El perdón como motor del mundo
Paul Thomas Anderson,
desde luego, no es un director cualquiera. A sus 42 años y seis películas a sus
espaldas ha quedado patente que se trata de uno de los jóvenes talentos de la
industria cinematográfica no exento de ejercicios de excentricidad como Embriagados de Amor o la reciente The Master (crítica aquí). Aunque la
película que supuso el lanzamiento de la carrera del cineasta fue la estupenda Boogie Nights, un largometraje que
describía de una forma cercana la industria del cine del porno y la debacle de
ésta una vez llegael VHS. La cinta no sólo consiguió dar a conocer oficialmente al
director, que recibió el respaldo tanto de crítica como de público, sino que
también scatapultó al estrellato a actores como Mark Wahlberg y Julianne Moore Con su último gran estreno, Pozos de Ambición, un largo que contaba con el actor todoterreno Daniel Day Lewis cargando sobre sus hombros con una historia sobre la ambición sin fin y el coste exorbitado de ésta, volvió a disfrutar de las mieles del éxito, pero como
el propio Anderson afirma,"...
lo que realmente siento es queMagnoliaes, para mejor o peor, la mejor
película que habré hecho"
Una vez más, el cine vuelve
a retratar la vida de unos personajes sin aparentemente nada en común que, sin
embargo, de alguna forma u otra y siempre gracias al devenir de los acontecimientos, el destino acaba uniendo inexorablemente. A la memoria nos pueden
venir otros títulos como la notable Crash
o el clásico de Robert Altman, Vidas Cruzadas. Sin embargo, esta
indescriptible propuesta cinematográfica catapulta al espectador
irremediablemente a un laberinto de emociones desde los extraordinarios minutos
iniciales (seguramente, uno de los mejores prólogos de la historia del cine)
hasta un final cargado de emoción sin igual.
La historia nos sitúa en un día
cualquiera de una ciudad del Sur de California, adentrándonos en las
desafortunadas vidas de una esposa interesada (Julianne Moore), un padre moribundo (Jason Robarts), un policía enamorado (Jonh C Reilly), un niño prodigio también en su versión adulta (Willian H. Macy), un presentador de
televisión (Philip Barker Hall), su
hija adicta y, por último, un predicador del sexo interpretado por Tom Cruise en una de las mejores
aportaciones a su carrera.
Como ya hemos comentado,la
introducción de Magnolia resulta soberbia,
siendo el preludio perfecto de lo que estamos a punto de contemplar: un relato que atrapa
irremediablemente al espectador, expectante por descubrir si ese brillante
inicio ha sido una cortina de humo conseguida por azar o estamos ante
verdaderamente una de esas obras que marcan un antes y un después en toda vida cinéfila. El azar, precisamente, es un concepto del que muchos renegamos de la
misma formar que hacemos con el destino, incapaces de soportar el hecho de no ser nosotros quienes
llevemos el volante al coche. No obstante, en ocasiones y cuanto más observas,
menos entiendes un concepto con el que también jugaron los Coen en su imprescindible El
Hombre que Nunca Estuvo Allí. Durante los 10 primeros minutos de Magnolia contemplamos
cómo el azar provoca situaciones del
todo inverosímiles, un preámbulo que no solo determina que a veces los lazos
que nos unen pueden llegar a ser sibilinos, sino que las consecuencias de nuestros
actos, por muy insignificantes que estos sean, puede llegar a tener un impacto
inexorable.
A partir de entonces
comienza un juego narrativo fresco que mantiene
un ritmo frenético durante toda la película, armonizada por una banda sonora que
incluye clásicos de la mítica banda Supertramp. Pero si en Magnolia algo destaca por encima del resto es un
abanico de personajes a cada cual más maravilloso, ya que Anderson en su
faceta de guionista consigue describir unos roles muy humanos con los que
es imposible no conseguir sentir cierta compasión a pesar de sus
pecados. Conseguir en unas pocas lineas definir Magnolia se presenta como una ardua tarea ya que sus múltiples historias no dan para una sola
definición sobre lo que trata la obra de Anderson
a distinción de la película de Paul
Haggis, donde el “choque” marcaba la pauta de nuestros vínculos. En Magnolia los encontronazos son más
circunstanciales que el proceso que lleva a la causa y efecto, ya que quizás el
vínculo último que une a cada uno de estos personajes sea llegar a un punto de inflexión en sus propias vidas donde nada volverá a ser
lo mismo, siendo conscientes ya no solo de lo que verdaderamente son, sino también de lo que
han sido.
