Revista Cine
Director: Gaspar Noé
Desde hace más o menos una semana o poco más he estado yendo, durante las mañanas, a la Biblioteca Nacional a leer aquellos libros, conjuntos de cuentos y novelas, que no están a mi alcance ya sea porque no tengo dinero o porque dichos títulos no se encuentran en el mercado (y si lo están, volvemos a lo primero: están muy caros). Llegué a tal resolución gracias a una fallida compra de Citroneta Blues de Luis Domínguez, libro que según el librero al que voy recurrentemente (es decir, tres o cuatro veces en el año, cuando de repente tengo dinero en mi bolsillo) tenía, así que ven mañana nomás me dijo, así que fui nomás al otro día pero, maldita sea, no lo tenía, pensaba que lo tenía pero no, así que me devolví a mi casa masticando la frustración, pensando que, en definitiva, si quería leer algo la Biblioteca Nacional es la única solución. Y lo ha sido; de qué manera he avanzado y leído títulos, eso sí cortos, conjuntos de cuentos o novelas cortas o simplemente nouvelles, por ahora no voy a lanzarme con aquellas novelas de más de 200 o incluso 300 páginas que, desde luego, quiero leer, pero en el futuro. He leído harto, y lo mejor es que sin apurarme ni nada; parece que el ambiente silencioso de la sala Gabriela Mistral aumenta mi concentración y mi efectividad lectora; la mayoría de los días cumplo la meta propuesta. Así las cosas, no quiero revelar mucho, no por ustedes sino que por mis enemigos, pero, por ejemplo, no recomiendo tanto Citroneta Blues, que me decepcionó un poco, pero sí recomiendo totalmente Juegos de verdad, una novela de cincuenta páginas escrita por Patricio Guzmán (y editada por Luis Rivano) durante los sesenta, y todavía tengo pendiente otros tres cuentos suyos (no los conocía, por lo que no estaban en mi plan, en mi lista, en mi día a día, pero un hueco les voy a brindar). Recomiendo también la obra, pequeña pero de gran calidad, de Herbert Müller, de gran profundidad psicológica y filosófica, dueño de una cuidada prosa, fluida, y de un sentido del humor tan ligero como agudo e incisivo, el cual se nota más en sus cuentos, de tal forma les recomiendo Perceval y otros cuentos, La noche en casa, Sin gestos, sin palabras, sin llanto y, sobre todo, Ciertas leyes que rigen a los astros..., este último un delicioso y fascinante cruce entre ensayo, memorias y anecdotario. Me reservo otros títulos y autores para que nada me roben, y que no se diga que no me he arriesgado con lo recomendado; con suerte, mis enemigos, flojos y tontos y ladrones y carentes de ideas propias, ya no se dejan caer por estos lados.
Cuento esto por algo aparentemente nada que ver. Ayer jueves, mientras leía, noté que un curioso viejo entraba a la sala e iba a pedir un libro. No diría que excéntrico o extravagante, pero era un viejo curioso, curioso viejo. Vestía shorts blancos (blanco crema, un blanco con clase y sabor), polera negra ni tan holgada ni tan ceñida, y un sombrero que me parece de playa, o sombrero veraniego, de este estilo (perdonen mi falta de vocabulario). No sólo su vestimenta, sin ser realmente particular, lo destacaba del resto, sino su forma de caminar, relajada pero segura o firme, de alguien que camina con calma, pausadamente, hacia un lugar que conoce de antemano, sin perder el tiempo en distracciones ni nada. En cualquier caso, lo que me llamó la atención fue, digamos, su aura. Quizás yo lo noté solamente, pero para mí era un viejo que no podía pasar desapercibido entre la gente. El asunto es que hoy en la mañana, cuando llegué, él ya estaba esperando su libro. El mecanismo es el siguiente: uno reserva el título en cuestión en un computador ubicado al costado del mesón en donde está el bibliotecario; al otro lado de este, en una tele afirmada en la pared, en lo alto, se puede ver el estado de la solicitud: "en proceso..."; "retirar libro"; etc. Hay tres columnas de información: el estado, el título del libro y el nombre de quien lo pide. Y bueno, cuando hice mi solicitud y me acerque a ver en qué estado estaba, me fijé en un nombre: Pablo Perelman. Ya saben, Pablo Perelman, el director de cine, director de "Imagen latente", "Archipiélago" y "La lección de pintura", todas las cuales he comentado por acá. Y eso: me pareció divertido. Tiene sentido que alguien con tal seguridad y relajo, tan llamativo, sea director de cine. Desde luego no le dije nada ni me acerqué porque la biblioteca es para leer y no para hacer vida social, y porque tampoco su obra me ha impactado mucho, de hecho de "La lección de pintura" no dijimos nada bueno (el pobre Adolfo Couve se revolcaría en su tumba ante semejante y fallida adaptación de su novela), así que mejor que no. A lo mejor me reconocía como el sujeto que dijo tantas cosas feas de su película y me daba de librazos en la cabeza ahí mismo. En fin, esa (malditamente larga) historia quería contar. Seguramente nadie en esa sala, salvo yo, sabía que había un director de cine entre ellos. Curioso, ¿no?
