El viernes estuve excesivamente ocupado en un sinnúmero de menesteres que me impidió vivir la realidad bogotana a plenitud. Lo lamento, pues me hubiera gustado haber hecho el ejercicio de vivir el caos, y luego ver la transmisión que los medios hicieran del caos vivido.
Quizás el resultado habría sido más deplorable si hubiese vivido el caos directamente. Sin embargo, las fuentes de información me indican que efectivamente fue tan lamentable como lo había imaginado en un principio. He intentado abstraerme de la tristeza tan profunda que me genera ver a los bogotanos terminando de destruir lo poco que queda de la ciudad decente que alguna vez fue.
Imagen tomada de: www.cmi.com.co
Al ver las imágenes de los buses articulados detenidos, mutilados y con manifestantes en los techos, recordé lo distinto que seguramente habría sido caminar las calles de la ciudad 64 años antes, cuando en febrero de 1948 un sinnúmero de colombianos habrían dejado su huella en las calles bogotanas, aquellas impresas bajo la consigna de guardar doloroso mutismo. Respetuoso silencio sería el que seguramente sellaba cada suela con el pavimento en su andar por las calles de la ciudad.
Fue esa escena la que mi mente intentaba imaginar cuando mis ojos captaban otra totalmente distinta. Pasé en cuestión de instantes de ver a aquél Gaitán que lideró la famosa “Marcha del silencio”, a ver a una cantidad de encapuchados robándose las taquillas de Transmilenio. Más de seis décadas han transcurrido desde que el pueblo se organizó y reclamó sus derechos de manera pacífica y organizada hasta que llegaron piedras, ladrillos y otros como cualquier servicio a domicilio, como cualquier contrato moderno de suministro, para destruir aquello respecto del cual se exige el mejoramiento.
Miremos un poco la lógica detrás de lo ocurrido exactamente hace una semana:
Problema Jurídico a Resolver: Transmilenio es malo, transmilenio es caro.
Premisa 1 (mayor): Lo que está mal hay que mejorarlo. Lo que constituye un problema hay que resolverlo y acabar con él.
Premisa 2 (menor): Transmilenio está mal y Transmilenio es un problema para los bogotanos
Conclusión: ¡Hay que acabar con Transmilenio!
Se tomaron el tema demasiado literal, al parecer. En cuestión de horas efectivamente casi acaban con Transmilenio, y de paso, con muchos de los trastornados y malhumorados ocupantes. Cuando veo esta clase de situaciones, inmediatamente pienso en lo que suele ser la idiosincrasia de del colombiano actual…
Cuando pienso en la idiosincrasia del colombiano actual, recuerdo que actualmente no existe una idiosincrasia del colombiano, sino que existe la mezcla de muchas idiosincrasias, dependiendo del lugar del mundo que más admire (Para ello, conviene recordar el ejemplo de Tony´s Place que planteo en “G-8 y G-5 Vs. B.I.”. La idiosincrasia del ser humano, en general, es acabar con todo lo que le pueda ser molesto o fastidioso. Y en eso, los colombianos nos hemos vuelto bastante buenos. Desde los círculos sociales más bajos, hasta los círculos sociales más altos (quienes por cierto, suelen ser los más bajos).
En fin… Pienso en la idiosincrasia del colombiano actual, y me doy cuenta que no vale la pena desgastarme en ese tema. Basta simplemente recordar que la humanidad es mala, y eso hace que todo cobre sentido. Hay quienes aún piensan que la humanidad es buena, y me alegra que aún existan personas que piensan eso. Denota que efectivamente hay optimismo, o que hay ingenuidad. Eso es bueno. Lamentablemente en ocasiones también deja entrever que existe profunda ironía, desbordante sarcasmo o exuberante desfachatez. Conozco un par de casos de amantes del ser humano que encajan en esta categoría. Independientemente de los cándidos o los cínicos, es claro que el problema real con lo ocurrido hace una semana, no es propiamente la reivindicación de derechos.
Lo que ocurre es que por algún extraño motivo, existe a estas alturas personas como el ex Magistrado Jaime Araujo Rentería, el ex Comisionado de Paz Luis Carlos Restrepo, o un porcentaje de los que ejercen la profesión de ‘Estudiantes’ en algunas universidades (principalmente algunas públicas), que creen que ante un problema en una partida de ajedrez, es mejor tumbar las fichas del tablero que intentar recuperar la posición perdida. Esa filosofía de Hiroshima y Nagasaki es la que me resulta personalmente fastidiosa.
Basta escuchar las consignas de protesta que cada cierto tiempo inundan la Carrera 7ª de Bogotá, para darse cuenta que a muchos de ellos les gusta intentar ganar el campeonato de ser los más salvajes y degenerados de la ciudad. ¿Es acaso la destrucción de la cosa pública lo adecuado cuando queremos protestar por algo? ¿No se ha sofisticado el derecho lo suficiente para consagrar figuaras como la acción popular o la acción de cumplimiento para lograr que aquello que por Constitución corresponde se haga? ¿De nada sirve que la Corte Constitucional haya decantado la figura de la inconstitucionalidad por omisión legislativa? ¿El conocido y nunca debidamente valorado “Derecho de petición” no sirva para solicitar cosas como, “ampliar la red de buses articulados de transmilenio?
¿Es que acaso la piedra y la papa-bomba es lo único que se puede hacer para manifestar la inconformidad? Personalmente, cada vez me resulta más molesta la protesta. Sea esta, una sentida protesta contra aquellos que protestan. No más destrucción en nombre de la inconformidad. Mejor las ideas y las gestiones que la destrucción y el vandalismo. Ahhh, y por cierto: sería bueno que devolvieran la plata que se llevaron…