Qué hermoso sería vivir en una ciudad donde casi todo el mundo gozara de la afición a la lectura. Que los libros pasaran de mano en mano, que la gente se reuniera en los cafés para comentarlos, para recomendar otros. Pero me parece que el ensayo sobre las utopías que leí recientemente no me hace calibrar bien mis palabras. A veces me parece habitar más bien una urbe medieval, en la que no se respeta el pasado y apenas se atisba el futuro. En los últimos días uno de los principales focos de discusión ha estado centrado en un pregón. En un pregón religioso, para más señas, dedicado a las hermandades de gloria de nuestra Semana Santa. No sé exactamente que es lo que hace a unas cofradías más gloriosas que otras ni me interesa demasiado saberlo. Lo que sí que me fascina es que en pleno siglo XXI sigamos con debates teológicos más propios de los tiempos de los Reyes Católicos.
Todavía hay quien no es del todo consciente de lo que representa realmente la iglesia católica y la doctrina que defiende. Yo creo que quien está dentro de ella no tiene otro remedio obedecer sus postulados y, si no está de acuerdo con los mismos, abandonar la misma y buscar otra religión (o mejor, otra ideología) que comulgue mejor con el humanismo o con las verdaderas enseñanzas de Jesús de Nazareth, que, me temo, poco tienen que ver con la iglesia de ayer y de hoy. Querer defender que ser gay es una opción tan natural como cualquier otra, el derecho al divorcio, vivir el sexo con naturalidad o la obligación de ayudar a los pobres sin hipocresías en el seno de la iglesia es golpear contra un muro. Solo leyendo un poco de historia se entiende la función social que han desempeñado la iglesia católica y las religiones en general en el devenir del ser humano. Y lo digo desde el más absoluto respeto a todas las creencias (siempre que éstas vengan acompañadas con un mínimo de tolerancia al que piensa diferente).
De estas cuestiones habla con mucha claridad Christopher Hitchens en un ensayo realmente brillante: Dios no es bueno, que va a servir para inaugurar el nuevo club de lectura de este género de Más Libros Libres. Qué bonito que la palabra libro sea casi igual que libre. Nunca dos conceptos estuvieron tan hermanados. Los que defienden que la verdad está en un solo libro están lanzando un mensaje absolutamente pernicioso. La ciencia, que es la que más ha hecho avanzar a la humanidad en su búsqueda de la verdad, jamás se rige por postulados absolutos, sino que sus practicantes lanzan sus teorías para que otros las comprueben, las refuten o las perfeccionen. Por eso me encanta la idea que se ha lanzado desde Más Libros Libres de celebrar la Noche en blanco con una cadena humana que transporte libros entre las estatuas, situadas en puntos distantes del centro histórico, de dos intelectuales de la talla de Pablo Picasso y Hans Christian Andersen. El primero es el malagueño más universal. El segundo es un representante genuino de la temática de esa noche: los cuentos, esas magníficas puertas de entrada al mágico mundo de la literatura. La cadena humana quiere representar al lector que lee en solitario y luego comparte sus nuevos conocimientos con su entorno inmediato. Porque leer es un acto individual, pero los clubes de lectura, que aquí tanto defendemos, son una ceremonia colectiva. Que los libros sean accesibles, que estén en la calle, que pasen de mano en mano y cada cual los aproveche a su manera, para que al final todos salgamos ganando.
Y pasando a los clubes de marzo:
En el club de lectura de la Biblioteca Provincial, empezamos el mes homenajeando a García Márquez con una de sus mejores obras de su vertiente periodística: Relato de un naúfrago.
En el club de lectura de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, una autora que me apetece mucho leer: Nicole Krauss con La gran casa, en torno a un escritorio que pudo haber pertenecido a García Lorca...
En Más Libros Libres, este mes tiramos la casa por la ventana y ponemos en marcha nuevas iniciativas. En el club de lectura tradicional, Todo lo que se llevó el diablo, de Javier Pérez Andújar, una interesante narración que parte de las Misiones Pedagógicas en la España de 1935. En el nuevo club de lectura de ensayo, Dios no es bueno, de Christopher Hitchens, una lectura que debería ser obligada en todos los colegios e institutos. Y en otro nuevo club, el de lectura en inglés, Cuento de Navidad, de Charles Dickens.
En el club de lectura del Ateneo de Málaga, un clásico (recomendado por Borges) que no pienso dejar de leer este mes: El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati.
En el club de lectura del Centro Andaluz de las Letras, No tengo miedo, una novela intimista del muy popular escritor italiano Niccolò Ammaniti. Además organiza un encuentro en torno a la novela Las chicas del campo, de Edna O Brien, de la que ya hablamos a principios de año.
En el club de lectura de la librería Luces, otro clásico de uno de mis escritores favoritos: Stefan Zweig con un conjunto de relatos bajo el título Sueños olvidados.
En el club de lectura de Fnac Málaga, una experiencia interesante. José Antonio Garriga Vela dirigirá el club de lectura dedicado a su propio libro, El cuarto de las estrellas.
Y para terminar, hablemos de cine. En Literatura y cine, de la Biblioteca Cristóbal Cuevas, una gran obra de Roman Polanski, en torno a la tortura, la venganza y el perdón: La muerte y la doncella. En el club de visionado obligatorio de Más Libros Libres (en el que hay que ver la película individualmente en casa), una de las mejores películas de los últimos años: El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella. En la Biblioteca Dámaso Alonso, un clásico de Alain Resnais: Hiroshima, mi amor y en el cine forum del Ateneo, otro clásico europeo: Pajaritos y pajarracos, de Pier Paolo Pasolini.
Como de costumbre, las nuevas informaciones que me vayan llegando serán colocadas en la columna de la derecha. Tanto si es usted un lector estrictamente solitario, como si le gusta socializar a través de los libros: ¡felices lecturas!