En enero 15 de 2023, la columnista de Los Danieles (y/o Revista Cambio), Ana Bejarano Ricaurte publicó una columna titulada "Los nombres que faltan" en la que hace eco de una denuncia que por esos mismos días presento por Twitter el exsenador, escritor y líder del Pacto Histórico Gustavo Bolívar. Lo hizo, a través de una entrevista que le concedió a la Revista Semana. En esencia, lo que denuncia Bolívar es una estructura ideada por algunos senadores en donde para poder tener trabajo allí, o tener mayor o menor visibilidad en el Congreso, deben retribuirles favores sexuales. Eso implicaría, entre otros aspectos, que la posibilidad de obtener prórrogas de contratos (es decir, la permanencia del cargo) dependa de su desempeño... ... ... ¡sexual!
Ni ella, ni él dan nombres. La razón me parece legítima: las víctimas tienen miedo de las consecuencias que puede tener esto para ellas, tanto pesonales como laborales. Es perfectamente válido. Sin embargo creo que hay varios comentarios que merecen ser emitidos. Con algunos probablemente estén de acuerdo, mientras que con otros probablemente me van a querer lapidar algunos o algunas (en este caso, la distinción es importante). Vamos, en consecuencia a hablar del tema sin ser políticamente correctos.
1. El sexo y el poder.
Sorprende la ingenuidad o la aparente ingenuidad con la que el público se llega a sorprender de que el sexo se convierta en un activo, o si se quiere, en una competencia profesional. Nada de esto debería sorprender. La Historia está plagada de ejemplos en los que esto resulta evidente. Por ahora, mencionemos 3 muy conocidos, para a partir de ahí reforzar el argumento:
Caso 1: Año 47 a.C. Cleopatra y Julio César.
Cleopatra se alió política y militarmente con Julio César. Sin embargo, esa alianza implicó igualmente una relación sentimental de la que nació un hijo, llamado Cesarión. Posteriormente, muerto Julio César Cleopatra nuevamente acudiría a esa misma estrategia, pero esta vez con Marco Antonio. La seducción de Cleopatra fue clave en forjar estas alianzas.
Caso 2: Año 1532 d.C. Enrique VIII y Ana Bolena.
Enrique VIII estaba casado con Catalina de Aragón pero debido a que esta última no le proporcionaba un heredero varón a Enrique, este último empezó a analizar la posibilidad de anular ese matrimonio con miras a poder casarse de nuevo. Mientras tanto, se fijó en Ana Bolena, quien se negó a ser su amante, y únicamente accedió a tener una relación con Enrique VIII bajo la condición de que ella fuera reina, es decir, que se casaran. Enrique VIII rompió vínculos con la Iglesia Católica e instituyó el Anglicanismo, con miras a poder cumplir ese objetivo. Tras hacerlo, se casó con Ana Bolena.
Caso 3 (local y reciente): Año 2020. Magistrados Consejo Superior de la Judicatura de Colombia.
Similarmente a lo que ocurrió con el Congreso de la República en las recientes denuncias de Gustavo Bolívar y Ana Bejarano, en el 2020 estalló un escándalo al interior del Consejo Superior de la Judicatura. Por esta época, ya se estaba haciendo mucho más notorio el movimiento de mujeres en el mundo en contra del abuso y el acoso sexual. Esta nota del diario El Espectador da cuenta de la manera como algunos de los magistrados utilizaban su poder frente a sus subordinadas para acosarlas o simple y llanamente exigirles favores sexuales a cambio de trabajo y estabilidad.
2. Las relaciones sentimentales y las relaciones sexuales.
Este asunto está rodeado de muchos eufemismos, como creer que el hecho de que entre dos personas se de una o más veces relaciones de tipo sexual, implica necesariamente que hay una relación sentimental. Lo uno no va de la mano de lo otro, necesariamente. Puede darse, pero no tiene que darse necesariamente. Esto es importante porque para poder entender el fenómeno al que hace referencia Bolívar y Ana Bejarano, debemos partir de que lo que allí se señalan son relaciones sexuales, y no sentimentales. No es que un Senador enamoradizo intente seducir a una subalterna para iniciar una relación amorosa entre los dos. Se trata de que el sexo es rico, y ellos se valen de su posición y poder para propiciar esos encuentros.
