Pedro Sánchez, el nuevo secretario general socialista, le pedía a Mariano Rajoy que apoyara ante Ángela Merkel sus propuestas de depreciar el euro y crear un plan de empleo para los parados del sur de Europa, ideas que debería haberle presentado al ministro de Economía alemán, Sigmar Gabriel, que a su vez es presidente del partido hermano del PSOE, el socialdemócrata (SPD).
Mientras Merkel peregrinaba por Santiago, Gabriel como vicecanciller era el presidente efectivo del gobierno alemán: el líder socialista español podría haber aprovechado la ocasión para influir sobre él.
Pero Sánchez pareció olvidar que en Alemania gobierna una coalición de la Unión de Demócrata Cristianos (CDU) de Merkel y de socialdemócratas de Gabriel.
El gobierno federal tiene 16 miembros, de los que seis son socialdemócratas, quienes, tras la traición de Sánchez a los pactos para la elección del presidente de la Comisión Europea (CE), temen encontrarse con un frívolo como Zapatero.
Recuérdese que en mayo el PSOE apoyó entusiásticamente en las elecciones europeas al socialdemócrata alemán Martin Schulz como presidente del Parlamento Europeo (PE), cargo que alcanzó pese a estar en minoría gracias al apoyo del Partido Popular Europeo, formado, entre otros, por el español y la CDU.
El Parlamento dirigido por Schulz tendrá un elevado poder legislativo que influirá en la marcha cotidiana de la UE encomendada a la Comisión.
Presidida, en compensación por el apoyo al socialdemócrata, por el socialcristiano luxemburgués Jean-Claude Juncker, cuyo pacto para elegirlo traicionó el PSOE votando no por órdenes irreflexivas o poco inteligentes del recién designado Sánchez.
La UE se debe históricamente, con sus asombrosos éxitos que tanto benefician aún a España, y con sus fracasos temporales, al equilibrio de poderes de cristianodemócratas, llamados ahora Populares, y socialdemócratas, algo que debería saber Pedro Sánchez.
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SALAS