Revista Economía

COLAPSO - Alessandra Neymar - 【PDF】

Publicado el 18 diciembre 2018 por Misterdilan

PRIMERA PARTE

Sarah

Nada podía ir bien si todos estábamos sentados a la mesa y nadie era capaz de mirarse a los ojos. Sometidos por un silencio cruel que se imponía entre nosotros marcando una distancia que terminaría por ser insalvable.

Habían pasado dos semanas desde que Cristianno murió y el Edificio se perdía cada vez más en la sombra, ahogando a cada uno de sus habitantes en el vacío que había dejado tanta muerte en tan poco tiempo.

Todos habíamos cambiado. Cada uno decidió llorar la ausencia a su manera, pero en su propia soledad, quizá preguntándonos ¿quién sería el siguiente? ¿Qué nos quedaba por vivir todavía? ¿Cómo demonios habíamos llegado a ese punto?

Los Gabbana se fragmentaban... Y yo no podía hacer nada. Porque nadie creería que uno de los suyos había provocado tal situación. Nadie creería que el hombre que comía apaciblemente a mi lado era el asesino de Cristianno.

-No deberías seguir bebiendo -espetó Silvano mientras su esposa se llevaba una copa de vino a los labios, y ya era la tercera en solo diez minutos.

Graciela resopló con una sonrisa y miró a su compañero como si fuera un desconocido. Después echó una ojeada a las dos empleadas que nos servían la mesa y comprendió que ninguna de ellas la obedecería si decidía continuar bebiendo. Así que se levantó con parsimonia y caminó hacia la estantería donde estaban las botellas de alcohol y demás licores. Cogió un vaso, le puso hielo y eligió un coñac al azar mientras yo me tensaba en mi asiento. Una extraña y suave caricia se extendía por mi muslo provocándome un fuerte estremecimiento.

Tragué saliva. Los dedos de Enrico subían hábiles hacia mi entrepierna y cerca estuvieron de alcanzar su objetivo. Le detuve a tiempo notando cómo él fruncía una sonrisa. Pero lejos de mirar a Enrico, me fijé en Mauro..., que acababa de darse cuenta del cambio tan brusco que tuvo mi cuerpo. -Recuerdo el día en que murió tu hermano Fabio -comentó Graciella con voz cruel mientras desenroscaba el tapón de la botella. Su cuerpo adoptó una pose oscilante y un tanto petulante que nos preparó a todos para un enfrentamiento desagradable-. Levantaste toda Roma con el propósito de aniquilar a esa gentuza. -Se refirió a los Carusso y a la noche en que Adriano Bianchi ganó las elecciones y lo celebró en un yate que más tarde estalló en llamas-. Sin embargo, han matado a tu hijo y no eres capaz de salir de esa maldita habitación.

Contuve una exclamación al notar cómo sus duras palabras se me clavaban en el pecho. Silvano empalideció, pero no miró a su esposa. Se mantuvo cabizbajo observando el contenido intacto de su plato y asiendo con fuerza los cubiertos.

Fue Patrizia la que se levantó y se digirió tímida a su cuñada. -Graciella, ya basta... -murmuró intentando quitarle la copa de las manos.

Pero Graciella la empujó. -¡No!-exclamó con furia antes de señalar a Patrizia con un dedo-. Tú no has perdido a un hijo, no tienes ni idea. -¡No!-Gritó Silvano dando un fuerte golpe en la mesa que tiró varias copas. Después miró a su esposa-. ¡Tú no tienes idea! Habría prestado mucha más atención al sospechoso gesto de Enrico ante la respuesta de su padrino si Graciella no hubiera lanzado el vaso contra la pared. El cristal se hizo añicos dejándonos a todos completamente tensionados. Aquello no iba a tener un buen final. La Bellucci se acercó a Silvano con paso firme y se inclinó para hablarle de cerca.

-Dios sabe que en estos momentos el único sentimiento que tengo hacia ti es odio -gruñó olvidando que incluso sus suegros estaban presentes. Ofelia agachó la cabeza y Domenico se mantuvo rígido, sin dejar de analizar cada gesto del rostro de su hijo, que alzó la mirada y la clavó en los ojos de Graciella. Mientras tanto, el resto de presentes ansiamos desaparecer de allí. -De todos modos es un sentimiento -masculló hiriente y en voz baja. Esa vez su esposa decidió no contestar, y se marchó tambaleante dejando el comedor sumido en una dolorosa inquietud. -Lleva razón, Silvano. -Domenico le habló a su primogénito con cierto tacto, pero profundamente sincero; ambos hombres habían perdido al pequeño de sus hijos. Soltó la servilleta sobre la mesa y señaló el asiento que debería haber ocupado Cristianno de haber estado vivo-.

Esa silla está vacía y tú no haces nada. Solo dejar más espacio a los Carusso y permitir que esta familia se pierda en esa distancia. -Terminó levantándose de la mesa, esperando una respuesta. Pero Silvano no dijo nada. Tan solo miró a Enrico... pidiéndole permiso en silencio para responder a su padre. Se me heló la sangre al ver cómo este negaba casi imperceptiblemente con la cabeza y, en respuesta, Silvano callaba. ¿Hasta qué punto Enrico tenía el poder? ¿Hasta qué punto podía ordenar? Es más, ¿por qué demonios el gran Silvano Gabbana no hacía nada? Domenico resopló asqueado y visiblemente decepcionado por el silencio. Le dio un beso a su esposa en la cabeza y siguió los pasos de su nuera caminando más lento y mucho más apenado.

No solo había perdido a un hijo y a un nieto, sino que su familia se desintegraba porque uno de los suyos no sabía qué hacer. Me quedé atrapada entre lo sucedido y las miradas que Mauro y Enrico se estaban enviando completamente ajenos a que yo estaba sentada entre ellos. ¿Qué se estaban diciendo? ¿Cuánta información albergaba sus ojos? -Papá... papá. -Fue Valerio quien intentó extraer a Silvano de sus pensamientos acariciándole el brazo con cariño. Este miró al mediano de sus hijos sin perder aquella mirada trastornada y lejana. -Marchaos...

-ordenó deseando no tener que volver a repetirlo. Diego fue el primero en obedecer y lo hizo furioso con su padre. Yo fui la última y lo hice tras haber mirado a Silvano con nostalgia y pena. Después corrí a mi habitación y enterré la cara entre mis manos creyendo que tendría un momento a solas conmigo y mi tristeza. Qué equivocada estaba y qué acertado estuvo Enrico al mantener la luz apagada. Porque cuando cometí el error de mirarle, no me perdí en su mirada. Contuve el aliento cuando me acarició la nuca. De nada sirvió que segundos más tarde intentara huir de él. Enrico ya había notado cómo mi piel se erizaba bajo su tacto y cómo mi cuerpo se tensaba al notarle tan cerca.


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