Todos los personajes se muestran como
personas con sentimientos reprimidos provocados por distintas experiencias cuya conexión con el resto del mundo no hace sino develar la propia soledad que les consume. No obstante, Magnolia no intenta retratar la nula empatía social con los marginados ni hacer hincapié en la inhospitalidad de la soledad, sino que esboza lo difícil que es avanzar cuando existe un bloqueo emocional tras años sobrellevando la carga de un fracaso o un resentimiento. La
película de Anderson enfatiza en las difíciles relaciones que pueden tener los padres con sus hijos a lo largo de sus vidas y cómo estos no sólo influyen en las personalidades de los vástagos, sino en todas las decisiones que tomarán a lo largo de sus -nuestras- vidas. El director de The Master consigue retratarnos éstas relaciones turbulentas no solo desde la
perspectiva de la víctima sino también desde la otra cara de la moneda, cuando los remordimientos pesan en el alma en el momento en el que Caronte empieza llamar a
tu puerta.
Como sucede en todo relato de vidas cruzadas, cada espectador tiene la posibilidad de quedarse con alguna historia más grabada en la retina
que otra, o simplemente con un personaje favorito (Julian Moore y Willian H.Macy están simplemente sensacionales). En mi caso, la que más me cautivó fue la de historia del embaucador Frank T.J. Mackey, un carismático gurú
del sexo al que Tom Cruise da vida
extraordinariamente, con nominación al Oscar como actor secundario incluida.
Cruise luchó tanto por este papel
que cobró el salario mínimo permitido por el sindicato de actores para obtenerlo y el resultado fue una de
esas interpretaciones que desentonan en una filmografía plagada de múltiples versiones de 'el primero de la clase'. Su discurso (“respetar la
polla”) inicial ante sus fieles fanáticos de la testosterona o la entrevista
con la reportera, dejando al desnudo al personaje de aparente rostro impenetrable al que tanta dedicación había entregado (“la estoy juzgando en silencio”), sin olvidar el momento de la catarsis cuando, en una noche aparentemente
cualquiera, tiene que volver a hacer frente a la imagen de su padre moribundo sobre el que finalmente se derrumba todo el odio contenido. Todo ello convierte al personaje de Frank T.J. Mackey en uno de los mejores de la carrera del carismático actor. Y es quizás
nuestra naturaleza siempre tienda al amor, siendo el odio un pose que antes o
después se desarma al saber qué teclas tocar.
Dolor, remordimientos, la
pérdida de la inocencia, el fracaso y cómo no, la felicidad, conforman los estadios sobre los que se juega en Magnolia, pero si algo tienen en común todos los personajes de la cinta es que no hay uno solo que no se encuentre a mitad del precipicio y a pesar de ello no consiga sobreponerse con una sonrisa final. Claramente, una apuesta por la visión optimista del mundo por parte del realizador. “Save me” se titula la pieza principal con la que la cantante Aimee Mann ameniza la melodía final del relato mientras vemos como el plano
va acercándose al rostro de la marchita politoxicómana al tiempo que el
inseguro John C. Really se declara
como el hombre que ha visto algo más que una flor dañada. Finalmente, termina y
vemos como la sonrisa se apodera del plano en un cierre que hace que no puedas
evitar salir de la sala con una réplica en tu rostro, porque si bien es cierto
que nunca cesará el daño que nos provocamos los unos a los otros, tampoco lo hará la
felicidad que reside en los pequeños detalles que hacen que la vida,
además de compleja en emociones, sea sencillamente bella.