Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar a los clásicos, de manera especial a los griegos, y de traerlos a colación a menudo. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.
Continúo con esta entrada la sección de Un clásico de vez en cuando dedicada a las obras de autores grecolatinos, subiendo al blog la comedia Los caballeros, de Aristófanes, que pueden leer en el enlace inmediatamente anterior.
Aristófanes (444-385 a.C.) fue un comediógrafo griego, principal exponente del género cómico. Vivió durante la guerra del Peloponeso, época que coincide con el esplendor del imperio ateniense y su posterior derrota a manos de Esparta. Sin embargo, también fue contemporáneo del resurgimiento de la hegemonía ateniense a comienzos del siglo IV a.C. Leyendo a Aristófanes es posible hacerse una idea de las intensas discusiones ideológicas (políticas, filosóficas, económicas y literarias) en la Atenas de aquella época. Su postura conservadora le llevó a defender la validez de los tradicionales mitos religiosos y se mostró reacio ante cualquier nueva doctrina filosófica. Especialmente conocida es su animadversión hacia Sócrates, a quien en su comedia Las nubes lo presenta como un demagogo dedicado a inculcar todo tipo de insensateces en las mentes de los jóvenes. En el terreno artístico tampoco se caracterizó por una actitud innovadora; consideraba el teatro de Eurípides como una degradación del teatro clásico.
Los caballeros (en griego antiguo Ἱππεῖς Hippeîs), escrita el año 424 a. C. es una desenfrenada crítica a Cleón, uno de los hombres más poderosos de la antigua Atenas, que había acusado a Aristófanes de avergonzar a la ciudad delante de extranjeros en su obra (perdida) Los babilonios). Aristófanes nunca le perdonó la afrenta y escribió Los caballeros como respuesta.
La premisa básica de la obra es que hay un hombre llamado Demos (en griego ‘ciudadanía’) que no es muy listo. Sus esclavos, Nicias y Demóstenes (dos de los generales atenienses más importantes de la Guerra del Peloponeso), están enfadados por la forma en la que el camarero de Demos, el paflagonio (es decir, Cleón), ha estado tratando a Demos y a los otros esclavos. Descubren que la forma de apartar al paflagonio del poder es reemplazarlo por un vendedor de morcillas. Los dos esclavos encuentran al vendedor y le explican su plan, mostrándose éste más que dispuesto a ayudarles. La obra degenera entonces en el vendedor de morcillas amenazando con hacer todas las cosas terribles que el paflagonio hizo a Demos, y más. Ambos intercambian insultos, e intentan superarse uno al otro en idiotez y grosería. Al final, Demos decide que tomará al vendedor de morcillas como nuevo camarero. El vendedor de morcillas resulta no ser un tirano cruel, habiendo dicho tales cosas sólo para ser elegido, trayéndole a Demos una Tregua (personificada como una hermosa doncella). El castigo del paflagonio es tomar el antiguo trabajo del vendedor de morcillas, «debe vender morcillas de carne de burro y perro: perpetuamente ebrio, intercambiará obscenidades con prostitutas y no beberá más que al agua sucia de los baños.» Además de la crítica a Cleón, esta obra es notable por su poco favorecedor retrato del pueblo como tonto, fácil de engañar e inconstante. Al final, sin embargo, muestra una conclusión iluminadora, de Demos siendo devuelto a como era en su juventud, lo que representa la vuelta de Atenas a su edad dorada a pesar de toda la corrupción e intriga en el Ática durante la Guerra del Peloponeso.
Imagen de una representación actual de Los caballeros, de Aristófanes
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
HArendt
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)