Revista Opinión
Tengo que confesarlo, he pecado,... de pensamiento, obra y omisión. Triple acierto; pleno. Soy socialista y no voy a ir a la huelga del 29. A esto he de sumar el agravante de no reconocer mi pecado e insistir con orgullo en mi determinación. Vamos, que iré de seguro al infierno socialista, sin pasar por el purgatorio; no hay lugar a dudas. Y lo acepto. Me declaro un insumiso, un indignado, un reaccionario irredento. Será que nunca fui -como Marx, el de puro y bigote- amigo de ningún club que esté dispuesto a admitirme como socio. Me incomodan las feligresías; ya tuve mi ración durante la adolescencia. Estoy servido, gracias. Cuanto más me animan a participar del happening, más me aburre; bostezo de solo pensarlo. Con lo bien que se está en el trabajo, iluminando a mis alumnos con la sabiduría occidental (soy profesor de Filosofía en un centro de Secundaria; para quienes no me conozcan).De todas formas, nunca fui un ardiente amante de la flama sindical. Habré secundado no más de dos huelgas a lo largo de mi vida, y a ninguna de ellas fui muy convencido de por qué iba y a qué. Me movió más bien un espíritu profano, que me empujaba a socializar mi sentido crítico; como al adolescente a asistir a un concierto de un grupo al que detesta. Y para colmo, esperando algún sacrificio que compensara mi fidelidad a la causa, en ambas ocasiones la Junta (hoy Gobierno) de Extremadura no restó de mi sueldo la parte correspondiente a mi ausencia laboral. Un desastre. Ni como mártir doy la talla.Aún así, pese a no tener un currículum vindicativo digno de un socialista como Marx manda, me siento saturado por el catecismo machacón que atosiga la conciencia de los ciudadanos de izquierda para ejercer, quieras o no, tu derecho a huelga. Y nunca fui amigo de imposiciones; a mínimo que perciba algún tipo de injerencia, enseguida tomo el camino de vuelva. Deformación hegeliana. Me aburre tener que dar explicaciones, pero mi historial católico impide soslayar mi remordimiento. Desde niño aprendí que uno debe pecar sin demasiada angustia existencial; la Iglesia tiene establecidas las suficientes vías de purificación como para andar con remilgos. Uno peca, se arrepiente, y vuelta a empezar. En fin, perdonen mi circunloquio. Vayamos al nudo gordiano antes de que sea imposible desmadejarlo.No voy a secundar la huelga del 29 porque no creo en las huelgas; soy un convencido de la inconsistencia del modelo clásico de pies quietos. Ya les dije que lo intenté, que me esforcé por ser un devoto creyente en el poder salvífico de este tipo de actos sociales. O se tiene fe, o nada. Y yo no la tengo. A esto debemos sumar que con la edad uno se vuelve más selectivo con sus creencias; las elige con cuidado y entre pocas. A mínimo que uno les vea algún defectillo, no pierde el tiempo con ellas.Quizá, si me pilla el día con el pie derecho y la voluntad henchida, me animara a secundar una huelga a la japonesa, pero no me hago ilusiones de que mis compañeros funcionarios quisieran sumarse a ella. Me veo solo, en el aula, sin alumnos... O una huelga a lo Homer Simpson: ir a trabajar, pero no hacer nada. Pero la huelga que más respeto me merece es una huelga de parados; más de 5 millones de ciudadanos colapsando las calles y plazas, unidos por un objetivo único y prosaico: conseguir un trabajo, comer, cobijarse. Esta es la única huelga que soporta cualquier falsabilidad. Pura y dura concreción empírica, resistente a asientos ideológicos u oscuras intenciones. Simple y llanamente un acto legítimo de resistencia a la realidad.Ramón Besonías Román