Yo seguiré yendo por las próximas tres semanas. Espero avanzar un montón. Por eso no me he sentido tan mal en estos días de poco cine, por lo demás: siento que, a pesar de todo, he aprovechado mi tiempo. En realidad son libros buenos los que he leído, aunque no deja de amargarme que por acá no se pueda ver algo en paz, qué barrio de mierda y vecinos de mierda.
Ahora bien, hablemos de "Climax", lo último de Gaspar Noé. Es, desde luego, una película de Gaspar Noé. Me ha gustado su primera parte, en la que los personajes simplemente se dedican a bailar y disfrutar su amor por el baile. Tiene la coreografía inicial que es alucinante y deslumbrante, sin mencionar esa secuencia cenital con los bailarines haciendo solos realmente buenos. Noé pone los créditos en donde se le da la reverenda gana, mete mensajes, diálogos bien tontorrones, hace lo que quiere, es decir, es puro Noé y debo decir que esa primera parte me encanta. Luego llega la segunda parte, cuando todo, en todos los sentidos, se va un poco a la mierda, y es que tampoco se va a la mierda total ni memorablemente. Siendo el director de "Irreversible" o "Solo contra todos", "Climax", al menos la parte en que todo se despeña en un abismo de sinsentido y locura, es bastante blanda y amable y si quería apostarlo todo por el impacto, la verdad es que se quedó a medias. Ahora bien, algo me dice que no quería, en realidad, apostarlo todo por el impacto y el seamos locos, sino que quería comunicar algo, pero acá el otro problema: el Gaspar Noé místico y espiritual y esotérico (que "nació" manifiestamente con "Enter the Void", aunque algo de ello vibraba en aquel otro film con Monica Bellucci) no es para nada interesante, menos comparado con el Gaspar Noé oscuramente humanista, el pesimista, el de la asfixia existencial, el nihilista de "Carne" y "Solo contra todos" y, en parte, de "Irreversible". O sea, ¿de qué trata "Climax"? Digo, aparte de un grupo de bailarines que, al ser drogados con LSD (uno pensaría que, con tal nivel de locura, lo que consumieron fue alguna droga sintética de esas que te transforman en zombi, ¿no decían que el LSD era más "divertido"?), caen en una espiral de violencia y desenfreno sexual, aparte de eso, ¿de qué se trata? ¿De un renacimiento espiritual? No me vengas con esas, hermano de cumpleaños. "Morir es una experiencia extraordinaria". Supongo que Noé y Jodorowsky e incluso Winding Refn podrían compartir una maravillosa velada intercambiando ideas, pero no sé si sea una tertulia que yo quisiese escuchar.
En pocas palabras, luego de unos geniales primeros 45 minutos de baile, vienen otros 45 minutos de gente quemándose el pelo, Sofia Boutella imitando a Isabelle Adjani en "Possession" (cinta que se ve en el costado derecho de la tele de las entrevistas del principio: Noé explicándose desde el inicio), un incesto que casi fue pero no fue, un niño que se muere, un aborto, peleas, gente con miedo, luces rojas y verdes y azules, la cámara haciendo piruetas (lo mejor de esta parte; Lubezki seguramente se corrió cien veces: él y González I. le copian la cámara que Noé viene haciendo desde principios de milenio ¿y quien obtiene el oscar?) y uno que otro vomito, sangre y saliva. Y la revelación de quién le puso la droga a la sangría que todos bebieron. ¿Se imaginan a Noé jugando a un relato de misterio detectivesco a lo crimen de cuarto cerrado? Oh, se vale soñar.
Con todo, "Climax" es una película inocentemente divertida.