Mi amigo Enrique, que en PAZ descanse, era un ingeniero jubilado que trabajó en los Astilleros Barreras de Vigo. En sus horas libres (y de prejubilado), se dedicaba también a la consultoría de Calidad y Medio Ambiente, principalmente. Cuando me acercaba a su ciudad, que fue “mía” la mayoría de mi vida y de la que me alejé más al norte – en la misma comunidad gallega – por motivos de trabajo, solía llamarlo y quedábamos a tomar unos vinos y a tapear. En esos actos ideábamos un montón de proyectos que nunca se llevaban a cabo pero que daban para eso, para la “xuntanza”, para la risa, el sarcasmo y, cómo no, para “arreglar el país”, como se arregla en infinidad de reuniones sin que se note un pelo tanta mano de obra o tanto meneo de lengua; sigue hecho unos zorros o mejor cabría decir hecho por unos zorros que viven entre millones de conmovedoras gallinas y no se le conocen depredadores entre la fauna hispánica, ni las fauces de las urnas son capaces de acabar con esa plaga. Lo acabamos de ver en Andalucía.
Lo que más me calaba de Enrique eran sus sabias frases y consejos, siempre adobados con ingenio (de ingeniero) y retranca, me quedaba con mono de sabiduría cuando me faltaban; una de mis drogas favoritas es el licor de sabio, deja un poso que calienta y perdura. Tenía (tiene) un hijo que es biólogo y le preocupaba porque daba tumbos por ahí en pos de afianzar un trabajo serio y “lo más fijo posible”, hacía de todo un poco y de lo más variopinto. En un punto de esas andanzas se para el padre y me dice: “Antonio, estoy harto de decirle que lo que tiene que hacer es clonar angulas”. Me partía, francamente, la idea es tan genial como descabellada, pero, ¿por qué no?
Este excelente manjar que he tenido la oportunidad de degustar muchas veces cuando la empresa le pagaba la “papancha” a sus clientes (y a mí, que era el encargado de complacerlos, porque pagarlas por libre era mucho de dios para mi flaca economía) se llega a cotizar a casi mil euros el kilo por navidades. En mis épocas de comercial me las traía con el departamento contable al justificar las comidas (ha sido una constante), con evidente envidia sus responsables me decían “joder, Antonio, es que 300 € por una comida para dooos…”, conste que las instrucciones de mi jefe iban por ese dispendio, y les respondía, habla con fulano (fulano era el supremo y jefe de ambos), para acabar rematando “no imaginas cuánto marisco tenemos que comer los comerciales para ganarnos el garbanzo, y bien sabe dios lo a gustito que me quedo con unas sardinas y unos pimientos de Padrón”. Jodíaaa…
Pues sí, se hubiese forrao, y le insistí a Enrique que si hacía falta apoquinar en el proyecto podía contar conmigo. Esto de clonar está muy bien, si se ha hecho con ovejas (y vete a saber con qué otros bichos, incluidos los humanos, en secreto, seguro) a ver por qué no se puede hacer con las “humildes” angulas, por muy escurridizas que sean. Aunque no tenga mucho que ver me acuerdo de otro ingenio bien distinto, el de la ínclita alcaldesa de Madrid, Ana Botella, que cuando pretendía aclararnos el matrimonio homosexual decía que no se podían mezclar peras con manzanas (la manpera o la peraman, con perdón). ¡A ver por qué no!, pues anda que no hay cientos de frutas en la actualidad que provienen de cruces o injertos homosexuales, lésbicos o hermafrodíticos, yo qué sé. El licor de esta botella me sienta fatal.
A esta mujer a la que no le gustan nada los huevos revueltos de Chueca va y se empeña en descubrir los restos de Cervantes (convento de las Trinitarias) y eso es lo que ha encontrado. En una fosa que tenía la inscripción M.C. (¿Mausoleo Común?) se encuentra un revoltijo de huesos, un surtido, tres huesos de un señor mayor mezclados con los de otras 14 personas ¿todos hombres?, de huevos ni rastro, obviamente, aunque cabe suponerlo, madre mía. Imposible identificarlos con exactitud al no poder hacerse la prueba del ADN. Apuesto mis cataplines a que en la cabeza de esta señora no hay ni una línea de El Quijote, no creo que haya científico capaz de encontrar un trazo de esa obra en su mollera. Pero en sus ovarios está descubrir al mismísimo Miguel de Cervantes, por muy descubierto que ya esté y por muy grande que sea su legado. Ella quiere huesos. Vamos, como no consiguió las olimpiadas quiere montarse un tour cultural que lleve la vitola Botella, quiere vincular su historieta a la Historia del mismísimo Miguel de Cervantes. El desvarío salió por unos 124.000 euros del ala, de ala de las mismas gallinas de siempre.
El negocio verdadero ha sido clonar gallinas…sin gallinas no se puede vivir tan bien…