La economía argentina paga ahora un alto precio por una política populista basada en la exacerbación del consumo y que presentaba al Gobierno como enemigo del capital extranjero y amigo de los derechos humanos
Si bien todo indica que camina raudamente al ocaso, no se puede desconocer que durante los primeros ocho o nueve años de los 10 que lleva en el poder, el kirchnerismo ha sido en términos políticos un régimen muy exitoso. Ha sido el único desde que volvió la democracia en la Argentina en 1983 que ha llegado a su tercer mandato consecutivo y ha ejercido el poder con un control inusitado sobre la vida del país. Ningún otro Gobierno en democracia detentó tanto poder e impuso sus políticas como el régimen actual, a pesar de encontrarse hoy acorralado en sus propias garras.
¿En qué se ha basado su fuerza y su éxito? Se ha sustentado principalmente en tres vigas maestras.
La primera de ellas, en exacerbar por todos los medios y con todos los resortes del poder el consumo popular desde el primer día de gobierno. Su consigna fue llenarle los bolsillos a la sociedad con la convicción de que con esa fórmula jamás perdería su apoyo. Y lo hizo promoviendo año a año subidas reales del salario sin aumentar la productividad y repartiendo millones de planes sociales que socavaron la cultura del trabajo y crearon dependencia clientelar.
Otra viga consistió en presentarse ante la sociedad como el principal enemigo del establishment (con la cuidada excepción de sus socios y sus empleados), de las clases altas y del capital extranjero. La consigna consistió en que ningún otro actor de la escena política argentina encarne como ellos el enfrentamiento a las élites y al sistema internacional.
Buscaron capitalizar así el justificado resentimiento que existe en general en la sociedad hacia el establishment. Resentimiento sobre el cual el autor ya se explayó en este periódico, con la nota Las culpas de las élites de Argentina. El establishment siente a su vez que sectores mayoritarios de las clases media y baja han apoyado causas políticas que, supone, destruyeron el país.
La consigna fue llenarle los bolsillos a la sociedad con la convicción de que así jamás perdería su apoyo
El kirchnerismo interpretó y aprovechó muy bien esa fractura. En esa cruzada, colocó en el mismo plano de enemistad al sistema financiero internacional, con el que dinamitó todos los puentes y al cual ha acudido con desesperación en los últimos tiempos, para que le brinde un salvavidas que lo exima de hacer los ajustes que pretende imponerle la realidad.
La tercera viga consistió en una alianza con las organizaciones de derechos humanos —para tener cobertura moral— y un arreglo con sectores de la intelectualidad, la cultura, el periodismo, el deporte y el espectáculo, a fin de tener presencia mediática y comunicacional.
Engarzadas las tres vigas en un relato emancipador y bajo los eslóganes de la distribución y de lo nacional y popular, se hipotecó el futuro del país, ya que esa combinación conlleva inevitablemente el desaliento a la inversión. Y con un estilo autoritario y absolutista de ejercer el poder.
La exacerbación del consumo funcionó exitosamente hasta que se agotaron los recursos. Fue una palanca extraordinaria en la construcción de poder basándose en dos aspectos: el haber iniciado la carrera consumista justo después de la caída más brutal del consumo que haya experimentado la Argentina en su historia, con lo cual, había mucha tela para cortar. Y sobre todo en las consabidas condiciones tan favorables en el plano económico internacional que llegaron justo al inicio del ciclo kirchnerista, donde los precios de las commoditiesfundamentales de las exportaciones argentinas experimentaron unos precios excepcionales y la disponibilidad de liquidez y bajas tasas de interés en el mundo favoreció el comercio y la inversión.
Esa exacerbación del consumo se llevó adelante sin reparar en ninguna consecuencia, como si un coche se desplazara todo el tiempo a 150 kilómetros por hora sin contemplar curvas, subidas o bajadas. Y una carrera no se gana yendo a 150 todo el tiempo. La alternativa de transitorios “ajustes” o de “enfriar la economía” por un periodo breve estuvieron siempre descartadas.