3. ¿Quién es víctima?
La respuesta a esta pregunta no es nada fácil, pero probablemente mi opinión me genere más de un problema. La anuncio desde ya: no toda mujer que acceda a tener relaciones sexuales con su jefe, es una víctima de acoso o abuso sexual. En gran medida, eso depende del nivel de consentimiento de la mujer. Veámoslo con algunos ejemplos:
Caso 1: Aquiles se encuentra en su oficina, y en una reunión privada con Andrómeda, quien es su subalterna, la invita a comer y a tomarse unos tragos. En esa reunión él la invita a su casa, y ella acepta. Se consuma una relación sexual.
Caso 2: Aquiles se encuentra en un almuerzo de trabajo con su equipo de trabajo. En esa reunión, Andrómeda se viste de manera provocativa y se le insinúa a Aquiles. Al finalizar la reunión, ella le sugiere que vayan a un lugar más privado. Van a casa de Aquiles. Se consuma una relación sexual.
Caso 3: Aquiles llama a Andrómeda a su oficina, y le hace saber que se encuentra decepcionado por su desempeño laboral, y que probablemente va a tener que despedirla. Sin embargo, le dice él a ella, es posible evitar esta situación si además del compromiso de mejorar en el trabajo, ella decide acceder a tener encuentros sexuales más o menos regulares. Ella acepta.
Caso 4: Andrómeda llega a una entrevista de trabajo donde Aquiles. Allí, al momento de preguntársele cuales eras sus competencias, ella enumera algunas de índole profesional, pero agrega que adicionalmente es muy buena en la cama. Aquiles la contrata, y fruto de esa contratación, sostienen relaciones sexuales con cierta regularidad.
Caso 5: En una fiesta de la empresa, Aquiles y Andrómeda (su subalterna) están junto con otras personas de la oficina, tomando licor. En un estado de cierta embriaguez, ambos se van para una oficina y sostienen una relación sexual. En este caso, ninguno le dijo nada al otro.
Imagen tomada de: http://elgurux.com
Como se darán cuenta por la elaboración de los casos, probablemente se podrá concluir que en muchos de esos casos -si no en todos- las relaciones sexuales que se dan son indebidas. Esto, sin embargo, es una cuestión de naturaleza moral. Lo bueno o lo malo, lo debido o lo indebido, lo moral o lo inmoral, son cuestiones que escapan al derecho. No ocurre lo mismo cuando una de las partes genera un constreñimiento de algún tipo para forzar una relación sexual, o cuando se acude a la "invitación" o "solicitud" de encuentros sexuales por medio de actos que afectan la integridad de otra persona. Esto se da, por ejemplo, cuando se intentar forzar un encuentro, así este no se produzca. A esto último es lo que se le denomina acoso, y trasciende el ámbito moral. Es ilícito, y punto.
El punto de este ingreso, sin embargo, es que no se puede sostener discusiones serias sobre este tema cuando todo se junta con todo. No toda relación sexual en un contexto laboral es abuso, ni toda insinuación sexual es acoso. Por ende, no podemos graduar automáticamente de víctima a toda mujer que así lo alegue. Frases como "a las mujeres hay que creerles" no son serias. A las mujeres hay que creerles, salvo que den razones para que no se les crea. Con los hombres ocurre exactamente lo mismo. Yo he tenido la oportunidad de ver cómo, en el contexto académico, y también en el laboral, se produce esa coacción abusiva con fines sexuales que es la que se denuncia por Bolívar y por Bejarano. Sin embargo, también he visto muchos de los otros casos en donde las mujeres mismas, conscientes de su belleza o se sensualidad, propician estos escenarios para poder ascender laboralmente o tener mejor nota.
Esto último, no me lo imagino, ni lo supongo. Lo he visto.
En consecuencia, nada me gustaría más que se haga justicia por aquellas mujeres que son víctimas de acoso sexual y de prácticas sexuales abusivas o violentas. Sin embargo, también pediría que excluyamos de este listado a aquellas que no son víctimas de nadie, y son ellas las que propician los escenarios sexuales. No pueden, ni deben estar ambos grupos en el mismo costal.