Revista América Latina

Reflexiones personales frente al celular

Por Gaviota
Recuerdo hace ya más de dos décadas, las permanentes discusiones que se suscitaban en torno al uso del teléfono en el hogar.  Era un punto central contar con tiempo suficiente para llamar al amigo a preguntarle qué pensaba de lo que había dicho algún compañero de clase respecto de la manera como había terminado su relación con la niña más linda del salón, porque ella era algo cansona.  Era indispensable llegar por la noche a casa para poder ganarle al hermano o a la hermana (según sea el caso) para coordinar la forma en que vamos a planear más adelante un posible proyecto de paseo a algún hipotético lugar.
La inmediatez no importaba.  Realmente, el mundo subsistía sin que las personas tuvieran que andar enviándose mensajes cada 5 segundos a través del PIN de Blackberry, o los más independientes a través del Whatsapp en el IPhone.  De hecho, los mensajes escritos entre personas se entregaban personalmente o a través de correos que se demoraban 4 o más días.  La gente usualmente se alegraba de contar con una carta o con un mensaje de una amiga o de un amigo.Reflexiones personales frente al celularImagen tomada de:  http://es.dreamstime.com
Luego, llegó el teléfono celular.  El aparato que llevo a que la paranoia pasase de ser una enfermedad de lento trasegar a un cuadro clínico de carácter fulminante.  Me explico.  Las madres de antaño se preocupaban si durante un lapso de 3 horas aproximadas, no tenían conocimiento de sus respectivos hijos.  Era probable que se hubiesen quedado en la casa de algún amigo hablando o jugando a los videojuegos.  En la actualidad, basta que no se conteste una llamada al teléfono celular, y que la llamada no se devuelva dentro de los 5 minutos subsiguientes para que la señora madre empiece a buscar un apoderado judicial para tramitar un proceso por muerte presunta, o por lo menos para presentar una denuncia por secuestro extorsivo.  Por supuesto, un par de preinfartos pueden presentarse en el entretanto.
Eso era lo que realmente se quería cuando se pensó en que las comunicaciones nos llevarían a la inmediatez.  Vino el correo electrónico, y logró un ahorro importante de tiempo en materia de comunicación escrita.  Sin embargo, esto vino acompañado de un par de inventos realmente buenos y realmente nefastos para la vida en sociedad: el WiFi y la mensajería instantánea.  Estos dos avances tecnológicos han generado que el celular se convierta en una herramienta de opresión, y no en una herramienta de comunicación.
Esta situación ha llevado a que algunos valientes hayan ejercido una íntegra oposición a esta nueva forma de esclavitud.  La metodología es más bien sencilla:  Son individuos que se niegan a contestar su teléfono móvil.  No hay la menor oportunidad de que estas personas se apiaden de quien afanosamente intenta llamarlos para alguna cuestión presuntamente urgente.  Su lema es algo así como: “Si son buenas noticias, pueden esperar.  Si son malas noticias, no hay nada que hacer, así que también puede esperar”.
Confieso no tener el valor suficiente para adoptar esta clase de postura.  De hecho, mi alter ego constantemente suele disculparse por no poder contestar, con algo de temor y de cobardía.  Sin embargo, qué se puede hacer.  Me genera algo de envidia no poder tácitamente decirle a todo aquel que llama: “Me importa un bledo tu llamada, tengo algo mucho mejor que hacer que hablar contigo”.
Esto es la contrarrevolución de la revolución.  Se trata de aquel fenómeno que surge como respuesta a la solución a nuestros problemas.  Particularmente, no es usual que agradezca la tenencia de un teléfono móvil por algo.  Usualmente llegan malas noticias por ese medio, y no buenas noticias.  O al menos, no de aquellas que uno agradezca recibir gracias al teléfono celular.  Por el contrario, creo que varias personas podrían dar testimonio acerca de noches sin sueño debido a algún genio de la comunicación que decidió dar una mala noticia a las 10:00 p.m.
El contrarrevolucionario probablemente puede intuir que llegarán buenas noticias o malas noticias en determinado momento.  Igual, la respuesta será probablemente la misma en el momento.  Esto quiere decir, no contestará de una u otra manera.  Su respuesta variará en la medida en que de respuesta o no, o en qué tiempo dará respuesta a esa llamada tan urgente.  En algunos casos, estos contrarrevolucionarios se enfrentarán a enconados rivales que propenderán por hacerlos sucumbir a sus deseos.  Llamarán, y llamarán, y seguirán llamando hasta que se cansen de no contestar, y finalmente atiendan una llamada con alguna de sus habituales excusas.  En ocasiones sin embargo, estamos ante verdaderos paladines de la contrarrevolución que sienten más satisfacción entre más desespero generen en su rival de turno.  Entre más llames, menos contestarán y menos regresarán la llamada.
Otros contrarrevolucionarios, menos valientes pero más recursivos, son aquellos que sacan un sinnúmero de excusas para no contestar un correo electrónico aparentemente urgente.  Ellos me merecen algo menos de respeto, en primer lugar porque en ocasiones cito algunas de sus frases célebres, lo que me hace ser un miembro extra-numerario de su club, y en segundo lugar porque son algo menos valientes.  Seguir partiendo de los Acts of God cibernéticos es algo más esotérico, pero también más cobarde.
Sin embargo, creo que estos que luchan contra las soluciones a todos nuestros problemas, merecen un pequeño homenaje en este espacio.  ‘Pico’ para todos aquellos que sienten que sus vidas tienen algún espacio y significado por fuera de sus teléfonos celulares.  Cuentan con mi apoyo, algo cobarde, pero también algo sincero.

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