Revista Opinión

Codicia nutricia

Publicado el 09 mayo 2016 por Jmlopezvega
Domingo, 8 de mayo de 2016Codicia nutricia

E n la biblioteca del Colegio Altamira -¡arqueológica infancia, que se desdibuja sin remedio!-, cayó en mis manos un cuento tradicional ruso, "El diablo y el mujik", que glosaba la calamidad de un mísero labriego deslomándose en un campo paupérrimo que, encima, no era suyo. Chisporroteando azufre se persona el diablo, que promete al campesino la propiedad de todas las tierras que, a la carrera, fuera capaz de atravesar. El desventurado echa a correr, primero hasta el altozano de sus amores, luego otro poco más, hasta una jugosa huerta; y luego, apenas otro pequeño esfuerzo, hasta la pradera que verdeaba en lontananza.

Parecía suficiente -el fuelle muy mermado-, pero el aliento del demonio lo incita a correr otra versta, solo una versta más, hasta aquel trigal que le aseguraría un granero por siempre repleto. Y luego podría animarse a recorrer otro trecho, hasta aquel viñedo que sería la herencia de sus hijos. Atravesó riberas, colinas y plantíos, echando el bofe, pero el diablo le susurra lo ventajoso de invertir otro poco de resuello, hasta un pozo cercano, donde su ganado abrevaría aun en la peor seca.

Y el nuevo hacendado siguió corriendo, ¡era su día!, y corrió más rápido, y corrió más lejos, para sentirse definitivamente a salvo del hambre, él y toda su estirpe. Y corrió hasta llegar exhausto -el corazón enloquecido, desobedientes las piernas- al remoto paraje donde lo aguardaba el demonio. Éste había cavado un hoyo y enseñó al mujik el montículo de tierra excavada y el incauto, viéndola tan esponjosa y fértil, la enfiló al trote, tambaleándose, pero cayó de bruces al hoyo que habría de ser su tumba, y el diablo lo sepultó, diciéndole: "Es toda la tierra que necesitas".

¡Ah, la codicia! Cruel enfermedad motivada por una sordera selectiva: la imposibilidad de oír y descifrar el adverbio "bastante". El codicioso nace con la tara de querer más, siempre más, o se hace a la costumbre de acaparar y atesorar más, siempre más, porque nada es bastante, nunca es bastante, y desea más, merece más, sufre por no poseer más y haría cualquier cosa por trincar más.

Es el Walter White de "Breaking bad", un químico brillante que sufre un cáncer y a continuación experimenta el picotazo letal de la codicia, y amasa un inmenso mazacote de dólares, al que acaba aferrándose como una lapa enfebrecida, perdidas toda dignidad y decencia. (Un pobre hombre que se transmuta en serpiente venenosa, reptando sobre un dinero sucio que jamás podrá gastar, no digamos disfrutar.) Es el inefable Mario Conde, un tipo inteligente -muy inteligente-, capaz de ganar dinero -mucho dinero- haciendo el bien por los suyos y la sociedad, que podría gozar todas las bonanzas de un cuento oriental; pero el tipo agarra y se obceca en robar y defraudar para agenciarse más, siempre más. (Y no lo hace una vez, acaso redimible, sino otra y otra vez, porque quiere más dinero, más poder, incluso más años de cárcel.)

No es la insatisfacción sufriente del artista, persiguiendo la huidiza armonía. No el suplicio paralizante de escupir otra pincelada o resobar sin fin la hermosa rugosidad de la piedra, antes de dar la obra por acabada y que resuene en otros corazones. Lo del codicioso es pura acumulación. Dinero, una montaña; lingotes, billetes a esgaya, un garaje de ferraris.

Imagino la horrible tensión de esas mentes, tan privilegiadas como torturadas, por no recibir el consuelo del "bastante". Un simple adverbio, una palabreja banal, pero que encierra la recompensa y la paz. El codicioso no duerme contando monedas, se lacera cavando zanjas para ocultar los fajos, se desarbola vigilando que no le roben y se desgañita con abogados chungos, maquinando cómo enchufar/desenchufar los euros en Gibraltar, Jersey, Panamá, Bermudas o Macao, y vuelta a empezar. El tipo mediosano obtiene bastante por sus capacidades y posee lo bastante para disfrutar de la vida; de hecho, tiene más que bastante con admirar a Hopper o leer a Jesús Carrasco. Adornarse con alharacas de ricachón, siempre en pos del "más", podría granjearle una angina de pecho, cosa francamente indeseable.

Con todo, hay algo en nuestra fiscalidad que promueve la codicia y pellizca al codicioso: la progresividad. Servidor diría que los impuestos deben ser suficientes y justo-equitativos, pero no acaba de ver por qué han de ser "progresivos", máxime si de rondón se les endilga el marchamo de "progresistas". Me figuro 3 personas con distintos ingresos brutos anuales (pongamos 60.000, 120.000 y 2 millones de euros cada uno) y me figuro un "impuesto de conciencia progresiva", con tipos del 30, el 45 y el 60%, respectivamente. El primer sujeto pagará a Hacienda 18.000 euros, el segundo 54.000 ¡y el tercero 1,2 millones! Póngase usted en sus pellejos respectivos y cuénteme si no le hace cosquillas el virus de la codicia. Codicia del Fisco (y de los bobos que lo jalean), pues es justo que el favorecido pague más cantidad, pero no necesariamente más porcentaje. Nótese que si al afortunado que ingresa 2 millones de euros le detraen un "exiguo" 10%, el individuo aún pagaría 200.000 euros, que cualquiera sensato juzgará "bastante", pues él solo más que triplica lo que aflojan los otros 2 paganinis juntos. Insistiendo en trincarle el 60%, por cosa de la "progresividad", se corre un riesgo más que riesgo de fomentar que el susodicho emprenda un periplo infartoso por Panamá, Barbados, Singapur y las Islas Putas, digo Vírgenes.


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