Revista Cine

Cold War, paz caliente

Publicado el 04 octubre 2018 por Cineenserio @cineenserio

Dedicado al documental, el polaco afincado en el Reino Unido Pawel Pawlikowski consigue con su sexto largomentraje de ficción, a sus 61 años recién cumplidos, el premio al mejor director en el Festival de Cannes. Pero antes llamó la atención con su singular Ida (2013), que tiene mucho en común con Cold War: similar fotografía en blanco y negro, cuidada utilización de la banda sonora, formato de pantalla casi cuadrado (el viejo estándar 1:1.37), elipsis… y una historia con fuerte arraigo en la Polonia comunista con una sociedad llena de contradicciones. Se aprecia cierta continuidad en las dos películas, que supondrían un retrato del imaginario polaco después de la II Guerra Mundial hasta los setenta.

Cold War, paz caliente

Reconozco que, en su estreno y a pesar de los premios que traía bajo el brazo, valoré poco Ida. Me pareció una película pequeña, y es que, efectivamente, Pawlikowski opta por un tono menor, con cierto intimismo, abundancia de elipsis y, sobre todo, total ausencia de énfasis dramáticos que pueden llevar al espectador a no valorar debidamente sus obras. En Cold War también me parece que ese mismo estilo impide una experiencia estética de mayor intensidad en las emociones que viven los personajes, siempre austeros. Tanto o más que la historia argumental —la búsqueda de su pasado judío en la candidata a monja en Ida, la historia de amor intermitente en Cold War— al cineasta varsoviano le interesa el clima moral en un contexto político de incertidumbres e hipocresías, con las identidades disfrazadas y la confusión de lealtades que sume a los seres humanos en vaivenes contradictorios.

Viktor encarna a un músico que en la posguerra organiza para el Estado festivales de canción, baile y música populares que deben ser esencia de la cultura de clase en el socialismo realmente existente. Hacen diversos casting buscando voces auténticas y se encuentra con Zula, una joven tan capaz de interpretar temas populares como hacerse pasar por quien no es; de hecho, parece que estuvo en la cárcel. Se enamoran con una atracción fuerte y planean exiliarse aprovechando un viaje a Berlín del grupo. Pero Zula se arrepiente y Viktor se marcha en solitario y se instala en París. A partir de ahí la pareja vive diversos encuentros, manteniendo una relación intermitente. Ella va a París en una ocasión pero se ha casado con otro hombre y no está dispuesta a dejarlo por Viktor; éste hace un viaje a Yugoslavia en pos de ella, pero las autoridades lo echan del país.

Cold War, paz caliente

¿Es Cold War una historia de amor? Habría que responder que también. Pero ni se busca el romance, aunque sea en sus meandros más inusitados, ni la pantalla eleva su temperatura con una pasión más nombrada o aludida que representada. Ni siquiera los desencuentros o las frustraciones consiguen encoger el alma del espectador. Diríase que al cineasta le interesa la imposibilidad de realización del amor como metáfora de un régimen político de represiones, de un clima moral de hipocresía que sume a los seres humanos —incluidos los músicos— en la mayor vulgaridad. En efecto, la música es otro personaje en la película: erigiéndose en medio de expresión de sentimientos y de climas emocionales de los personajes, pero también como plasmación retórica de la antítesis entre la sociedad occidental (el jazz) y la comunista (folclore anquilosado para gratificación de los mandos del partido).

Los cuidados encuadres, la profundidad de campo y la austeridad expresiva de Pawlikowski exigen un espectador atento a lo que no se dice y/o a lo que no se ve. Tiene importancia el fuera de campo y también esos marcados fundidos en negro que más que señalar un cambio de capítulo en la historia, subrayan con los rótulos de lugar y fecha el paso del tiempo y las muchas cosas que viven los personajes, pero no se muestran.

Cold War, paz caliente

Hay en Cold War cine de enorme fuerza poética, fascinante, aunque no fácil. Y una visión bastante pesimista de un país y de un tiempo muy duros para la mera supervivencia y directamente letales para la creatividad y la irrenunciable lucha por el amor y la felicidad.


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