Estoy viviendo con intensa alegría uno de los más importantes desafíos profesionales a los que he tenido que superar, hasta el presente, en mi carrera como facilitador; llevo adelante una actividad formativa dirigida a la Alta Dirección de uno de los principales hospitales de España; en el que participan 15 de los 25 máximos responsables de las áreas de administración, logística y servicios asistenciales sanitarios de una institución que cuenta con una plantilla de más de 8.000 miembros de muy variados perfiles profesionales.
El programa, que tiene una extensión de 8 semanas, consta de 6 talleres presenciales y algunas actividades on-line.
En la primera jornada —donde hemos tomado contacto personal con los participantes— experimenté haber creado cierto grado de “desconcierto” al afirmar que yo no creo “en la formación”:
Y dije eso porque, de verdad: yo no creo en la formación. La que se imparte como un curso en donde «un erudito» dice a «los aprendices» cómo es la estructura del sistema, cómo funciona y se gestiona de la manera correcta.
Nadie conoce “al sistema” como el propio integrante del mismo. Caer como “peludo de regalo” (una expresión argentina que no sé como se traduce al “español”) y “explicarle” a la Alta Dirección del más grande hospital de Andalucía cómo hay que gestionar “su” hospital me parece, cuando menos, una temeridad desproporcionada.
Lo que siento que puedo hacer es ayudarles, a esos dirigentes, a variar sus perspectivas, a desafiar a “sus creencias” con el propósito que las revisen, las fortalezcan o las modifiquen según el caso que mejor lo entiendan como “equipo de dirección”, de cara a los nuevos escenarios que está creando el momento convulsivo en el que vivimos actualmente.
Quisiera que este post no sea muy extenso. Pretendo que mis lectores me ayuden a pensar a través de vuestros apreciados comentarios. ¡Tengo tanto para decir que me siento sofocado! (mi palabra de honor). A ver si ordeno mis ideas:
Uno. Creo que la “formación” tradicional —en un aula física o virtual— con un planteo, un ejercicio de práctica y una discusión que ayude a modificar actitudes y/o desarrollar algunas habilidades: ya no funciona más. Prueba de ello, es que estamos viendo que las organizaciones que más han invertido en los últimos 30 años en formación y políticas de incentivos de sus recursos humanos son las que peor están llevando “la convulsión”. Es más, son las que más personal están arrojando por sus ventanas para “soltar lastre” y demorar o paliar su ruina.
Dos. Creo que habrá que rescatar el modelo formativo basado en los modelos de rol. Prueba de ello es que los que mejor están sobrellevando las sacudidas del sistema capitalista —herido en profundidad por un sistema institucional bancario que tiene un grandilocuente discurso, de la boca para afuera, totalmente desarticulado con su estrecha lucidez— son las micro y pequeñas empresas fundadas y gestionadas por ex–empleados de micro y pequeñas empresas en donde tuvieron que trabajar codo con codo con sus ex-empleadores (atendiendo clientes, barriendo el suelo, atendiendo proveedores, operando máquinas, repartiendo mercancías, además de muchas otras cosas que “no” tenían que hacer en sus empleos).
Tres. Creo que la “formación” cierra cuando existe transferencia desde “el aula” a la realidad por una clave mediadora: la motivación que ocurra lo que se quiera que ocurra con lo aprendido en “la unidad didáctica”. Esto no es nuevo. Los pedagogos que lean esta reflexión conocen el concepto de “músculo mental” al que ya, en 1913, hacía referencia Edward Thorndike.
Cuatro. Creo que si ha llegado la hora de cambiar las reglas de juego del sistema institucional financiero mundial, también es la hora de comenzar a revisar el diseño y la adecuación que hay que hacer en la escuela regional y, en especial, en las metodologías para preparar a los “formadores”.
No creo en la formación, tal y cual la conocemos y yo mismo he ejercido durante años porque deforma y está alejada, cada vez más, de las expectativas y las necesidades de las personas y los nuevos problemas que deben resolver en sus respectivas instituciones que, tampoco, se pueden seguir sosteniendo en pié en un contexto revulsivo.