Me ha llamado poderosamente la atención lo que fue publicado en una edición del diario El Espectador de esta semana, en la que se promocionaba con bombos y platillos la importante oferta en materia de educación superior. Varios artículos que reflexionaban acerca de lo importante de incursionar en carreras académicas o técnicas, me recordaron una de las discusiones que se presentó en la pasada campaña presidencial en materia de educación. Al inicio de la carrera por llegar a la Presidencia de la República, los primigenios seguidores de Mockus le hicieron mucha campaña al candidato de los verdes, porque era una persona que se encargaría de educarnos.
En su momento, la apuesta de algunos seguidores del candidato en el sentido de que Mockus nos ‘educara’ iba encaminada a que Mockus buscara inculcar en la sociedad normas de respeto y de cultura comunitaria, democrática y social. Más adelante, sin embargo, el tema de la educación fue adquiriendo un matiz completamente diferente. La disputa por la educación, iba encaminada a que los niños colombianos pudieran acceder a la escuela para obtener la educación primaria. También se buscaba cerrar la brecha de acceso que existe para la secundaria (muchos de los niños que culminan sus estudios de primaria no llegan a estudiar el bachillerato, debido a varios factores). Sin embargo, gran énfasis se hizo en la importancia de que las colombianas y colombianos pudieran tener la oportunidad de estudiar una carrera de carácter técnico, tecnológico o académico.
El Ministerio de Educación, en los términos que se ha expuesto atrás, es un órgano del Estado tendiente a diseñar e implementar las políticas en materia de educación, pero educación en los términos señalados en el párrafo inmediatamente anterior; la educación implica un mayor grado de instrucción, que significará un mayor grado de competitividad. La educación, desde el punto del Estado, no tiende a que la gente sea culta, o que sea educada, (el Ministerio de Cultura, curiosamente tampoco busca eso), sino que busca mejorar cobertura y calidad de instrucción.
Creo fielmente que esa concepción de educación no es lo que necesitamos. Mejor dicho: creo que sí es algo que necesitamos, pero también creo que no es lo que más necesitamos. Para ello, un ejemplo de la vida real: Mi alter ego ha tenido la oportunidad de comentarme acerca de una serie de situaciones en las que los más instruidos son los menos educados.
Como testigo de la vida materia y real, me comenta él que su sitio de trabajo está ubicado en un edificio de oficinas, en el que la mayoría de usuarios son abogados. Como es de esperarse, cada uno de ellos busca mostrarse como el más experimentado, el que más sabe, y el mejor preparado para el manejo de conflictos jurídicos. Sin embargo, aún más difícil que tener que elegir ante tanta oferta de conocimiento, es intentar extraer de estos individuos un saludo. Me cuenta él, incluso, que uno de sus vecinos es precisamente un profesor (aunque no hemos logrado saber profesor de qué). El profesor (es decir, aquel que educa), no solo es incapaz de dar un saludo, sino que adicionalmente es incapaz de devolver un saludo recibido.
Curiosamente, es interesante ver que cuando uno pretende estudiar un idioma extranjero, lo primero que se le enseña es a saludar, y a regresar el saludo: “Hello, good evening.” “Ciao, come stai?” “Wie geht est dir?” “Bon jour mademoiselle.” Podríamos descartar que el ‘profesor’ sea profesor de idiomas. O de pronto de tanto conocimiento en idioma extranjero, se le olvidó saludar en español... o quizás el sea un profesor de ‘colombiano’ o de ‘bogotano’ –considero injusto meter a todas las regiones del país en esta categoría. Hay personas inmensamente cordiales y amables. Los bogotanos, en cambio dejamos muchísimo que desear– que primero enseña el ‘madrazo’ adecuado para cada situación antes que enseñar una variedad de saludos.
Cualquiera es capaz de destinar recursos de un presupuesto para dar becas. ¿Es eso lo que se quería de Mockus? ¿Qué repartiera dinero para estudiar? Me gustaría pensar que si el hombre está destinado a vivir en sociedad, el hombre mismo debería tomar una serie de medidas para soportar la sociedad, y para que lo sociedad lo soporte a él. Creo también que el saludo sería un buen inicio. Sería interesante que después de eso se enseñara algo de respeto. Quizás así, si lograríamos que ‘colombiano’ no se entendiera como una marca o una ‘denominación de origen’, sino como el genitivo que demuestra la correspondencia de una persona con una Nación y/o Estado. Quizá en ese momento la gente entendería que cuando uno es colombiano es porque pertenece a un país, y que tan solo es 1 entre 45 millones de personas que ostentan esa calidad.
Sin embargo, no es eso lo que realmente nos mueve. Lo que verdaderamente agita los corazones de mis compatriotas en materia de educación es buscar uno o dos afiches más, ojalá de universidades que no sean de aquí (y que las universidades de aquí las admiren) para poder incluir unos puntos de más en la hoja de vida, y consecuentemente poder cobrar más salario. Eso buscamos y es esa la educación que realmente nos interesa, aunque para ello tengamos que pasar por encima de muchos, ‘doblar’ una que otra regla, y aplastar a la competencia.
Algunos buscan instrucción a pesar de la educación, otros buscan instrucción en vez de la educación y otro grupo de personas considera que la instrucción trae consigo educación necesariamente. Personalmente creo que hay que aprender las dos, y que evidentemente no se trata de lo mismo. De hecho gran parte de los cultos y eruditos del país me parecen los peor educados de todos.
Esta semana que termina he tenido la oportunidad, como ya lo mencioné al principio del ingreso, de ver en El Espectador una importante sección dedicada a la oferta universitaria. El gancho era que la educación era la mejor apuesta, y por supuesto, que eso nos convertiría en mejores personas. Sin duda, considero que propender por la adquisición de conocimientos específicos para la realización de un oficio de manera profesional es un importante elemento. El problema es que cuando no se acompaña de la educación (la que prioritariamente necesitamos), nos encontraremos frente a casos como el de los jueces que forman carteles para desfalcos pensionales, o los contadores que ayudan a enmascarar fraudes financieros en grandes empresas. Podríamos encontrarnos con casos patéticos como el del profesor que no saluda, que me contaba mi alter ego, o con un caso aún más triste, que nos ha puesto de presente la amiga Mariana Jaramillo en su blog en el ingreso titulado “Columna Mariana Jaramillo: Sobre el caso de plagio de Luz Mery Giraldo”. Ese caso, hace referencia a una reconocida poetisa y profesora, Luz Mary Giraldo (no sé si se escribe así, o como lo hizo Mariana), que fue condenada por plagio. Pero no plagió a otro reconocido autor de la Historia. Plagió, según nos comenta Mariana, a una de sus propias alumnas.
El caso de la profesor Giraldo, nos pone de presente la disyuntiva que actualmente se presenta entre tener a personas instruidas y/o educadas. Nadie, o casi nadie, le ha apostado a lo último (desde que tengo uso de razón) y por eso es que hay mentes brillantes para el bien, así como mentes brillantes para el mal, y por supuesto, también muchas mentes que creen ser brillantes sin serlo, y que se consideran incapaces de convivir con los simples mortales como yo.
Personalmente, prefiero a una gran persona no tan gran profesional, que a un profesional brillante que sea una pésima persona. De hecho, creo que no es posible ser nunca un excelente profesional si no se es primero una buena persona.