Revista América Latina

La supremacía de los ateos

Por Gaviota
Siempre he considerado que el ser humano es lo menos perfecto, más ególatra y absolutamente incoherente que existe sobre la faz de la tierra.  Repito:  1) menos perfecto; 2) más ególatra; 3) absolutamente incoherente.  Es curioso, sin embargo que estas tres características hoy en día son utilizadas de manera acomodaticia por quienes poseen capacidades intelectuales elevadas.
Utilizaré como ejemplo al conocido escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, quien habitualmente escribe columnas de opinión en el diario El Espectador, y quien ha escrito en varias ocasiones al respecto.  Sin embargo, creo que es bastante diciente el escrito que se titula “El ateísmo manso”.  Me parecería ideal que antes de continuar leyendo este escrito, el lector decidiese leer el texto citado, porque además de la postura de Abad, también contamos con otros bellos aforismos ateos de importantes personalidades de la sociedad colombiana.
En anterior oportunidad, escribí una nota en www.noticias.com.co titulada “Sobre la ‘necesariedad’ de Dios”.  Allí, recuerdo haber cuestionado como nuestras mentes privilegiadas desconocen a Dios en la medida en que más conocimiento se va adquiriendo.  Pareciera que se le negara la posibilidad al supuesto ser superior a saber aquello que el hombre va descubriendo.
Es muy interesante ver con qué ego el escritor Abad plasma en el escrito ya referenciado que su gran habilidad argumentativa hacía que siempre ganara los debates frente a los creyentes.  Es decir que su buena retórica suya y la mala retórica de los otros hace que Dios sea más o menos poderoso, o incluso, que exista o no exista.
Yo siempre le he planteado a los grandes pensadores que constituyen el club de los ateos, y aquí lo reitero, que me brinden argumentos sólidos acerca de la inexistencia de Dios.  Abad dice ser un ateo manso que antes ganaba duelos de oratoria y ahora simplemente milita por escrito, aunque niegue ser un ateo militante.  Personalmente, me tiene sin cuidado en qué cree o no cree una persona.  Si creen en que no hay un Dios sino ayuda de alienígenas, me parece genial.  Tienen sus razones para creerlo.
Aquellos que creen en Alá, o en un Dios que quiere a los millonarios, o aquellos que creen en la filosofía y religión budista, los felicito.  Bien por ellos.  Aquellos que no creen en nada, también se merecen todo mi respeto.  Creo que intentar debatir con una persona acerca de por qué es uno de los atrás mencionados el que llena su corazón cuando piensa en él (ella o eso) o lo (la) invoca, no solo es perder el tiempo, sino irrespetuoso.  ¿Por qué cuando te confiesas te sientes tranquilo?  Por qué dices que fue tu ángel de la guarda y no una simple mezcla de coincidencias sometidas al azar el que te libró del problema?
Esta estratificación inconciente (me gustaría pensar que así es) de individuos conforme al poder de la razón me resulta repugnante.  Muchos de los seres con mayor lógica racional y habilidad cognoscitiva han descubierto con el paso del tiempo que Dios no es más que un invento un humano, y que realmente nadie ha podido demostrar que existe.  Tampoco nadie ha logrado demostrar que no existe.  Sin embargo, aquí entraría el amigo Abad a aleccionarme acerca de las ‘negaciones de carácter indefinido’, que por esencia implica que son indemostrables.  Quien tiene la carga de la prueba –como nosotros los abogados deberíamos saber– es quien intente demostrar lo contrario, es decir, que Dios sí existe.
Recuerdo que en mi época de pichón, escuchaba a los primeros ‘ateítos’ argumentar acerca de su no creencia, como si el asunto se resolviera con algún axioma que se concibiese, o con algún teorema de la divinidad.  Un compañero en la época escolar decía que Dios no hubiese creado una piedra que no pudiera levantar.  Eso es lo que se llama un sofisma.  Por supuesto que se trata de una afirmación cierta aunque parte de un presupuesto erróneo como es creer que lo ilimitado es limitado.  No se puede partir del presupuesto de un ser omnipotente pero limitado.  Sin embargo, ese era el argumento.  Otros decían que Dios no existía porque si existiese no permitiría tanta maldad y tanto sufrimiento.  Debo aceptar que este es un análisis interesante, aunque parte del presupuesto de que la lógica divina se asemeja a la lógica humana.
Quizás por este último punto es que sigue dándose la disputa entre fe y razón.  Ningún ser humano ha sido capaz de acumular el conocimiento de la Historia.  Es más, tampoco ha sido posible acumular el conocimiento de un país, ni siquiera el de una ciudad.  Sin embargo, uno que otro ser instruido encuentra que un Dios indemostrable no merece ser venerado.  De hecho entre más aprende este ser humano conocedor, menos cree en un ser superior creador.  Es bien curioso que entre más cosas logra hacer el ser humano, mientras más descubre que le falta por conocer acerca del universo, de la naturaleza y de su propio ser, menos cree en un ‘algo’ que nos creó.
Dios no ha sido necesario para crear al universo.  Dios no nos creó, porque la evolución demuestra que venimos del mono.  Sin embargo, muchos de los que sostienen lo anterior también piensan que la naturaleza es sabia.  Mi eterna pregunta para todos ellos es: ¿y por qué es sabia?  ¿Por qué existen conceptos físicos como la inercia, la gravedad?  ¿Por qué las leyes físicas son leyes?  ¿Por qué hay densidades, y por qué esto influye en la organización de líquidos, gases y sólidos?
Quizás hay muchas respuestas para todo lo anterior, pero nunca podrá nadie llegar a la causa inicial.  Personalmente, creo que es tan respetable creer como no creer.  Sin embargo, la supremacía atea parte del presupuesto errado de creer que con la razón limitada del ser humano pueden llegar a vencer la lógica incomprensible de un ser superior.  Quien pretenda otorgarla a ese ‘algo’ o ‘alguien’ ficticio las limitaciones lógicas del ser humano goza de la más grande arrogancia y egolatría.  No se eleva a lo divino, sino que baja lo divino al nivel de lo humano.
Mientras tanto, dos preguntas para los ateos:
1)   ¿ Por qué al ser humano le brillan los ojos cuando está vivo, y dejan de brillar cuando fallece?2)   ¿Y en estas fiestas paganas que llamamos navidad, por qué no razonan sobre la inconveniencia de celebrar el nacimiento de alguien que no existe?
Por ahora, prefiero desmarcarme de la superior inteligencia de los ateos ilustrados, y me declaro creyente en ese ser superior, como lo hacían las culturas menos avanzadas.  Para aquellos que sí creen en ese ser superior, y creen que mandó a su hijo al mundo, les deseo una feliz navidad.  Para los demás, felices fiestas paganas.

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