En el transcurso de los procesos de coaching; sean éstos de carácter organizacional o personal es fundamental que el coachee advierta – con la ayuda del coach – las dos categorías en juego desplegadas en su discurso: hechos e interpretaciones.
La importancia de estas distinciones radica en la apertura - o no – de los caminos que conducen a la obtención de sus objetivos.
Veamos esas categorías:
- la categoría de los hechos
- la categoría de las interpretaciones (opiniones o juicios) que versan sobre un hecho.
- ¿Que es un hecho?
Un hecho es un suceso, algo sucede. Por ejemplo: comenzó a llover.
- ¿Que es una interpretación?
Es lo que puede decirse sobre esa manifestación de la naturaleza que puede ser leída o
interpretada de muchas maneras, según las diferentes personas que observan llover. La interpretación es la versión personal que cada uno da sobre un mismo hecho. Es el reino de la suposición personal.
Volviendo al ejemplo, alguien puede decir que es signo de inundaciones futuras; otros pueden decir que son augurio de prosperidad en relación a los sembrados, y así pueden existir varias interpretaciones personales del fenómeno de la lluvia.
El ejemplo es muy claro; casi obvio…
Cuando se confunde una interpretación personal con un hecho, nos quitamos posibilidades de tomar un camino apropiado hacia el objetivo deseado.
Y es mucho más difícil hacer esa distinción cuanto más implicada esté nuestra emocionalidad.
Aclaremos todo esto con un ejemplo:
Supongamos que alguien quiere una mejora de sueldo en su empresa. Tiene muchas razones para pedirlo y también “muchas buenas obras en su haber” que respaldarían el pedido. Pero dilata el pedido de cita una y otra vez.
Cuando se le pregunta por la dilación, dice algo así:
“- Bueno, es que mi jefe no estaría de acuerdo, pues nunca está de acuerdo con cualquier cosa que yo haga o diga”.
Cuando se le sigue preguntando en que ocasiones no estuvo de acuerdo su jefe con las cosas que él hizo o dijo, responde luego de pensarlo mucho, que en realidad fueron dos veces, pero para él eran muy importantes y le afectó mucho.
Acá se puede ver lo siguiente: hay un juicio interpretativo de esta persona sobre la conducta del jefe: “nunca está de acuerdo con lo que diga o haga”.
El hecho es: dos veces no estuvo de acuerdo. Pero el clima emocional que le dejaron esas dos veces, actúa de manera tal, que cree firmemente que su jefe siempre le dice que no a todo. Éste juicio le impide abrir la posibilidad de pedir una cita y conversar acerca de su deseo. No sabemos que puede decirle el jefe en esta nueva ocasión, pero sí se sabe que en vez de abrir una posibilidad; la interpretación que hace sobre la conducta del superior, le cierra toda vía a su deseado aumento de sueldo.
Ni siquiera lo intenta, debido a la solidez que le dio a su propio juicio olvidándose del hecho concreto.
De ejemplos como el anterior están plagados los discursos de las personas. Vivimos en mundos interpretativos por el solo hecho de ser humanos. “Lo real” no es abordable en forma directa. Nuestra única herramienta de acceso es la interpretación. Pero hay interpretaciones que hacemos que nos dificultan seriamente la vida y otras que la posibilitan
En el ejemplo dado, la alternativa interpretativa podría haber sido la siguiente:
Mi jefe en dos oportunidades no estuvo de acuerdo conmigo; veré si esta vez, y con fundamento, logro ponerlo de mi lado y conseguir mi aumento de sueldo”
Esta manera, incluye en forma tácita la interpretación de que el jefe podría tener un costado razonable, accesible y sensible a “las buenas tareas antes realizadas”.
Esta interpretación haría que la persona abriera esa posibilidad y de tener éxito obtuviera por fin, el tan ansiado aumento.
Un proceso de coaching exitoso logra que el coachee incorpore finalmente “la buena costumbre” de adquirir el carácter distintivo entre hechos e interpretaciones. Es el comienzo del proceso que conlleva al éxito o al fracaso, según elijamos abrir o cerrar la puerta de la posibilidad.