Parada en la ventana trasera de una lujosa mansión, la hija de Carbonell, como de costumbre, contemplaba a lo lejos a su padre cerca de la orilla del lago. Era una mañana tan hermosa y cálida como el panorama que tenía ante sus ojos. No tenía más de tres años. La escena idílica se interrumpió cuando la niña notó un helicóptero aproximándose desde el horizonte y descendiendo cerca de su padre. Observó cómo un hombre formalmente vestido, con gafas oscuras, se dirigía hacia él. Detrás de él, descendió una mujer de aspecto serio, vestida de manera similar, quien se encaminó hacia la casa. Era la detective a la que llamaban "Barracuda Blanca", la favorita de la niña. Verla la alegró, pues suponía una tarde plena de acción. La Barracuda solía enseñarle técnicas de defensa personal y manejo de armas, además de contarle historias sobre las aventuras de su padre y sus colegas. Estaba tan feliz que no notó que su padre había abordado el helicóptero, que rápidamente ascendió y desapareció entre las nubes.
El viaje a Puerto Industrial le tomó a Carbonell al menos tres horas. Al llegar, descendieron en un aeropuerto militar, donde los esperaba un vehículo blindado similar a una limusina presidencial, rodeado de escoltas en motocicleta y vehículos fuertemente armados, como los que usan los bancos para trasladar grandes sumas de dinero. Como de costumbre, Carbonell abordó la limusina y se dirigieron hacia el edificio de la Alcaldía en el centro de la ciudad.
El sitio estaba acordonado. Carbonell vio que en una callejuela frente a la alcaldía se encontraban varios efectivos del escuadrón forense local. Con esfuerzo, se abrió paso entre la multitud de curiosos tras las barreras de la policía. Se identificó ante los guardias, quienes lo dejaron pasar.
Casi al final de la callejuela yacía un cuerpo cubierto con sábanas reglamentarias. Carbonell se acercó y se inclinó para destapar con cuidado el rostro y así identificar a la víctima.
-Yo no haría eso -advirtió una voz femenina, en tono firme. La mujer usaba gafas oscuras y una pañoleta, claramente intentando ocultar su identidad-. Sé de lo que hablo; no hay nada peor que identificar a un occiso conocido.
-¿Doris?
-Vine tan pronto como me enteré. Le dispararon por la espalda -dijo Doris, acercándose a Carbonell y ayudándolo a incorporarse-. Tienes que ser fuerte, Guerrero; todos hemos perdido seres queridos en esta profesión. Primero fue Boris, y ahora Ada.
-Juro que encontraré a los culpables y los haré pagar -exclamó Carbonell mientras se ponía de pie, sin haber alcanzado a verificar la identidad de la víctima.
-Deja que el equipo de forenses se encargue de recoger la evidencia. Sabía que estarías aquí. No estoy asignada a este caso; sin embargo, no tienes que investigar mucho. Sé exactamente quién lo hizo.
-¿Qué dices?
-Comisionado Carbonell, si me lo permites, prefiero hablar de esto en privado, en un lugar donde no haya testigos y nadie pueda rastrear lo que te digo. Conozco un parque cercano. Escucha lo que tengo que decirte, porque regreso a la capital hoy mismo. Técnicamente, nadie sabe que estoy aquí.
Carbonell dió algunas instrucciones a los efectivos policiales y se dirigieron al parque que ella había mencionado. Se sentaron en un banco discreto, alejado de la vista de los transeúntes.
-Muy bien, te escucho, inspectora.
-Ada no fue asesinada.
-¿A qué te refieres? Acabamos de dejar su cuerpo en ese maldito callejón.
-Ada fue ejecutada -replicó Doris, sin hacer caso de las objeciones de Carbonell.
-Ejecutada o asesinada, no hay diferencia. Ella ya no está, y lo único que podemos hacer es encontrar a los responsables de este crimen. Es lo mínimo que podemos hacer. Ada habría hecho lo mismo por nosotros si las cosas fueran al revés.
-Precisamente por eso quiero que escuches bien lo que voy a decir.
-Habla, entonces. De todos modos, no era un secreto que tú y Ada no se llevaban bien; eran más rivales que compañeras.
-Eso no es del todo cierto. Ada y yo éramos como hermanas, pero debimos asumir ese papel de enemistad para protegernos a nosotras y a todo el equipo.
Carbonell guardó silencio, reflexionando sobre esas palabras. Hizo un gesto para que continuara. Doris cerró los ojos un instante y respiró hondo.
-¿Qué sabes de la Colectiva Sororitas? -le preguntó, mirándolo directamente a los ojos.
-Es un grupo de trabajadoras sociales -replicó Carbonell con tono displicente.
-Trabajadoras sociales de cárceles, específicamente para los condenados a muerte -añadió Doris.
-Sí, ayudan a los condenados a aceptar su destino, ofreciendo asistencia psicológica para que sufran lo menos posible desde que conocen la sentencia final hasta su cumplimiento.
-Es cierto, pero hay algo más. Las ejecuciones en Aragca no son públicas. Las personas encargadas de llevar a cabo la sentencia, es decir, lo que en otros países se conoce como verdugos, aquí son un equipo de Ejecutoras. El día y hora señalados, la Ejecutora que lleva una capucha tradicional del oficio, revela su identidad al condenado, quien entonces reconoce a la trabajadora social que lo asistió. Es un toque macabro, pero así ha sido la tradición por siglos.
-Vaya, no lo sabía. Siempre pensé que los verdugos eran personas con un oficio algo repugnante. ¿Cómo sabes todo eso, y por qué me lo cuentas justo ahora?
-La Colectiva Sororitas es más que un grupo de verdugos. Es una red de espías internacionales, altamente entrenadas, infiltradas en todos los niveles sociales.
-¿Y fue esta red de espías la que "asesinó" a Ada? -dijo Carbonell, enfatizando las últimas palabras.
-Ejecutada -corrigió Doris-. Es un caso que no debemos investigar y que no podemos resolver.
-Estás delirando. Si esa red de asesinas está involucrada, la enfrentaremos. Recuerda que hemos resuelto misterios de alto calibre: acabamos con e l Dinamitero Loco, resolvimos el Caso de los Jurados del Reality, desmantelamos la Maventi-Gumi amos de la mafia internacional, acabamos las andanzas de Múltiple Serial y detuvimos a Dedos de Platino cuando quería conquistar el mundo. Esa red no me asusta.
-Lo sé muy bien. Sé que no hay forma de detenerte hasta que halles a los culpables. Por eso estoy aquí.
Al terminar de hablar, Doris, súbitamente, accionó su pistola con silenciador y disparó a la cara de Carbonell, quien cayó fulminado instantáneamente.
En ese mismo instante Barracuda Blanca que estaba jugando con la niña, recibió una llamada, no se molestó en contestar, simplemente saco un cuchillo y degolló hábilmente a la pequeñuela, limpió la hoja con los mismos vestidos de la criatura y salió de la casa sin siquiera preocuparse por cerrar la puerta. Afuera, enfrente de ella, se encontraba un helicóptero que la transportaría lejos de allí.
FIN