro que se abstiene de
llevar la venda sobre los ojos y caminar al son del gentío. En definitiva, Enid se presenta
como una cruzada, una rebelde en un vulgo adormilado por la confortabilidad
de la rutina.
Ghost World es
una magnífica película que intenta dar su visión de una sociedad obtusa donde
la marginalidad por carácter se ha convertido en un nuevo modelo de
exclusión social. "La gente no ha dejado
de odiarse, solamente lo disimulan mejor" llega a afirmar la protagonista para resaltar la
artificialidad del protocolo con el que hemos crecido, ensombreciendo una
realidad que nunca ha dejado de estar ahí. El personaje de Enid revela la
curiosidad o el anhelo por descubrir que la vida puede ser algo más de lo que
se nos plantea. Terry Zwigoff consigue
filmar una película que se debate entre el drama y la comedia sin llegar en
ningún momento a desequilibrar la balanza, una película que, respetando las
viñetas del cómic pero sin ceñirse a ellos, intenta despertarnos de nuestro
letargo con el objetivo de que, finalmente, podamos acumular el valor necesario para coger el
autobús en una encarnizada y, posiblemente, estéril lucha por salir de la apatía
y lograr tomar nuestra elección, sea cual sea.