Estos días de árbol luminoso y rosquillos de anís y vino he leído El silencio de Goethe o La última noche de Arthur Schopenhauer de Antonio Priante. Priante escribe como quien parece que no le cuesta trabajo escribir: natural, consistente, creíble, contenido, preciso. Priante escribe como quien respira, sin esfuerzo, sin aparatosidades, sin exhibiciones postizas. Priante se mete en la cabeza y en el cuerpo de Schopenhauer para regalarnos una novela tan breve como exquisita sobre los avatares vitales e intectuales del que ha sido uno de los pensadores más importantes e influyentes de la historia. Priante te agarra desde la primera y potente frase del relato, Ya no me inquieta verme en el espejo, y ya no te suelta hasta el emocionante punto final que cierra el libro. Priante se sabe al dedillo la vida y la obra del insigne filósofo y la entrevera y la funde con su prosa elegante y enjundiosa sin que el lector llegue a discernir qué es de uno y qué es de otro. Priante nos ofrece el retrato de un intelecto privilegiado pero también de una persona de carne y hueso que experimenta un sentimiento de extrañeza ante el espectáculo del mundo, ante el hecho de existir, actitud ésta que según reconoce el propio Schopenhauer es esencial para filosofar. Y para sentirse vivo, añadiría yo.
Libro con ritmo y pulso, con hondura y ligereza al mismo tiempo. Que esta extraordinaria novela haya tenido que aguardar ocho años para que alguien se decidiera a editarla mientras vemos pasar por delante de nuestras narices carros y carretas de libros escritos por imbéciles y para imbéciles, preciosamente editados y promocionados, es lamentable pero cierto y significativo. Ay, cerebros, ¿qué queréis vender, qué quéreis que se lea?
Literatura forzadamente indie la de Priante. A ver si ahora, don Antonio, que usted anuncia que su novela tiene los derechos caducados y está disponible para ser reeditada en papel algún editor se coloca el sonotone. Si yo tuviera una editorial, no le quepa duda... De momento, conformémonos con una verdad infalible: que quien quiere, encuentra, y quien busca, halla. Ya voy tras de sus otras obras sobre Cicerón, Catulo y Larra. Me alegro mucho de conocerle.