Nos aproximamos a la sexta extinción masiva de especies que ha vivido la Tierra desde su creación. Eso lo han anunciado los científicos hace pocas semanas, y la raza humana sigue pensando -como viene pensando desde las épocas bíblicas- que una cosa es el mundo y otra cosa es él/ella. Con ello quiero afirmar que seguimos creyendo como raza profundamente estúpida, que una cosa es la que le ocurra al mundo, y otra la que nos ocurra a los humanos.
Siendo un poco más realistas, los seres humanos en general, cuando hablamos de "los humanos", normalmente pensamos en nuestra familia (y en algunos casos, ni en eso), pero no estamos pensando en los 7 mil trescientos y pico millones de personas que habitan en el mundo (dato tomado de la página www.worldometers.info). De hecho, hace tan solo algunos meses tuve la oportunidad de trabajar con uno de esos sujetos. Trabajaba con él en la misma entidad, y de hecho, había estudiado con él en el mismo colegio, y jugado con él en selecciones deportivas de nuestro colegio. Años después, este personaje era incapaz de saludarme a mí, como si hacerlo hiciera que su coeficiente intelectual cayera, o pero aún, que su cuenta bancaria se desocupara. Dudo que este individuo negara que le interesa que "la humanidad" siga adelante.
Pero surge la pregunta: ¿mi ex compañero de colegio, usted como lector, o incluso yo como autor de estas líneas está realmente dispuesto a jugársela por "la humanidad"? Y pregunto aún más: ¿y por qué "debería" jugármela yo, o usted o él, por salvar a una humanidad que poco o nada ha hecho por mi bienestar? Las preguntas no son nada fáciles de responder, si lo que pretendemos es hallar razones desprovistas de clichés.
Esta, sin embargo, no es la motivación principal de escribir esta entrada. Nos encontramos en un mundo donde poco importa qué o quién vaya "saliendo de escena", siempre que no sea "yo" el que salga. En ese sentido, la extinción de "otros" nos resulta tan natural como la fotografía reciente de Plutón y de Caronte: no las habíamos visto nunca, pero al verlas nos pareció tan natural y tan inevitable... En el pasado, hubo mamuts, hubo tigres dientes de sable, hubo rinocerontes blancos, y otra serie de especies que lamentablemente ya no deambulan esta "tierra de humanos". Entre ese tipo de especies extintas, se encuentra el iusnaturalista.
También denominado como "defensor de la teoría del derecho natural", el iusnaturalista era un individuo que consideraba que el concepto de lo justo, de lo legítimo y de lo legal en cada sociedad determinada no era objeto de la arbitrariedad o del capricho de los poderosos, sino que derivaba de la observación que el ser humano hacía de la naturaleza, lo que a su vez permitía desentrañar una razón o legalidad ulterior (normalmente atribuida a Dios -o a un dios-). La única forma de poder darle valor o legitimidad a una norma jurídica era si esta norma se encontraba dentro de lo que la ley natural prescribía.
Imagen tomada de http://venitism.blogspot.com
El iusnaturalista primigenio no era un cerebro fugado (o si así lo creía, al menos le otorgaba cierto grado de autoridad a la naturaleza, y en muchos casos, a Dios). Esto es particularmente relevante en momentos en donde la reivindicación de Dios (o de un dios) se encuentra pasada de moda, y da hasta pena mencionarlo. Se ha pasado de un teocentrismo a una hiperracionalismo que hace que el ser humano creo que está por debajo de nada ni de nadie. En ese sentido, la pregunta acerca de quién detenta el poder se viene a convertir en una interesante inquietud acerca de quién es el poseedor del derecho, en su acepción más civilista.
Cabe recordar que es aquel que se cree señor y dueño de un bien (en este caso, del derecho) y actúa en concordancia. Un ejemplo palpable de este tipo de individuos son aquellos que coloquialmente denominamos que "se creen por encima de la ley". Un iusnaturalista, por definición no podría creerse por encima de la ley, porque la ley (entendida como fuente formal de derecho) únicamente podría ser ley si es consecuente con la ley natural. El positivista radical (su opuesto) dirá que ley es aquello que sigue un procedimiento de validación previamente definido, y que en consecuencia le da fuerza de ley a cualquier cosa que se acuerde por ese mecanismo de validación.
En la actualidad esa misma discusión parecería haberse trasladado al ámbito del derecho internacional. Son los actores del derecho internacional los que se interesan por saber si cualquier cosa puede ser fuente de derecho internacional o si hay algo por encima de esas estipulaciones. Para llegar allá, se tuvo que pasar por un importante devenir de luchas a partir del constitucionalismo moderno y postmoderno, que finalmente han llevado a que se imponga la idea de que los Estados están sometidos a ciertas reglas de carácter internacional.
El derecho internacional, sin embargo, parece no tener demasiado claro de dónde salen esos paremetros internacionales inamovibles. En ocasiones se le atribuyen limitantes presupuestas a esos axiomas epistomológicos, pero sin duda, no es a la naturaleza a la que se acude. Hay algo o alguien que "decide" que existe otro "algo" a lo que el mundo debe atenerse para efectos de construir y desarrollar el derecho interno de los Estados. Ese algo podría parecer supremamente razonable, pero también supremamente arbitrario. Sin embargo, al parecer las cosas "son así", y punto.
Es el tránsito del derecho natural al derecho esotérico (por ponerle nombre al derecho injustificable) y los que miran con risa la época del primero, son en gran parte defensores del segundo (por supuesto, sin el nombre que aquí le he dado, pero sí acogiendo los postulados mencionados), y en la actualidad el mundo gira, las especies mueren, y sin embargo sigue habiendo algo o alguien que dice cómo deben ser jurídicamente las cosas en el mundo.