Debo confesar que me siento un ser privilegiado. Sin duda, ver lo que ocurre a nuestro alrededor y poder tener una opinión medianamente informada es un privilegio. Normalmente los gobernantes nos creen tan idiotas como para asumir que sus explicaciones pasan a ser nuestros dogmas de fe. Pensar es un bonito privilegio del siglo XIX. Citar es el bonito privilegio del XX. Obedecer es el bonito privilegio del siglo XXI. Me siento privilegiado de saberlo.
Privilegio es también haber podido pasar de la incomunicación de los 80's a la interacción virtual en los 90´s, a los teléfonos inteligentes en los 00´s y a que tus superiores te puedan enviar órdenes importantes de inmediato cumplimiento un sábado a las 10:00 p.m., como ocurre hoy. Es un privilegio poder haber pasado de lo lejano y dilatado a la instanteneidad, la tan anhelada acción a distancia por la que los científicos han debatido un buen tiempo. La opresión en tiempo real es algo que haría a Hitler y a Stalin relamerse los bigotes. Quizá Roma nunca hubiera caído si hubiese contado con este privilegio.
Haber vivido un poco más me ha dado privilegios semejantes, pero quizá el más grande, el más cristalino y el más puro de aquellos respecto de los cuales puedo hacer acto de ostentación es el de haber podido observar con transparencia e inmediación la toma de la administración de justicia.
Justicia... validez... eficacia...
Todos estos bellos conceptos que alguna vez estudié en la universidad, la forma como el juez resolvía problemas jurídicos a través del derecho, eran un apasionamiento. Confieso que alguna vez me planteé como meta profesional el llegar a formar parte de la Corte Suprema de Justicia, o del Consejo de Estado, y más recientemente, de la Corte Constitucional. Incluso, en el año 1991 pensé que sería igualmente bueno ser Magistrado del Consejo Superior de la Judicatura. Es un privilegio poder trazarse metas, incorporar los medios para llegar a ellas, y constituirme en mi propio agente del éxito profesional.
Sin embargo, he tenido el privilegio de ver cómo el derecho ha venido siendo un elemento secundario o terciario a la hora de ocupar esos cargos. El Consejo de Estado está infestado de personas sin una trayectoria espectacular, pero con grandes padrinos. Allí, se dice, toda decisión tiene su precio. Quién sabe. Pensaría que los escándalos de compras de decisiones parecerían inferir que así es. La Corte Constitucional hoy cuenta con el Honorable Dr. Rojas, de quien se dice que es una verdadera "joya". Ahora es la "joya de la corona", al alcanzar la Corte que decide los casos más trascendentales del país, cuando no se inhibe de hacerlo.
Imagen tomada de: www.rcnradio.com
Sin embargo, el privilegio ha sido completo, pues respecto de la Corte Suprema de Justicia he podido ver al desnudo cómo se conforma. La Presidenta de la Corporación, Ruth Marina Díaz, recientemente acudió a un bonito paseo de descanso, que coincidió con el bonito paseo de descanso de otros Honorables, de menos jerarquía en la pirámide judicial, que aspiraban llegar a formar parte de la punta de la pirámide. Un bello descanso grupal en el cual sin duda no coincidieron algunos de los prestigiosos abogados aspiran a partir de la pequeñez que hoy en día constituye el mérito profesional. Ruth Marina, de la misma forma como lo han hecho otros tantos de sus colegas y excolegas, con toga de día deciden como voceros de aquello que los medios de comunicación siguen llamando justicia, y sin ella conspiran para mantener el poder que implica la primera.
Privilegio es ver que mientras en 1936 un grupo de abogados prestigiosos realmente se dedicaban a la producción de jurisprudencia, menos de un siglo después, la jurisprudencia se convirtiera en un mecanismo más de poder, y de solo poder. El derecho, la justicia, son meros fantasmas que caminan por los corredores de la Corte, como más de uno de los fantasmas de las abatidas víctimas del ataque al Palacio de Justicia de 1985. La administración de justicia se construye en cruceros, o se compra en restaurantes. En otros casos, ni siquiera debemos comprar realmente nada, sino simplemente nombrar y nombrar, como ocurre con el Consejo Superior de la Judicatura.
Privilegio es, saber que en un país como Colombia, en el año 2013, ser Magistrado de una Alta Corte no es algo a lo que quiera y deba aspirar uno de aquellos especímenes en extinción que en alguna ocasión don Angel Ossorio denominó "abogado".