Revista Cine
Director: Stephen Poliakoff
Acá estamos ante otra de esas películas que de repente se instalan como "la próxima a ver" hasta que algo más interesante, sea otra película u otra actividad, hace que tal propósito caiga en el olvido. Hace poco recordé que quería ver "Close my eyes" cuando en la radio daban esa canción de Aerosmith en que Steven Tyler canta I don't want to close my eyes..., y ésta última frase comienza a resonar en mi mente y me digo, "hey, tienes que ver "Close my eyes" con Clive Owen, Alan Rickman y esa bella mujer que completa el triángulo", y acá estoy. Le tenía fe, y si bien no es mala, de hecho, considero que me ha gustado (no con pasión ni con locura, sino con moderación), hay algunas cosas a reprochar que demuestran que, después de todo, la segunda película de Stephen Poliakoff, un sujeto que luego de un par de cintas más se ha dedicado casi por completo a la televisión inglesa, es más irregular y superficial de lo que aparenta.
Clive Owen es, si mal no recuerdo, Richard, un sujeto exitoso y triunfador entre las mujeres que tiene una hermana, llamada Natalie e interpretada por Saskia Reeves, que no tiene suerte ni en el juego ni en el amor, y que se encuentra permanente insatisfecha con su vida. Entre estos dos hermanos surge una relación incestuosa que veremos desarrollarse a lo largo de los años, las relaciones con terceros y la evolución (o involución) personal.
No estoy indignado con esta película. Como digo, no pienso que sea rematadamente mala, sino que está lamentablemente desaprovechada. Más que críticas airadas, las palabras que siguen son tristes descargos. "Close my eyes" comienza de manera francamente interesante, siendo una sensible y nada efectista reflexión sobre el incesto, no necesariamente en su aspecto carnal como emocional, que gira en torno a qué es aquello que lo desencadena y sustenta: ¿es el puro deseo sexual, motivado por el fracaso o por la avidez?, ¿es la compenetración y consolidación afectiva entre dos personas?, ¿es la última etapa para manifestar ese cariño? Por un lado tenemos al personaje de Natalie, a la que ningún hombre logra satisfacer en lo emocional, es decir, que siempre se halla en soledad y miseria sin importar si su actual marido es un millonaro que se lo da todo, que, a fin de cuentas, algo le falta, algo que su hermano puede, o no, completar. Del otro lado tenemos a Richard, un mujeriego exitoso que siempre ha hecho lo que quiere y que no parece tener falencias o vacíos emocionales, a diferencia de su hermana. Está claro (es la primera escena, no se alarmen) que ella iba a hacer el primer y dubitativo avance que comenzará a instalar en la mente de ambos la pulsión sexual e incestuosa. Pero, ¿cómo reaccionan ambos ante el deseo consumado? He ahí donde la cinta de Poliakoff comienza a perder los estribos y volverse un exagerado culebrón venezolano en donde lo que más importa, en vez de la elegante reflexión del incesto, son los líos románticos de segunda que surgen entre estos dos hermanos y el esposo de ella, interpretado por un Alan Rickman también desaprovechado, aunque su presencia se agradece y le da un toque lúcido al film, que además de contaminar el fondo del relato, también afecta al tono y al devenir argumental. En este punto uno se pregunta si lo del incesto fue una mera excusa para, sencillamente, reflexionar sobre las relaciones sexuales, o lisa y llanamente para atraer atención por tocar de manera tan directa un tema tabú. Pasamos de un juego de miradas, sugestiones y deseos reprimidos que explotan de manera dolorosa e impactante frente a nuestros ojos, a un caótico enredo de escondidas, lloriqueos, actos impulsivos, mentiras, etc., típicos ingredientes del relato común en donde dos amantes hacen lo suyo a espaldas del esposo/a de alguno de ellos. Ya por el final verán una secuencia que pone a prueba el bochorno, que me recuerda a estas telenovelas que solía ver, de niño, en la tele cuando no quería estudiar, en las cuales, el amante, ante la decepción de no poder estar con su amada, decide que o es él o no es nadie más, y lleva a cabo su muy mal planeado plan en una fiesta (siempre una fiesta) rebosante de personas. Sí, es cierto que "Close my eyes" se degrada progresivamente a sí misma, y eso que, repito, tenía un inicio prometedor, sobre todo cuando vemos las iniciales reacciones de la consumación: ella, la insegura y dependiente, toma distancia (no emocional, sólo sexual), mientras que él, seguro y dominante, se vuelve un gatito llorón que confunde amor con dependencia sexual... y es que confundir ese inevitable deseo de "quiero más" que surge luego de un buen polvo con lo que se entiende por amor (sea lo que sea) es siempre nefasto. Pero bueno, el relato de Poliakoff abandona la reflexión por la acción, y la acción es tonta e irreflexiva, mientras que la reflexión quedó en un punto muerto que no se vuelve a recuperar.
Lo que sí quiero destacar es el sutil pero elogiable uso de la cámara de Poliakoff, quien, por dar unos ejemplos, (1) cuando están en escena los hermanos y el esposo, suele dejar en un plano de la imagen a los hermanos contra un aislado y pequeño esposo que, de inmediato, uno puede notar que no tiene pito que tocar en este affair incestuoso; (2) similar a lo anterior, derechamente expulsa al esposo de la imagen mediante un movimiento de cámara, dejándonos a los hermanos discutiendo sus planes o la prudencia de los mismos; y (3), ya cuando tenemos sólo a los hermanos en escena, Poliakoff recurre a un dolly-in cuando éstos están en una dinámica seductora y afectiva, o por el contrario, cuando discuten y ponen freno a sus pasiones, recurre a un dolly-out que nos aleja de la acción. Quizás no sea tan, tan sutil, pero tampoco es tan, tan obvio, aunque de seguro lo notarán, lo que no quita que haya un concienzudo manejo de la imagen. Es una lástima que el relato y la trama pierdan lo que le da, justamente, emoción y materia a la imagen. Sigo lamentándome que un drama emocional se haya vuelto un dramón romántico simplista y exagerado.
En conclusión, "Close my eyes" es una película que está al filo del ridículo y el culebrón, pero que no cae de manera irreversible en ello, dándonos como resultado un relato irregular en su fondo pero más o menos aceptable y constante en su narración y desarrollo. Se ve con agrado, pero, contrario a lo que uno pensaba, realmente no deja huella en el espíritu una vez que termina.