Revista Cine

Coherencia

Publicado el 27 enero 2011 por Alfonso

A finales de la década de 1980, una de las discusiones más airadas que podían sostener dos jóvenes amantes de la música moderna era sobre el soporte físico de la misma, si el compact disc, atrapado en un celofán imposible de abrir sin maña, de sonido frío y dimensiones ridículas, pero gran minutaje, que fue desarrollado por la holandesa Philips y la japonesa Sony pensando en que cupiese en el bolsillo de las camisas una grabación sin pausa de La quinta sinfonía, de Beethoven, iba a desplazar al vinilo, con su calidez, su carátula de proporciones perfectas para disfrutar el arte del diseñador, el logotipo de la banda, con su liturgia de poner la aguja en el corte perfecto y de voltear la cara A para terminar de degustar la obra conceptual. No hace falta decir que quien se posicionaba al lado del CD, pronto pasaría por otros formatos, con especial predilección por ese colmo de la imperfección llamado emepetrés, hasta llegar a escuchar sus canciones favoritas en un teléfono de bolsillo que sirve para todo menos para llamar a la familia o los amigos. Tampoco, que, el adorador del plástico, solía añadir que éste sobreviviría por nostalgia y mientras los prensadores así lo quisieran, pues estaba claro que el nuevo artefacto proporcionaba un sonido más cercano al sueño del artista, a veces en un stereo sin ruido de fondo, con una información adicional que disparaba hasta el infinito el ansia sónica y que pronto se convertiría en un modo cómodo de transportar la música, por ejemplo, de escucharla en el automóvil, sin necesidad de tener que hacer copia en una cassette (bueno, los que hablaban acaloradamente la llamaban, la escribían, K7, igual que diferenciaban un single de un EP, lo que era un picture disc, un flexi disc y un bootleg, sabían distinguir las ediciones originales por las galletas o que un LP sin código de barras tenía un valor extra). Con el CD se despejaban hasta las dudas y un fan a muerte del debut de The Velvet Underground, el que va acompañado de Nico y producido por Andy Warhol, el del plátano, ése, de 1967, descubría, maldita sea, que el primer tema, el delicado Sunday morning, no era cantado por la rubia invitada, sino por su señoría Lou Reed,
Pasados los años, los discos de 30 cm vuelven a las tiendas: ya no es su tiempo. Tal vez tampoco el del compact disc, cierto, aunque le queda el largo recorrido que quieran las multinacionales del sector fonográfico: no es la hora de FX Gonzalez o cansino Aznar y ahí siguen. Los que dicen que si el vinilo desbanca al compacto de las estanterías será la primera vez que un objeto dado por obsoleto vencería a a la novedad, se equivocan: está el cine y el DVD, y en un tiempo los videos, algunos con clásicos estrenados en blanco y negro y reestrenados con color; el cine en 3D, que no es de hoy, ni mucho menos, y las películas mudas; conviven el tranvía, los autobuses, los taxis y las bicicletas con las Vespas y los automóviles de motor híbrido; el reloj analógico, que parecía que iba a ser desterrado por el digital, sigue luciendo en las muñecas; los libros de papel miran de reojo el estado de salud del laborioso y aplicado Steven Jobs; hay mil formas de prepararte un café en casa; en los grandes almacenes, la maquinilla de afeitar eléctrica, la batidora y el lavavajillas, esperan su turno y hogar de acogida...
Es, por tanto, que pueden convivir varios objetos muy dispares en forma destinados a un mismo uso, que de hecho lo harán durante un tiempo, y que pasados los años y estudiada esta etapa consumista de la civilización, se hablará de que la voz y la música se registraba en cintas magnetofónicas o similares y que se almacenaba en dispositivos que ocupaban un preciado espacio de salones y dormitorios o se retransmitía por ondas y cables. (Y que cuando se quería poner en manos del vecino o desconocido uno se daba de bruces con las leyes de la propiedad y la herencia, cuando el Arte, si es un don, debería ser suficiente para calmar todo ego.) Como dijo un poeta romano -¡que expresaba sus cuentas con unos números que todavía usamos para algunos casos!-: Tempux edax rerum (El tiempo devora todas las cosas). Sin ser futurólogo, no creo que el disco de vinilo, ese que alcanzó su razón con el rock de los 50 y el pop de los 60, o la descarga legal vaya a sobrevivir al ser humano más allá de los museos, si es que estos sí que lo hacen.
De momento, la nostalgia, que viene inducida por un sector de los dirigentes de la industria del entretenimiento, señores del ocio que abusaron del precio del sonido digital y ahora regresan con el disco grande como formato perfecto a un precio más desorbitado, escudándose para ello en el gramaje -a mayor peso, mayor profundidad de la espiral y menor oscilación bajo la aguja que lo recorre-, los mismos que luego nos proporcionaron la capacidad de la copia perfecta, la nostalgia, nos puede hacer volver a disfrutar del chisporroteo de las canciones de nuestra juventud, a sufrir, hasta el paroxismo, por una mota de polvo o un arañazo de nuestras descuidadas uñas, pero que nadie tiemble: ni el vinilo regresa para sustituir a nada, ni la música desaparece. Son tiempos confusos y si algo peligra es el chanchullo de los editores y A&Rs: la música existirá mientras haya vida. Otra cosa es, que con la premisa de comprarlo todo antes que el capitalismo se desplome, algunos se lancen a reclamar tus monedas y te inyecten la melancolía.
Por mi parte, no siento atracción por situarme frente al juego de marcianos del bar de la piscina, la pinball de los futbolines del barrio, oir el sonido del teclado de una Olivetti, padecer el traqueteo de un trolebús. Quizá soy un desapegado; quizá soy un adaptado a los nuevos tiempos. Adoro el vinilo, pero escucho la música en CD, del mismo modo en que hay veces que miró la esfera con saetas de mi reloj despertador y otras que leo los números fugaces del teléfono móvil. Y hay cosas que rara vez hago: escuchar la radio, ver una película en el ordenador, llevar unos auriculares cuando camino por la calle, renegar de quien soy, y fui. Creo que escoger nunca puede ser malo. Si quieres leer y lo haces en pantalla o papel, da igual: hazlo; ahora, no lo hagas en el último artefacto que te presenten sólo por ser el centro de atención e ir a la moda: no te autoengañes, se coherente, no snob. Y si te gusta enfundarte unos guantes de plástico y fregar los platos bajo el chorro de agua del grifo, perfecto. Lo malo es cuando no puedes escoger, como ha sucedido, y sucede, con algunos, me temo que demasiados, estudiantes españoles: la carrera que cursaste, ¿es la que querías o la que te permitieron tus notas?, ¿de verdad que querías estudiar? ¿Te jubilarás cuándo tu cuerpo no pueda más o cuándo te lo digan, te lo permitan, los papeles o el ingreso mensual, los mandamientos de los señores que velan por tu comodidad?
COHERENCIA
The Velvet Underground y Nico
con Andy Warhol (1966), Malanga

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