Tiempo ha, en una piscina madrileña, concretamente en Torrelodones, a la luz del sol de mediodía, con el correspondiente bochorno, me encontraba yo tumbado en una hamaca contemplando como las gotas de sudor que manaban de mi frente luchaban por acariciar mis ojos.
Sin embargo mi mente estaba muy alejada de aquello, concretamente cinco metros. Cinco metros para alcanzar el sueño de cualquier chaval en su (pre) pubertad. Ver, como mínimo, una teta. Gran cosa para aquellos tiempos.
Yo me hacía el despistado, ella también, pero lo hacíamos tan mal que todo resultaba muy evidente.
Nuestras miradas se cruzaban todo el día, desde por la mañana hasta por la noche, pero ninguno de los dos decíamos nada, por un absurdo miedo al rechazo y a lo desconocido.
Yo apenas había tenido un par de besos en mi bagaje mujeriego, bastante tímidos y, como es costumbre en esos años, carentes de otro sentido que el experimental, pero sabía que aquella vez no iba a ser así, sabía que si daba un paso hacia el frente, iba a experimentar algo desconocido para mí, y la sola idea de que otra persona del sexo contrario me correspondiera me producía un pavor incontrolable.
El momento de máxima tensión llegó por la noche. Resulta que se había organizado una pequeña barbacoa debajo de un enorme árbol que había en la finca. Como en toda barbacoa, lo típico, sardinitas de lo que en aquel entonces era el PRYCA, chorizos y carnes varias.
Yo estaba de pié intentando comer una sardina, y ella sentada haciendo que comía en el extremo contrario de la mesa, mirándome fijamente pero con la cabeza gacha, como si quisiera que no me diese cuenta, pero no pudiera evitarlo. Aquella mirada era tan intensa que tenía ganas de salir corriendo gritando auxilio, pero mi cuerpo prefirió una maniobra evasiva mucho más sutil, a la par que estúpida e inútil.
- Voy a la piscina, a darme un baño – dije en alto.
- Yo también – dijo ella poco después
Me entró un pánico indescriptible, y bajé hacia la piscina ignorándola y mirando hacia el muro de la finca, evaluando las posibilidades de saltar el muro y salir corriendo para no volver nunca más, pero desestimé rápidamente esa idea, cuando comprendí que saltar un muro de dos metros y medio, caer por un terraplén hacia un lecho de plantas que no tenían pinta de ser muy amables, era propio de gente como Rambo, sin embargo yo tenía pocas posibilidades de salir vivo de aquello.
Pensé que otra posibilidad era fingir que de repente me encontraba muy enfermo, y caer al suelo redondo con grandes dolores y convulsiones, pero no era muy buen actor y se iba a notar pronto. Así que no me quedaba más remedio que improvisar ante el problema que se me planteaba, pero sin escapar.
Me quité la camiseta y las chancletas, y me tiré a la piscina, haciendo caso omiso de la chavala que se había quedado de pié sin decir nada, y como es normal a esas edades, me puse a hacer el subnormal en la piscina con volteretas en el agua y esas cosas.
Seguía yo en mis quehaceres acuáticos cuando algo me agarró un brazo. Miré hacia mi supuesto agresor, y allí estaba buceando, con los mofletes hinchados y el pelo haciendo formas extrañas. Supongo que ella no se daría cuenta pero esa escena se me hizo más bien cómica, sobre todo por el jodido careto que puso al hinchar los mofletes. Emergí hacia la superficie, y como todo buen pre-adolescente, me partí el culo de semejante tontería.
Aunque por aquél entonces no sabía ni qué era romper el hielo, lo cierto es que al final nos reímos los dos. Cuando las risas se acabaron, me encontré de nuevo con el sentimiento de pánico anterior. Mi cuerpo que quedó quieto como una piedra, el enemigo se encontraba tan cerca que no había trinchera donde esconderme (donde esconderla sí, pero en aquél entonces esas cosas pertenecían al mundo de los adultos, no el mío, yo pensaba en otros términos).
Se me pasó de todo por la cabeza, ella empezó a nadar lentamente hacia mí, pero pensé que después de todo, sólo me iba a dar un beso, no era para tanto, yo ya me había dado unos cuantos besos, y no pasaba nada, además mi primo Mauro (casi) se besaba con su perro, y no creía que a la chica le oliera tan mal el aliento como al perro de mi primo.
Así que cerré los ojos cuando la ví relativamente cerca, esperé… y no ocurrió nada, así que abrí los ojos de nuevo, y allí estaba otra vez.
- ¿Por qué cierras los ojos?