Con la defensa de lo nacional y un relato emancipador se hipotecó el futuro del país
La gran mayoría de la sociedad, que mide las cosas según los resultados, palpó en carne propia esa bonanza. Fueron casi 10 años de abundancia, algo absolutamente desconocido en un país donde los ciclos suelen durar dos o tres años y luego viene un freno. ¿Por qué entonces escuchar las voces agoreras? ¿Por qué no seguir apoyando la fiesta?
El mito de los superávits gemelos (de comercio exterior y fiscal) y el dólar competitivo de los primeros años, fue apenas una circunstancia y no un sistema de manejar la economía. Desaparecieron incluso mucho antes de que Néstor Kirchner dejara este mundo.
Si uno va a un restaurante e invita a todas las mesas, al salir debe pagar la cuenta. Y al Estado no le alcanza hoy la billetera para pagarla. Quemó ya todos los activos comunitarios. Para seguir necesita que alguien le preste. Pero rompió lazos y credibilidad con los potenciales acreedores. Y a Dios gracias, pues la mayor tragedia para el país sería asumir deuda pública para financiar consumo. Por ese camino la Argentina iría derecho a otro default aún más estrepitoso que el de 2001.
Por eso, desde este análisis, se considera entre lo más destacable de la actual Administración haber roto con el sistema financiero internacional, y haber inhibido al país de recurrir a deuda externa para financiar consumo, es decir, viajes a Miami, fútbol para todos (los derechos para ver el futbol en canal abierto y sin coste), el atesoramiento de dólares de sectores pudientes —vaya, qué paradoja— en el marco de la flexibilización del cepo cambiario, y cuantas otras experiencias nefastas y absurdas que Argentina ya vivió.
Es cierto que esa ruptura perjudicó a las empresas argentinas, a las que el autor de esta nota considera pilares imprescindibles para el desarrollo del país. Pero ellas se hubieran hundido junto al portaaviones de la nación en el cual se asientan si el país recurría irresponsablemente una vez más al crédito externo para financiar gasto. El crédito externo debe reservarse para un modelo de inversión.
Fruto de esa exacerbación del consumo, el Gobierno padece una crisis fiscal de muy graves consecuencias. Lo que recauda por todos los conceptos no le alcanza para cubrir sus gastos. Como no tiene quien le preste para cubrir el faltante debe emitir más de lo que corresponde, a fin de pagar sueldos y gastos de la Administración. Esa emisión sin respaldo, es decir, no sustentada en una cantidad equivalente de bienes que el país no produce, hace que el peso pierda valor y la gente huya a refugiarse en el dólar. De ese proceso resulta eso que se llama inflación, que destruye toda la economía y el poder de compra de los salarios, y que fue de casi el 30% el año pasado, y promete entre el 5% y el 6% para los dos primeros meses de este año. Y ello marca el fin de la marcha triunfal del consumismo.
La inflación, que en 2013 llegó casi al 30%, mina el poder adquisitivo y está destruyendo la economía
Simultáneamente está la crisis de los servicios públicos, sacrificados precisamente en esa doble estrategia: se congelaron sus precios para que a la gente le sobre dinero para gastar en otras cosas y de paso se castigaba al capital extranjero que vino al país en los años noventa.
En las últimas semanas se han tomado medidas que eran imprescindibles para la producción y las economías regionales, pero sin atender la cuestión de fondo que es el déficit fiscal. En el actual contexto, las mejores medidas correctivas resultan entre inocuas y perniciosas si no se corrige simultáneamente el agujero fiscal.
Mientras el Gobierno no dé una señal contundente a los mercados de que está decidido a recortar el gasto público, estos jugarán en su contra. El mercado, para darle apoyo, exige un corte significativo en los gastos que conduzca al equilibrio fiscal. Es decir, que los gastos igualen a los ingresos.
¿Qué sacrificar? ¿Por dónde cortar? Si es que por esas casualidades se predispusiera a hacerlo (algo de lo que ha abjurado), sería la primera vez en la historia argentina que un Gobierno que se autodefine como nacional y popular deba hacer sangrar a su pueblo en la receta de la realidad.
Ricardo Esteves es empresario argentino y cofundador del Foro Iberoamérica.
DIARIO EL PAÍS