Revista Libros
Iba en el metro cuando terminé de leer Confesiones de una máscara de Yukio Mishima. Una joya literaria que les recomiendo. El vagón iba atestado de gente, lo cual resulta innecesario decirlo, pues ya es una condición sine qua non de ese medio de transporte en la ciudad. A mi lado iba un chino (así les decimos a todos los que tienen rasgos asiáticos, sin importar si es japonés, chino, coreano o tailandés). Olía mal; no, muy mal. Una hediondez exacerbada entre sudor y alcohol. Vagón de los nuevos, de los que aún tienen aire acondicionado, iluminación y buen sonido; de esos que las agarraderas no te agarran, de las que se desplazan a lo largo del tubo cromado horizontal cada vez que frena o arranca. El chino perdió el equilibrio y con generosidad, vació su contenido estomacal sobre los que iban sentados…
Esperaba a que me atendiera el médico. Segunda sesión de fisioterapia. Mi kindle tiene tanto lomito literario que no sé por dónde empezar a echarle diente. Días previos había comenzado a leer Aura de Carlos Fuentes. Tenía meses queriendo leer algo de este prolijo autor, pero entre una lectura y otra, lo fui relegando. El autor murió en días recientes. Vamos, ya es hora que lo leas –me dije. Así lo hice. Mientras terminaba de leer la última página con una degustación absoluta –vaya que me encantó este texto–, los gritos de una madre desesperada colmaron el ambiente del consultorio. –Coño Aura, quédate quieta carajo. Aura, que tendría entre ocho y diez años, siguió brincado. Se me acercó y me preguntó: –Señor, ¿qué está leyendo?
El banco parecía la estación Plaza Venezuela a las seis de la tarde (bueno, a cualquier hora a decir verdad). A pesar de los avances tecnológicos y transacciones digitales, hay cosas que deben hacerse directamente en las instituciones financieras. Va otro adverbio: lamentablemente. Estaba de pie en la cola leyendo Suite francesa de Irène Némirovsky, autora que no corrió con la misma suerte que Imre Kertész, quien sí se salvo de los campos de concentración nazi. No quería que la cola avanzara rápido porque ya estaba en la recta final del libro. A dos cuerpos de la taquilla, terminé de leer esta obra monumental que relata parte de lo que fue la invasión alemana a Francia. En la taquilla de al lado, la destinada a la tercera edad, se prendió la trifulca entre dos carajitos: uno de ochenta años aproximadamente y otro de sesenta y dele. El primero le reclamó que era un tipo joven, que hiciera su cola normal. El segundo le respondió: –Viejo abusador, te coleaste, por eso es que estamos jodidos. Cuando Irene mandaba en este municipio, estas vainas no sucedían.
Fin de las coincidencias (por ahora).
PD.Por cierto, terminé de leer Portugal y Venezuela: 20 testimonios de Yoyiana Ahumada, en una panadería cercana a mi domicilio, tomandito café. Y como mandado hacer, el ambiente musical soltó “Balada boa” de Gusttavo Lima, esa que dice en el coro Tchê tcherere tchê tchê, y que yo humildemente rebauticé como Chi chi ri vi che – chi chi ri vi che – che che en honor a esas fantásticas playas de Venezuela. En fin, coincidencias…