Revista Filosofía

Comentario de Mateo 13, 44-46

Por Zegmed

Hace varios meses no me hago un tiempo para comentar la Escritura, pero encontré un pasaje brevísimo al que, creo, nunca presté atención suficiente y cuya riqueza espiritual me parece enorme. Lo comparto ahora mismo para luego hacer un muy pequeño comentario.

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

Se trata de un pasaje super conocido que juega en paralelo con varios otros que señalan las diferentes y excepcionales características del Reino. Este, sin embargo, tiene algo interesante que, al menos a mí, me dejó pensando. Me concentraré en el primer ejemplo, pues lo considero más enigmático. Fíjense en lo que dice Jesús: una persona encuentra un tesoro en el campo, luego vende todo lo que tiene con la intención de comprar el campo. ¿No les parece un juicio algo extraño? Por supuesto, nos falta contexto y dudo que eso sea algo carente de intención, la falta de contexto suele ser un elemento central en los diferentes géneros discursivos de los Evangelios. Precisamente, por la falta de contexto, le corresponde al lector dejarse interpelar por el texto, pensar en un contexto (o varios) posible. ¿Por qué venderlo todo para comprar el campo? Pensemos.

Al parecer hay dos elementos clave y algo contradictorios. El campo tiene dueño y, de otro lado, el dueño no suele preocuparse mucho del mismo porque…¡no sabe que hay un tesoro dentro de él! Ahora bien, otra pregunta central es la siguiente: ¿cómo encuentra esta persona el tesoro? Se me ocurren dos opciones, pero me inclino más hacia la segunda. En el primer escenario posible, la persona encuentra “de la nada” el tesoro (Ok, nunca tan “de la nada” porque estaba escondido, pero ustedes entienden mi punto). Digamos que anda paseando por allí y de pronto, en la mitad de su camino, a pie o a caballo, yendo rápido o despacio, tropieza con el tesoro de cuyo contenido, dicho sea de paso, nada sabemos (¿estaría en un cofre?, ¿sería oro? ¿quizá plata? ¿tal vez algo intangible?). Esta opción, no obstante, no explica bien la idea de comprar el campo. Si la persona encontró el tesoro de modo tan casual, lo lógico, creo yo (quizá este sea un defecto formativo de mi peruanidad), sería tomarlo consigo y desaparecer. ¡Vamos! Uno no se encuentra un tesoro todos los días, si andabas por ahí, lo encuentras sin preverlo y no parece haber nadie que lo reclame como suyo, ¡te lo llevas y ya! Por esa precisa razón, la idea de comprar el campo parece insensata. De ahí que, al menos, otro escenario deba plantearse.

El otro escenario no es radicalmente diferente, pero tiene una sutileza que, me parece, es a la que apunta Jesús. Parecería haber, entonces, una claridad mayor respecto del hecho de que el campo tiene un dueño (¿sería, quizá, el hombre un trabajador del dueño del campo?). Sin embargo, uno podría incurrir en el delito de robarle. Obviamente no es algo ideal, ¡pero se trata de un tesoro! Y, más importante aún, ¡el dueño no sabe que es suyo! De hecho, incluso, esto podría funcionar como un atenuante. Ustedes saben, algo como: “bueno, pero si él no sabe que es dueño de un tesoro, si me lo quedo no le hago un gran daño…total, yo lo encontré y el ni sabía”. Luego, uno podría volver al escenario uno y preguntarse, ¿por qué, entonces, debería este sujeto comprar el campo? Yo creo que el tema moral es el menos relevante aquí. Evidentemente, Jesús no promovería el robo, pero nada me hace pensar que sea un asunto de honestidad el que conduce a la compra del campo. Además, noten la hipérbole: vende todo lo que tiene para comprarlo. ¿Por qué? Jamás se ha hablado de la extensión del terreno. ¿Es tierra fértil? Ni idea, nada sabemos. Podría ser un desierto estéril que el Estado podría darnos en concesión sin necesidad de pagar un centavo, como sucede en muchos sitios. ¿Por qué, entonces, la premura irracional de venderlo todo? ¿Qué pasa si la persona en cuestión es extremadamente rica? Venderlo todo parece absurdo, posiblemente con una breve fracción de lo que tenía podría haber comprado el campo.

Noten, pues, la naturaleza del texto. Como indiqué al inicio, la carencia de contexto es fundamental. Nada sabemos sobre el tesoro, nada sobre el campo, nada sobre el dueño, nada sobre la riqueza o pobreza del sujeto que lo encuentra. Toca preguntar, luego, ¿cuál es el sentido de todo esto? Mi hipótesis es la siguiente. La persona decide comprar el campo en un acto de esperanza contra toda esperanza, como dice San Pablo en otro contexto, algo que también recuerda Caputo numerosas veces en su The Weakness of God. Usando un giro de José María Arguedas, recuperado por Gustavo Gutiérrez, “es mucho menos lo que sabemos que la gran esperanza que sentimos”. Aquel hombre vendió todo para comprar el campo porque se llenó de una esperanza capaz de quebrantar todo cálculo de razones, porque al ver cara a cara su tesoro (¡y el lector no tiene idea de qué diablos es lo que encuentra!) se dio cuenta de que nada en el mundo valía más la pena. De ahí que no sea importante venderlo todo sin saber cuánto él poseía: aunque poseyese todo en este mundo, todo se estima basura al lado de ese tesoro. Comprar el campo, entonces, se nos muestra como una acto de inmensa fe y esperanza, ¿en qué? Yo creo que en encontrar más tesoros como ese en aquel campo de ilusiones y de sueños imprevistos. ¿Por qué no? ¿Por qué no creer que podría haber más de aquella maravilla? Esa persona jamás esperó encontrarse con tal tesoro y, sin embargo, allí lo halló, imprevisto, impensado, jamás siquiera soñado.

Claro, creer que hay más es jugar con los dados, correr un riesgo absolutamente innecesario, quizá, incluso, arriesgarse a perder lo ya encontrado mientras que uno corre para venderlo todo y comprar el campo. Nada en la historia sugiere que la idea de vender todo para comprar el campo es la mejor decisión, nada. Pero este hombre, sencillo o acaudalado, no lo sabemos, conoce menos de lo que siente, sabe menos de lo que la grandeza de su esperanza le sugiere. Por eso lo vende todo, por eso compra el campo. Esperando sin razón para la esperanza. Orando por lo imposible.


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