Aún no salgo de mi estupor. Mi estreno con Gaspar Noé ha llegado de la mano de Climax, su última producción, y las sensaciones que me ha producido su visionado son tan extremas como fascinantes. Ahora entiendo mucho mejor el estatus de creador polémico y minoritario que arrastra consigo el director argentino, y es que Climax es cualquier cosa menos una película convencional.
Está claro que Noé no entiende de líneas rectas, y comienza su película como le da la gana. De hecho, lo primero que vemos —una chica caminando por la nieve— corresponde con el final, para a continuación asistir a una original presentación de personajes a través de un vídeo que contiene una serie de entrevistas a todos ellos. A partir de ahí, la locura. Se pueden decir muchas cosas de Climax, pero ante todo hay que aclarar que es una película inclasificable. La trama, si es que la hay, gira alrededor de un grupo de bailarines que ensaya una coreografía. Tras el ensayo viene una noche de fiesta en la que alguien parece haber adulterado la bebida con un potente alucinógeno. Ello derivará en una verdadera pesadilla de tintes surrealistas.
Puede que sea acertado englobar a la película en el género de terror, aunque Climax es muchas otras cosas; y puede que haya algunas influencias lejanas en su concepción –tanto el hecho de que los personajes sean bailarines en un ensayo, así como el protagonismo de los colores en la escenografía, pueden recordarnos a la Suspiria de Argento–, pero no voy a negar que Gaspar Noé ha creado algo plenamente original, nuevo y arrebatadoramente extremo. La manera en la que el director ataca una situación aparentemente normal para dotarla de un gradual proceso de extrañamiento me parece sublime. Este desarrollo de la acción sumerge al espectador directamente en el meollo de la locura, en el mismo corazón del infierno que se desata. Tanto las situaciones dantescas que se producen —algunas de ellas dan verdadero mal rollo– como la transformación a película de terror, hacen de Climax una experiencia subversiva que dispara a la psique del espectador para probar su aguante respecto a lo que se muestra o sugiere.
La planificación del director alcanza niveles rayanos en la locura, regalándonos una serie de planos secuencia tan intensos como la inicial coreografía, que de alguna manera ya anticipa el enajenado delirio posterior, siempre desde una óptica que tiene mucho de teatral y, aparentemente, de improvisación. Visualmente la película adopta el tono pesadillesco que se trasladará a la propia trama, gracias a iluminaciones coloridas y al mismo tiempo oscuras. Especialmente remarcable —aunque estoy convencido de que mucha gente lo detestará— es el tramo final en el que el director pone la cámara boca abajo para ofrecer durante unos largos minutos un caótico frenesí sin medida, en el que los personajes casi parecen transmutarse en auténticos muertos vivientes en su concepción máxima. Absolutamente increíble.
El reparto coral funciona como un ente orgánico, regido por diferentes miembros autónomos entre los que destacan Sofía Boutella como único rostro conocido, Souheila Yacoub o Romain Guillermic. Es apreciable que prácticamente todos vienen del mundo de la danza, comprobando la increíble manera de moverse en pantalla ya sea de manera individual o colectiva. Pese a ello, todos dan la talla cuando han de ponerse a interpretar, contagiados por la intensidad de la propia película.
Hablaba en la crítica de Piercing sobre la necesidad del cine de mostrar caminos y visiones originales que se salgan de la línea marcada por el cine de encargo de las grandes productoras. Sin duda, películas como Climax están llamadas a convertirse en punta de lanza de esta tendencia, que indudablemente será minoritaria, pero también será recordada. Climax puede ser excesiva, incoherente, agresiva hasta lo insoportable, pero es una experiencia que todos deberíamos hacer nuestra. Excepcional.