Las cifras hablan por sí solas. No varía la proporción, pero sí la pérdida de afecto ciudadano. Adelgaza el porcentaje. Lo saben, y por esta razón buscan alianzas que aseguren la gobernabilidad futura. Remojamos las barbas ante el caso italiano.
El sistema electoral estaba blindado para la alternancia de poderes fuertes, con amplio apoyo electoral. La coalición, el pacto, el diálogo, los consensos, todo esto les es ajeno. ¿Alguien escucha a alguien más que a su grupo parlamentario? De una dictadura pasamos a una democracia en donde grupos políticos verticales, con ejecutivas cerradas al disenso, gobernaban a gusto, controlando los medios, politizando las cajas, persignándose ante el poder financiero. El control del afecto de una ciudadanía pasiva, bien alimentada y entretenida, les mantenía optimistas, despreocupados. La crisis ha curado en parte la miopía del ciudadano, haciéndole ver más allá de promesas impostadas. Y, peor, ha revelado la profunda corrupción institucional sobre la que se asientan los valores democráticos a los que nuestros representantes públicos deben lealtad sin condiciones.
No valen maquillajes. La ciudadanía no quiere salir de esta crisis con un acuerdo de mínimos. Quiere asegurarse una democracia real, fuerte y protegida contra sus enemigos internos. De lo contrario, hablará alto y claro en las elecciones, condenando al PP y al PSOE al ostracismo parlamentario.No hay hoy por hoy en el PSOE aliento de reformas que convenzan a pie de calle. Y esto sucede porque su núcleo duro no se ha ablandado, permitiendo una reforma profunda de sus Estatutos y abriendo un Congreso Extraordinario. El PSOE de Ferraz no es creíble, y las ejecutivas locales, provinciales y regionales callan, a la espera de noticias de Roma. Solo el militante de a pie, el simpatizante indignado, habla, grita lo obvio, y poco a poco se distancia. La valentía de los dirigentes socialistas brilla por su ausencia. El PP cava su tumba política por su cruel inmoralidad hacia los ciudadanos más vulnerables, y el PSOE lo hace por su cobardía travestida de prudencia.