Etérea acuarela de sombras danzaban frente a sus ojos. Cada tonalidad, de una manera extraña, le recordaba algún momento vivido.
Frente a sus ojos, estaba el pálido carmín de el primer beso que le robó el sueño a un corazón joven, deseoso por probar la extraña fruta de la pasión. ¿Qué clase de ilusión era esa? Inútil resultaba tratar de alejarse del pasado. Los recuerdos estaban allí, danzando sin pudor alguno, bajo la tibia luz de los primeros rayos de luz de la tarde. En otra época, el espectador de tal visión hubiera salido corriendo despavorido, tratando de hallar un sitio que le permitiera permanecer alejado de esos fragmentos de esas épocas pasadas que tanto lo lastimaron. Pero hoy, él se cansó de huír de esas sombras. En lugar de escapar, él se plantó frente a ellas sin temor alguno. ¿Para qué escapar, si esas tonalidades eran las que le daban forma a su verdadero ser? Como todo humano, su corazón estaba compuesto lo mismo de blanco que de negro, de luces y sombras. Una pálida sonrisa iluminó su rostro. Los temores de antaño se desvanecieron en un breve instante de luz.. No había necesidad de derramar más amargas lágrimas. Poco a poco, la luz comenzaba a meterse de nuevo en el sitio que estuvo ocupado por una eternidad llena de oscuridad
La acuarela ha ido mucho más allá de un simple instrumento para darle un poco de vida a un lienzo vacío. Ahora, todos esos colores tienen vida propia; ese divino arcoíris finalmente adquirió forma terrenal.