- No sé… pensé… es igual…
- El beso me lo tienes que dar tú a mí.
- Vale...
Y le dí un tímido beso. Sí, por aquél entonces era gilipollas, hoy en día me cabrearía que me dijeran algo así, supongo que la mandaría a paseo o me cagaría en algo de su propiedad, pero bueno, tenía la edad que tenía, y ella también, estaría en la edad “princesita”, ya sabéis…
- ¿quieres ver una cosa?
- ¿El qué? (tierna ignorancia…)
- Mira
Y me enseñó… bueno, lo que sería una teta pre-adolescente, es decir, poco más bulto del que tenía yo en el pecho. Por suerte o por desgracia, yo ya había visto las tetas de mi hermana, de mi madre, y de otros miembros familiares femeninos, que acostumbraban al topless, así que aquella visión no me produjo ningún interés especial, aunque el gesto sí que tuvo cierto significado, pues era la primera vez en mi vida que alguien del sexo contrario se “desnudaba” delante de mí.
Toqué la teta un par de veces y dije:
- Está bien.
Y nos dimos, lo que creo que fue el primer morreo de mi vida.
Fue mi primera experiencia cercana en cierto modo a lo sexual. La recuerdo con cierta gracia, pues en aquellos años las cosas eran diferentes. Ver un pezón resultaba una experiencia tremendamente emocionante. Después de aquello podías salir a la calle diciendo que eras un hombre de verdad, aunque sólo fueras un pipiolo, podías mirar por encima a los demás. Formabas parte de una élite privilegiada agraciada con el conocimiento sobre la verdad de nuestra existencia.
Era la época de las codiciadas revistas porno, en torno a las que nos reuníamos como si se tratara de una hoguera, con gran secretismo, para observar lo que nosotros desconocíamos que era silicona, mientras exclamábamos ¡vaya tetas!, cuando siquiera sabíamos lo que se podía hacer con ellas.
Tiempos de incursiones furtivas en los baños de las chicas para observarlas mientras se cambiaban, saliendo siempre decepcionados al comprobar que distaban mucho de lo que la revistas nos mostraban.
En definitiva, eran los 90. Aquellos años en los que cualquier evento relacionado con lo sexual se convertía en una reunión secreta y avergonzante.
La sexualidad no se entendía como se entiende hoy en día. Ahora vivimos en un mundo en que los niños ven una teta detrás de un click, y más de una teta también. Mires a donde mires hay sexo, y explícito. Todo es aquí y ahora, lo quiero ya. No se enseña el placer por descubrir, y desde mi punto de vista es una pena.
Muchas veces he pensado que es una lástima que los chavales que hoy día tienen 10-11-12 años no van a descubrir lo que significa el sexo, no van a poder recordar sus primeros cameos como los recuerdo yo, ellos ya lo tienen descubierto.
Cuando vayan a follar por primera vez dirán, esto es un clítoris, y aquí está el punto G, y si hago esto tienes un orgasmo, y si hago esto otro te meas por la pata abajo. Y lo peor es que sabrán hacerlo.
Recuerdo que mis primeras veces fueron más experimentales que complacientes, tanto para mí como para ellas (Aunque nosotros somos más fáciles de complacer). Aprender todo lo que se pone en práctica a la hora de irte a la cama con una mujer, me llevó tiempo y no pocas situaciones incómodas.
Pero todo eso, desde mi punto de vista, todas esas situaciones incómodas y no tan incómodas, son necesarias. Son necesarias por que si no vives todo ese proceso de aprendizaje no valoras el juego en su justa medida.
Todo aquello hace que, después de echar un polvo pueda pensar que me lo he currado. Supongo que ellos pensaran que se lo ha currado Google.
El sexo hoy en día se entiende como algo completamente normal, algo con lo que lógicamente, estoy de acuerdo, sin embargo lo que no me gusta es que tiene una connotación casi… como si fuera algo cotidiano. Y me da la impresión de que eso estropea su “magia”.
Se convierte en algo como fregar o barrer, en algo como comprar un coca-cola. Metes 1€, follas, y después sigues con tu vida.
Como alguien de cuyo nombre no me acuerdo, se parte desde un punto de vista erróneo. Se da por supuesto que algo, cuanto más expuesto, más atractivo. Sin embargo eso erradica por completo el placer por investigar sobre lo desconocido.
Estoy completamente de acuerdo con enseñarles a los chavales todo aquello relacionado con el sexo, sin embargo, a la vez me dá lástima, pues ellos no van a poder disfrutar del sexo como algo prohibido (lo que añade MUCHO morbo), algo desconocido y por descifrar.