Leer twitter en esta época, y entrar a Facebook a revisar lo que ocurre, es lo más cercano que he visto al libro (y película) del Señor de las Moscas. Alguna vez mi alter ego en una sesión espiritual conmigo me comentó acerca de una experencia que le ocurrió cuando era niño. Era la época de la violencia -decía él como si la violencia hubiera tenido una época en este país- y acababan de asesinar a Bernardo Jaramillo Ossa. Era un líder de izquierda que quería llegar a la Presidencia por la UP. Por sus escasos años de edad, no entendía muy bien qué significa ser de la UP, o que significaba acabar con la UP. Lo cierto era que en esa época, habían mandado a los niños a casa. "La cosa se podía poner fea", me dijo mi alter ego.
Antes de que el transporte llevara a cada niño de regreso a sus casas, él se encontró con otro niño que era un gran amigo suyo en el momento. Se encontraron con un sacerdote (el capellán del colegio), a quien le preguntaron entre ellos, por qué ocurrían esas cosas. Mi alter ego era realmente inocente (hoy en día lo llamarían ingenuo o "pendejo") y se limitó a preguntar por qué pasaban esas cosas. Su amigo, algo más acucioso y despierto, botó una pregunta que la había parecido ilógica, pero que cerca de un cuarto de siglo después ha cobrado toda la vigencia del mundo: "¿Por qué la gente se odia por razones políticas?"
Nosotros, los niños de esos años en primaria, éramos capaces de odiar. Se requería de una causa muy específica y oscura en el hogar del niño o niña de esa época para que pudiéramos encontrar odio en esos corazones. "Y cada uno de nosotros había tenido la oportunidad de interactuar con muchos otros niños en muchos otros ámbitos." -decía mi alter ego-. "Podríamos haber discutido si era mejor el Millonarios de Gacha, o el América de los Rodríguez, o el Nacional de Escobar, pero sin saber realmente a qué nos referíamos, ni odiarnos por decirlo".
Era incomprensible, hace aproximadamente un cuarto de siglo, cómo una cosa insulsa como la política, podría llevar a la gente a odiarse entre sí, y matarse.
Imagen tomada de: http://medioambientesimbolico.asumearagon.es/
Hoy, aproximadamente 25 años después de eso, después de haber soportado tantas desdichas que propina la vida sin previo aviso, después de haber bebido de la copa de la amargura tras las correspondientes libaciones, despúes de haber visto morir en la guerra o por causa de la guerra a tantos amigos, después de haber tenido que despedir amigos y amigas quienes buscan en otras tierras la felicidad que alguna vez nos prometimos en estas, después de todo ello siento que sigo siendo igual de ingeuo (o de "pendejo") que en esa época. A pesar de haber adquirido plumas y haber volado contra la corriente tantas veces, me sigue resultando increíble odiar por razones políticas. Sin embargo, veo cómo tantos de mis compañeros y compañeras de la época, cómo mi familia es capaz de acabar amistades y aislarse de los suyos, por diferencias políticas. Siento que Bernardo Jaramillo Ossa vuelve a nacer y vuelve a morir todos los días.
Intuyo que el gran griego, el ilustre filósofo, el maestro Aristóteles cometió un gran error cuando puntualizó que el hombre era un "animal político". Por lo visto, lo que somos políticos bien "animales" -con el perdón de mis hermanos animales-. La vida es un medio, un camino en el que vemos cómo las personas ceden ante la deseperanza, y sucumben ante la desesperación. El país está a punto de elegir entre la corrupción (mermelada) y el espionaje ilegal (chuzadas). Se matan los partidarios de uno por hundir y hacer parecer más ridículos a los partidarios de otros.
La "paz", la dichosa "paz", se ha convertido en el campo de batalla, en la bayoneta de los enceguecidos por la guerra Queremos imponerla encima de un fusil, o arrancarla de aquellos con las manos limpias. Queremos dominar esa bayoneta para inmortalizarla o desintegrarla, pero mientras eso se decide, todos morimos por el simple hecho de invocarla. Morimos envenenados por el odio que genera que los demás no piensen como nosotros. Morimos ahogados por nuestros propios pensamientos y opiniones, con los que pretendemos dominar el mundo ya pacificado. Morimos porque nunca pudimos comprender bien que el verdadero enemigo era el odio que hoy constituye nuestro formidable combustible para dominar y pisotear. Morimos, porque nuestro primer error fue matar al niño curioso y "pendejo" que consideró que matarse por política era el más pendejo y tonto de los odios posibles.